viernes, 30 de septiembre de 2022

San Jerónimo, Presbítero y Doctor de la Iglesia

  








SAN JERÓNIMO, 
PRESBÍTERO Y DOCTOR DE LA IGLESIA


El Ermitaño

"Vidal me es desconocido, no quiero nada con Melecio y no sé quién es Paulino (1); quién está con la cátedra de Pedro (2) ese es mío." De ese modo se dirigía al pontífice Dámaso hacia el año 376, desde las soledades de Siria, agitadas por las competencias episcopales que desde Antioquía traían inquieto a todo el Oriente, un monje desconocido que imploraba luz para su alma rescatada con la sangre del Señor (3). Este era Jerónimo, oriundo de Dalmacia.

Lejos de Stridón, tierra semibárbara de su nacimiento, de la que conservaba la aspereza y la savia vigorosa; lejos de Roma, donde el estudio de las bellas letras y de la filosofía no le preservó de las más tristes caídas: el temor de los juicios de Dios le condujo al desierto de Calcis. Y allí, durante cuatro años, bajo de un cielo de fuego iba a macerar su cuerpo con espantosas penitencias; como remedio más eficaz y austeridad meritoria para su alma apasionada de las bellezas clásicas, se propuso sacrificar sus gustos ciceronianos por el estudio de la lengua primitiva de los Sagrados Libros. Trabajo mucho más penoso entonces que hoy, pues los diccionarios, las gramáticas y los estudios de toda clase, han allanado los caminos de la ciencia. ¡Cuántas veces, disgustado, Jerónimo desesperó del éxito! Pero había probado la verdad de esta sentencia, que más tarde formuló: "Ama la ciencia de las Escrituras y no amarás los vicios de la carne" (4). Y volviendo al alfabeto hebreo, deletreaba sin fln esas letras silbantes y aspirantes (5), cuya heroica conquista le recordaba siempre el trabajo que le habían costado, por la aspereza con que desde entonces, según decía, comenzó a pronunciar el latín (6). Toda la energía de su naturaleza fogosa se había volcado en esta obra: a ella se dedicó con toda su alma y se encauzó en ella para siempre jamás (7). Dios agradeció magníficamente la reverencia que así se tributaba a su palabra: del simple saneamiento moral que Jerónimo esperaba, había llegado a la alta santidad que hoy veneramos en él; de las luchas del desierto, al parecer estériles para otros, salla uno de aquellos a quienes se dice: Tú eres la sal de la tierra, tú eres la luz del mundo (08). Y esta luz la colocaba Dios a su hora sobre el candelero, para iluminar a todos los que están en la casa (09).


El Secretario del Papa

Roma volvía a ver, pero muy transformado, al estudiante de otros tiempos; por su santidad, ciencia y humildad todos le aclamaban como digno del supremo sacerdocio (10). Dámaso, doctor virgen de la Iglesia virgen (11) le encargaba de responder en su nombre a las consultas del Oriente y del Occidente (12), y conseguía que comenzase por la revisión del Nuevo Testamento latino, a base del texto original griego, los grandes trabajos escriturarios que inmortalizarían su nombre en el agradecimiento del pueblo cristiano.

jueves, 29 de septiembre de 2022

Dedicación de San Miguel Arcángel

  






DEDICACIÓN DE SAN MIGUEL,
ARCANGEL


OBJETO DE LA FIESTA

La dedicación de San Miguel, aunque es la más solemne de las fiestas que la Iglesia celebra cada año en honor del Arcángel, le es menos personal, porque en ella se celebra a la vez a todos los coros de la jerarquía angélica. En efecto, la Iglesia, por boca de Rabano Mauro, abad de Fulda, propone a nuestra meditación el objeto de la fiesta de este día en el himno de las primeras Vísperas:


En nuestras alabanzas celebramos

A todos los guerreros del cielo;

Pero ante todo al jefe supremo

De la milicia celestial:

A Miguel que, lleno de valentía,

Derribó al demonio.


ORÍGENES DE LA FIESTA

La fiesta del 8 de mayo nos trae a la memoria la aparición en el monte Gargano. En la Edad Media, sólo la celebraba la Italia meridional. La fiesta del 29 de septiembre es propia de Roma, pues recuerda el aniversario de la Dedicación de una basílica hoy desaparecida, situada en la Vía Salaria, al Noreste de la Ciudad.

La dedicación de esta iglesia nos da la razón del título que hasta hoy conserva el Misal Romano para la fiesta de San Miguel: Dedicatio sancti Michaelis. El carácter primitivamente local de este título se fue atenuando poco a poco en los libros litúrgicos de las Iglesias de Francia o de Alemania, que en la Edad Media seguían la Liturgia romana: la fiesta llevaba entonces el título In Natale o In Veneratione sancti michaelis y, del título antiguo no quedaba ya más que el nombre del Arcángel.

EL OFICIO DE SAN MIGUEL

El oficio tampoco podía conservar recuerdo de la dedicación: los oficios antiguos de las dedicaciones celebraban, en efecto, al santo en cuyo honor se consagraba una iglesia y no el edificio material en que era honrado. No tenían, pues, nada de impersonal, sino que, al contrario, revestían un carácter muy especificado.

El oficio de San Miguel puede contarse entre las más bellas composiciones de nuestra Liturgia. Nos hace contemplar unas veces al príncipe de la milicia celestial y jefe de todos los ángeles buenos, otras al ministro de Dios que asiste al juicio particular de cada alma finada y otras al intermediario que lleva al altar de la liturgia celeste las oraciones del pueblo fiel.

EL ÁNGEL TURIFERARIO

Las primeras Vísperas empiezan con la antífona Stetit Angelus, cuyo texto se repite en el Ofertorio de la Misa del día: “El ángel se puso de pie junto al ara del templo, teniendo en su mano un incensario de oro, y le dieron muchos perfumes: y subió el humo de los perfumes a la presencia de Dios.” La Oración de la bendición del incienso en la Misa solemne nos da el nombre de este ángel turiferario: es “el bienaventurado Arcángel Miguel”. El libro del Apocalípsis, de donde están tomados estos textos litúrgicos, nos enseña que los perfumes que suben a la presencia de Dios, son la oración de los justos: “el humo de los perfumes encendidos de las oraciones de los santos subió de mano del ángel a la presencia de Dios”.

EL MEDIADOR DE LA ORACIÓN EUCARÍSTICA

Es también San Miguel quien presenta al Padre la oblación del Justo por excelencia, pues a Miguel se nombra en la misteriosa oración del Canon de la Misa, en la que la santa Iglesia pide a Dios que lleve la oblación sagrada, por manos del Ángel santo, al altar sublime, a la presencia de la divina Majestad. Y, en efecto, llama poderosamente la atención el poderlo comprobar en los antiguos textos litúrgicos romanos: A San Miguel se le llama con frecuencia el “Santo Angel”: el Angel por excelencia.

Ahora bien, es muy probable que la revisión del texto del Canon, en el que el singular Angelí tui reemplazó al plural Angelorum tuorum, se terminase siendo pontífice el Papa Gelasio. Y, precisamente por el mismo tiempo, a fines del siglo V, fue cuando “el Angel” se apareció al Obispo de Siponto junto al monte Gargano.

VOCACIÓN CONTEMPLATIVA DE LOS ANGELES

De manera que la Iglesia considera a San Miguel como el mediador de su oración litúrgica: está entre Dios y los hombres. Dios, que distribuyó con un orden admirable las jerarquías invisibles, emplea por opulencia en la alabanza de su gloria el ministerio de estos espíritus celestes, que están mirando continuamente la cara adorable del Padre y que saben, mejor que los hombres, adorar y contemplar la belleza de sus perfecciones infinitas. Mi-Ka-El: “¿Quién como Dios?” Expresa este nombre por sí solo, en su brevedad, la más completa alabanza, la adoración más perfecta, el agradecimiento más acabado de la superioridad divina, y la confesión más humilde de la nada de la criatura.

La Iglesia de la tierra invita también a los espíritus celestiales a bendecir al Señor, a cantarle, a alabarle, y a ensalzarle sin cesar. Esta vocación contemplativa de los ángeles es el modelo de la nuestra, como nos lo recuerda un bellísimo prefacio del sacramentario de San León: “Es verdaderamente digno… darte gracias, a ti, que nos enseñas por tu Apóstol que nuestra vida es trasladada al cielo; que con amor nos ordenas transportarnos en espíritu allá donde sirven los que nosotros veneramos, y dirigirnos a las cumbres que en la fiesta del bienaventurado Arcángel Miguel contemplamos con amor, por Jesucristo Nuestro Señor.”

AUXILIAR DEL GÉNERO HUMANO

Pero la Iglesia sabe también que a estos divinos espíritus, entregados al servicio de Dios, les ha sido a la vez confiado un ministerio cerca de aquellos que tienen que recoger la herencia de la salvación, y así, sin esperar a la fiesta del 2 de octubre, consagrada de modo más especial a los Ángeles custodios, desde hoy pide ya a San Miguel y a sus ángeles que nos defiendan en el combate. Y pide, finalmente, a San Miguel que se acuerde de nosotros y ruegue al Hijo de Dios para que no perezcamos en el día terrible del juicio. El día temible del juicio, el gran Arcángel, abanderado de la milicia celestial, introducirá nuestra causa ante el Altísimo y nos hará entrar en la luz santa.

PLEGARIA

En la lucha contra los poderes del mal, podemos dirigir ya desde ahora al Arcángel, la oración de exorcismo que León XIII insertó en el Ritual de la Iglesia Romana:

“Gloriosísimo príncipe de la milicia celestial, San Miguel Arcángel, defiéndenos en la lucha contra los principados, potestades, jefes de este mundo de tinieblas, y contra los espíritus malignos. Ven en auxilio de los hombres, que Dios hizo a imagen y semejanza suya y rescató a alto precio de la tiranía del demonio. 
La Santa Iglesia te venera como custodio y patrón; Dios te confió las almas de los rescatados para colocarlas en la felicidad del cielo. Pide al Dios de la paz que aplaste al diablo debajo de nuestros pies para quitarle el poder de retener a los hombres cautivos y hacer daño a la Iglesia. Ofrece nuestras oraciones en la presencia del Altísimo para que lleguen cuanto antes las misericordias del Señor y para que el dragón, la antigua serpiente que se llama Diablo y Satanás, sea precipitado y encadenado en el infierno, y no seduzca ya jamás a las naciones. Amén.”



sábado, 24 de septiembre de 2022

Nuestra Señora de la Merced

  






"Año Litúrgico"
Dom Própero Gueranger


NUESTRA SEÑORA DE LA MERCED


FORTALEZA Y SUAVIDAD.

Se termina septiembre con la lectura del libro de Judit y el de Ester en el Oficio del Tiempo. Dos libertadoras gloriosas, que fueron figura de María; el nacimiento de María ilumina este mes con un resplandor tan claro, que, sin esperar más, el mundo siente ya su ayuda.

Adonaí, Señor, tú eres grande; te admiramos, oh Dios, a ti, que pones la salvación en manos de la mujer; de este modo abre la Iglesia la historia de la heroína que salvó a Betulia con la espada, mientras la sobrina de Mardoqueo tan sólo empleó, para librar de la muerte a su pueblo, halagos y peticiones. Dulzura en una, valentía en otra, y en las dos belleza; pero la Reina que se escogió el Rey de reyes, lo eclipsa todo con su perfección sin igual; ahora bien, la presente fiesta es un monumento del poder que despliega para poner también ella en libertad a los suyos.

LA ESCLAVITUD. 

La Media Luna no se extendía ya más. Rechazada en España, contenida en Oriente por el reino latino de Jerusalén, se la vio a lo largo del siglo XII hacer más que nunca esclavos entre los piratas, ya que no podía tenerlos conquistando nuevas regiones. Menos molestada por los cruzados de entonces, el África sarracena cruzó el mar para sostener el mercado musulmán. Se estremece el alma al pensar en tantísimos desgraciados de toda clase, sexo y edad, arrebatados de las costas de los  países cristianos o apresados mar adentro y rápidamente repartidos entre el harén y la mazmorra. Con todo, hubo allí, en el secreto espantoso de prisiones sin historia, admirables heroísmos con que se honró tanto a Dios como en las luchas de los mártires antiguos que con razón llenan el mundo con su fama; después de doce siglos, bajo de la mirada de los Ángeles, allí encontró María ocasión de abrir horizontes, en los dominios de la caridad, a aquellos cristianos libres que, dedicándose a salvar a sus hermanos, quisiesen dar ellos también pruebas de un heroísmo desconocido hasta entonces. ¿Y no está aquí harto bien justificada, la razón que permite el mal pasajero en este mundo? El cielo que tiene que ser eterno, sin el mal no seria tan bello.

Cuando en 1696, Inocencio XII extendió la fiesta de hoy a la Iglesia universal, no hizo más que ofrecer al mundo agradecido el medio de hacer una declaración tan universal como lo era el beneficio.

LAS ORDENES REDENTORAS. 

En su origen, la Orden de la Merced, fundada, si así se puede decir, en pleno campo de batalla contra los Moros, contó más caballeros que clérigos; cosa que no ocurría en la Orden de la Santísima Trinidad, que la precedió veinte años. Se la llamó la Orden real, militar y religiosa de Nuestra Señora de la Merced para la redención de cautivos. Sus clérigos se dedicaban de modo más especial al cumplimiento del Oficio del coro en las encomiendas; los caballeros vigilaban las costas y desempeñaban la comisión peligrosa de rescatar a los prisioneros cristianos. San Pedro Nolasco fue el primer Comendador o gran Maestre de la Orden; al hallarse sus preciosos restos, se encontró al santo todavía armado de la coraza y de la espada.

Leamos las líneas siguientes, en las que la Iglesia nos da hoy su pensamiento, recordando
hechos ya conocidos.

Cuando el yugo sarraceno pesaba con todo su peso sobre la mayor parte de España y la más rica, y eran innumerables los desgraciados creyentes que en una espantosa esclavitud estaban expuestos al peligro inminente de renegar de la fe y de olvidar su salvación eterna, la bienaventurada Reina de los cielos, acudiendo con bondad a tantos males, demostró su gran caridad para rescatar a los suyos. Se apareció a San Pedro Nolasco, cuya piedad corría parejas con su fortuna, el cual, meditando en la presencia de Dios, pensaba sin cesar en el medio de socorrer a tantos desgraciados cristianos prisioneros de los moros; dulce y propicia, la bienaventurada Virgen se dignó decir que para Ella y para su único Hijo sería muy agradable, el que se fundase en su honor una Orden religiosa a la que incumbiese la tarea de libertar a los cautivos de la tiranía de los Turcos. Animado con esta visión del cielo, es imposible expresar en qué ardor de caridad se abrasaba el varón de Dios; no tuvo más que un pensamiento en su corazón: entregarse él, y la Orden que debía fundar, a la práctica de esta altísima caridad que consiste en entregar su vida por sus amigos y por su prójimo.

Pues bien, la misma noche, la Santísima Virgen se aparecía al bienaventurado Raimundo de Peñafort y al rey Jaime I de Aragón, haciéndoles saber igualmente su deseo respecto a los dichos religiosos y rogándoles se ocupasen en una obra de tal importancia. Pedro, pues, acudió rápidamente y se puso a los pies de Raimundo, que era su confesor, para referirle todo; se encontró con que estaba instruido de lo alto, y se sometió humildemente a su dirección. El rey Jaime llegó entonces, favorecido también de las revelaciones de la bienaventurada Virgen y resuelto a llevarlas adelante. Por lo cual, después de tratarlo entre ellos, de común acuerdo tomaron a su cuenta el instituir en honor de la Virgen Madre la Orden que se llamaría de Santa María de la Merced para la Redención de cautivos.

El diez de agosto, pues, del año del Señor 1218, el rey Jaime llevó al cabo el proyecto anteriormente madurado por estos santos personajes; los nuevos religiosos se obligaban, por un cuarto voto, a quedar en rehenes bajo del poder de los paganos, si era ello necesario para la liberación de los cristianos. El rey les concedió llevar en el pecho sus propias armas; tuvo empeño en conseguir de Gregorio IX la confirmación de un instituto religioso que practicaba una caridad tan eminente con el prójimo. Pero el mismo Dios, por medio de la Virgen Madre, dio también tales acrecentamientos a la obra que fue pronto felizmente conocida en todo el mundo; contó multitud de sujetos notables en santidad, piedad, caridad, recogiendo las limosnas de los fieles de Jesucristo y empleándolas en el rescate del prójimo, entregándose más de una vez a sí mismos para la liberación de muchísimos. Convenía que por tal institución y por tantos beneficios se diesen a Dios dignas acciones de gracias y también a la Virgen Madre; y por eso, la Sede Apostólica, después de otros mil privilegios con que había colmado a esta Orden, dispuso la celebración de esta fiesta particular y de su Oficio.


NUESTRA SEÑORA LIBERTADORA.

¡Sé, bendita, oh tú, gloria de tu pueblo y alegría nuestra! El día de tu Asunción gloriosa subiste por nosotros a tomar posesión de tu título de Reina; los anales del linaje humano están llenos de tus intervenciones misericordiosas. Por millones se cuentan los que dejaron caer sus grillos gracias a tu protección, y los cautivos que sacaste del infierno sarraceno, vestíbulo del de Satanás. Ha bastado siempre tu sonrisa para disipar las nubes, para secar las lágrimas de este mundo, que saltaba de gozo al recordar hace poco tu nacimiento. ¡Cuántos dolores hay todavía hoy en el mundo! ¡Tú misma quisiste saborearlos durante tu vida mortal en el cáliz del sufrimiento! para algunos, dolores fecundos, dolores santificadores; pero ¡qué lástima!, dolores estériles y perniciosos también en los desgraciados amargados por la injusticia social, para quienes la esclavitud de la fábrica, las mil formas de explotación del débil por el fuerte, pronto se echa de ver que son peor que la esclavitud de Argel o de Túnez. 

Tú sola, oh María, puedes desenredar esas cadenas tan enmarañadas con que el príncipe del mundo irónicamente tiene apresada a una sociedad que él extravió en nombre de las grandes palabras de igualdad y de libertad. Dígnate intervenir y prueba que eres Reina. El mundo entero, todo el género humano te dice como Mardoqueo a la que había criado: Habla al Rey por nosotros y líbranos de la muerte.


jueves, 22 de septiembre de 2022

Dom Gueranger: Santo Tomás de Villanueva, Obispo y Confesor

 



SANTO TOMÁS DE VILLANUEVA, OBISPO Y CONFESOR


TOMÁS Y LUTERO

Una prueba dolorosa conmovía a la gran familia de los agustinos en 1517: Lutero se salía de ella y lanzaba el grito de rebelión que repetirían durante siglos todos los apetitos desordenados. Pero la Orden ilustre que, sin saberlo, alimentó a este retoño dela serpiente, continuó siendo benemérita del Señor; para consuelo de los Institutos, cuya excelencia expone a los sujetos perjuros a las más graves caídas, el cielo iba a dar, sin tardar mucho, una muestra. Eran las primeras Vísperas de Todos los Santos; el heresiarca ponía en carteles en Wittenberg sus tesis famosas contra las Indulgencias y la autoridad del romano Pontífice; pues bien, antes de terminar el mes, el 25 de noviembre de ese mismo año de 1517, Salamanca veía a Tomás de Villanueva ofrecerse a Dios y ocupar entre los agustinos el lugar que había dejado vacante Lutero. En las revoluciones sociales, ante el fracaso de los trastornos del mundo, un Santo glorifica a la beatífica Trinidad más que podría perjudicarla todo el infierno.


VIDA

Tomás nació cerca de Villanueva en 1488. Sus padres, y sobre todo su madre, le formaron en la piedad y en la caridad para con los pobres. Desde muy niño, le gustaba practicar la caridad y, al morir su padre, contaba él ya 15 años, pidió a su madre que transformase en hospital la casa que era la parte de su herencia. Marchó a Alcalá para conseguir los grados de maestro en artes y licenciado en teología. En 1516 ingresaba en los agustinos de Salamanca y al año siguiente emitía sus votos. Encargado de comentar el Libro de las Sentencias a los estudiantes de su Orden, y de predicar en la corte, lo hizo tan bien, con tanto celo y éxito, que llegó a Prior y Provincial y el emperador le hizo nombrar obispo. Se negó por mucho tiempo, pero tuvo que ceder ante la amenaza de excomunión.

En 1544 era obispo de Valencia, pero en nada cambió la sencillez de su vestido, de su mesa y de su casa, prestó los más atentos cuidados a los pobres, reformó a su clero, escribió diversos tratados de ascética y de mística, en particular sobre los dones del Espíritu Santo y el Padrenuestro. Murió el 8 de septiembre de 1555 y fué enterrado en la iglesia de los agustinos.


ELOGIO

Tu justicia y tu nombre perdurarán siempre; pues repartiste, oh Tomás, con profusión los beneficios al pobre, y toda la asamblea de los santos publica tus limosnas. Enséñanos la misericordia para con nuestros hermanos, a fin de obtener nosotros, con la ayuda de tus ruegos, la misericordia de Dios.

Eres poderoso con la Reina de los cielos, cuyas alabanzas tanto te gustó predicar. Entraste en la patria el día de su Nacimiento. Haz que cada vez la conozcamos mejor, la amemos cada vez más.


PLEGARIA

Protege a España, de quien eres una de sus glorias, a tu Iglesia de Valencia y a la Orden en la que te precedieron por los caminos de la santidad Nicolás de Tolentino y Juan de Sahagún. Bendice, en tierras de Francia, a esas religiosas que heredaron tu caridad y cuyo ejército de casi tres siglos ya, nos hace bendecir el nombre de Santo Tomás de Villanueva y el de tu padre San Agustín. Haz que los predicadores de la divina palabra por todo el mundo se aprovechen de los monumentos, felizmente conservados, de una elocuencia que te convirtió en oráculo de los príncipes y en luz del pobre, y que hizo te proclamasen órgano del Espíritu Santo.


EL MISMO DIA

CONMEMORACION DE SAN MAURICIO Y SUS COMPAÑEROS MARTIRES


EN SIÓN, en Valais, en el lugar llamado Agauno, el día natal de los santos Mártires Mauricio, Exuperio, Cándido, Víctor, Inocente y Vidal, con sus compañeros de la legión Tebea, quienes, matados en odio a Cristo por orden de Maximiano, llenaron el mundo con la fama de su muerte. Dediquemos un recuerdo, con Roma, a estos valientes, cuyo patrocinio constituye la gloria de los ejércitos cristianos y de innumerables iglesias. “Emperador, somos soldados tuyos, decían; pero somos también servidores de Dios. Para El fueron nuestras primeras promesas; si las violamos, ¿qué confianza podéis tener en las otras”? No hay consigna o disciplina que prevalezca ante las promesas del bautismo. Cuando ante los príncipes se afirma al Dios de los ejércitos, el honor y la conciencia obligan a todo soldado a preferir la orden del Jefe a la de los subalternos.


ORACIÓN

“Suplicárnoste, oh Dios omnipotente, hagas que nos alegre la festiva solemnidad de tus santos mártires Mauricio y sus Compañeros: para que nos gloriemos del natalicio de aquellos en cuyos sufragios nos apoyamos. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.”

miércoles, 21 de septiembre de 2022

San Mateo, Apóstol y Evangelista

 







SAN MATEO, 
APÓSTOL Y EVANGELISTA


LA LLAMADA DEL SEÑOR

Nos dice San Ambrosio, que "la vocación del publicano a quien Jesús llama e invita a seguirle, es todo un misterio". La escena de la vocación de algunos de los Apóstoles la vimos descrita en su fiesta respectiva. Hoy vemos a Jesús que llama a un publicano, uno de esos hombres odiados por el pueblo porque tenia por oficio el de recaudar, en provecho de Herodes Antipas, los impuestos diversos que percibía la aduana, la administración o el portazgo. San Ambrosio nos le presenta "duro y avaro y aprovechándose del salario de los mercenarios, del trabajo y del peligro de los marineros"; tal vez se muestre demasiado severo con San Mateo y le atribuya los vicios de sus colegas. Sea de ello lo que quiera, Jesús pasó cerca de su mesa de recaudador en Cafarnaúm y, después de observarle atentamente, le dijo sin más: "Sigúeme."

LA RESPUESTA DE SAN MATEO

En esta palabra había autoridad y cariño; Mateo tenía un alma recta; e iluminada por Dios, lo dejó todo, cedió a otro su oficio y siguió a Jesús. Desde entonces mereció con razón ser llamado Mateo: el donado; pero ¡cuánto mayor era el don que Dios le hacía que el que Mateo hacía a Dios! El Maestro vino a escoger lo que en el mundo había de más bajo, lo más despreciado en el orden social para convertirlo en príncipe de su pueblo y elevarlo a la dignidad más alta que existe en la tierra después de la dignidad de la Maternidad divina: la dignidad de Apóstol.

EL AGRADECIMIENTO

Mateo quiso también festejar su vocación con una gran comida y convidó no sólo al Señor y a los discípulos, sino a todos sus amigos, publícanos como él. Muchos de éstos acudieron -al banquete. Jesús se prestó con gusto a una reunión que le permitía proseguir su predicación sobre el pecado y el poder que tenía de perdonarle. Para la justicia desdeñosa y sin entrañas de los fariseos, que trataban de "pecadores" a todos los que no vivían como ellos, aquello fué un gran escándalo: no pudieron disimular su asombro y su reprobación.

LA RESPUESTA DE JESÚS

El Señor respondió con la sencillez y bondad que procura consolar a los que son mal juzgados e ilustrar a la vez a los que se han mostrado demasiado severos: "No son los sanos los que necesitan del médico, sino los enfermos: no vine a llamar a los justos sino a los pecadores."

De modo que el Señor es médico, médico de los cuerpos y sobre todo médico de las almas. Si los que se sienten enfermos, voluntariamente recurren a él: ¿quién puede reprochárselo? El médico se ofrece a aquellos para quienes vino; ¿qué cosa más natural? Jesús vino a este mundo a curar y dar vida, a curar a los que tienen conciencia de que necesitan curación. Los que  están sanos o, al menos, lo creen, no necesita de médico: el Señor no vino para ellos. Los que se creen justos no necesitan de sus misericordias; él se debe a los pecadores, a quienes vino a invitar a hacer penitencia. ¡Ay de los que por sí solos se bastan!

EL APÓSTOL 

Mateo siguió, pues, a su Maestro y durante tres años permaneció en su intimidad, atento a sus enseñanzas, testigo de sus milagros y testigo sobre todo de su resurrección. Después de Pentecostés, como los demás Apóstoles, salió a evangelizar el mundo. San Ambrosio y San Paulino de Nola hablan de su predicación en Persia. Murió en Etiopía, de donde su cuerpo fué llevado a Salerno; la iglesia catedral de esta ciudad le está dedicada. Clemente de Alejandría dice que San Mateo era de grandísima austeridad de vida y la tradición cuenta que murió mártir por haber defendido los derechos de la virginidad que se ofrece a Dios.

EL EVANGELISTA 

La Iglesia le quedará siempre particularmente agradecida por haber sido el primero que puso por escrito, antes del año 70, las enseñanzas que oyó de boca del Salvador y que, después de la Ascensión, se propagaban de modo oral. 

Escribió en arameo para los judíos ya convertidos, pero también para los que no reconocieron en Jesucristo al Mesías prometido a sus padres. Por eso tuvo interés en demostrar que el Crucificado del Calvario era en realidad el heredero de las promesas hechas a David, el Mesías predicho por los Profetas, el que había venido a fundar el verdadero reino de Dios. Pero también se dirige a todos los cristianos, a nosotros mismos, que consideramos el Evangelio como "la buena nueva por excelencia, la única, hablando con todo rigor, que existe en el mundo, la que nos anuncia que el hombre, llamado primitivamente a la amistad y a la vida de Dios y luego caído de este primera grandeza, es de nuevo repuesto en ella por el Hijo de Dios".

LA HUMILDAD

¡Cuánto agradó tu humildad al Señor! A ella debes hoy el ser tan grande en el reino de los cielos; ella te hizo el confidente de la eterna Sabiduría encarnada. Esta Sabiduría del Padre, que se aparta de los prudentes y se revela a los pequeños, renovó a tu alma en su divina intimidad y la llenó del vino nuevo de su celestial doctrina. Comprendiste de modo tan pleno su amor, que te escogió para primer historiador de su vida terrestre y mortal. Por ti, el Hombre-Dios se daba a conocer al mundo. Magníficas enseñanzas las tuyas, dice la Iglesia en la Misa, donde ella recoge la herencia de la que no supo comprender al Maestro ni a los Profetas que le anunciaron.



PLEGARIA
Evangelista y mártir de la virginidad, vela por la porción escogida del Señor. Pero no olvides tampoco a ninguno de aquellos por cuyo medio nos enseñas que el Emmanue recibió el nombre de Salvador». Todos los rescatados te veneran y te rezan. Guíanos, por el camino que tenemos trazado gracias a ti en el admirable Sermón de la Montaña, a ese reino de los cielos, cuya mención repite continuamente tu pluma inspirada.




jueves, 15 de septiembre de 2022

Fiesta de los Siete Dolores de la Santísima Virgen María

 






LA FIESTA DE LOS SIETE DOLORES
DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA


DOS FIESTAS DE NUESTRA SEÑORA: LA NATIVIDAD Y LOS SIETE DOLORES

Después de dedicar, el último recuerdo a la infancia de María y cerrar esta alegre Octava de la Natividad, he aquí que la Iglesia, sin transición, nos propone meditar hoy sobre los dolores que marcarán su vida... de Madre del Mesías y de Co-Reparadora del género humano. En los días de la Octava, no venía a la mente la idea del sufrimiento, ya que entonces considerábamos la gracia, la belleza de la niña que acababa de nacer; pero, si nos hicimos la pregunta: "¿Qué será esta niña?" al instante habremos comprendido que, antes de que todas las naciones la proclamas en un día bien aventurada, María tenia que padecer con su Hijo por la salvación del mundo.


EL SUFRIMIENTO DE MARÍA  

Através de la voz de la Liturgia, Ella misma nos invita a considerar su dolor: "Oh vosotros todos los que pasáis por el camino, mirad, ved y decid si hay dolor semejante a mi dolor ... Dios me ha puesto y como fijado en la desolación" (1). El dolor de la Santísima Virgenes obra de Dios; al predestinarla para ser la Madre de su Hijo, Dios la Unió indisolublemente a la persona, a la vida, a los misterios, al sufrimiento de Jesús, para ser en la obra de la redención su flel cooperadora. Entre el Hijo y la Madre tenía que haber comunidad perfecta de sufrimiento. Cuando ve una madre padecera su hijo, ella padece con él y siente de rechazo todo lo que él padece; lo que lo que Jesús padeció en su cuerpo, María lo padeció en su corazón, por los mismos fines y con la misma fe y el mismo amor. "El Padre y el Hijo en la eternidad participan de la misma gloria, decía Bossuet; la Madre y el Hijo, en el tiempo participan de los mismos dolores. El Padre y el Hijo gozan de una misma fuente de felicidad; la Madre y el Hijo beben del mismo torrente de amargura. El Padre y el Hijo tienen un mismo trono; la Madre y el Hijo, una misma cruz. Si a golpes se destroza el cuerpo de Jesús, María siente todas las heridas; si se le taladra la cabeza a Jesús con espinas, María queda desgarrada con todas sus puntas; si se le ofrece hiél y vinagre, María bebe toda su amargura; si se extiende su cuerpo sobre una cruz, María sufre toda la violencia" (2).


CONDOLENCIA

A esta comunidad de sufrimientos entre el Hijo y la Madre, se la da el nombre de CondolenciaCondolencia es el eco fiel y la repercusión de la Pasión. Condolerse con alguno, es padecer con él, es sentir en el corazón, como si fuesen nuestras, sus penas, sus tristezas, sus dolores. De ese modo la Condolencia fué para la Santísima Virgen la participación perfecta en los dolores y en la Pasión de su Hijo y en las disposiciones que en su sacrificio le animaban.


POR QUÉ PADECE MARÍA

Parecería que no debía haber padecido la Santísima Virgen, ya que fué concebida sin pecado y no conoció nunca el menor mal moral. El padecer tiene que ser un gran bien, porque Dios, que tanto ama a su Hijo, se le entregó como herencia; y como, después de su Hijo, a ninguna criatura ama Dios más que a la Santísima Virgen, quiso también darla a ella el dolor como el más rico presente. Además convenía que, por la unión que tenía con su Hijo, pasase Nuestra Señora, a semejanza de él, por la muerte y por el dolor. De alguna manera era eso necesario para que aprendiésemos nosotros, de uno y de otro, cómo debemos aceptar el dolor que Dios permite para nuestro mayor bien. María se ofreció libre y voluntariamente y unió su sacrificio y su obediencia al sacrificio y a la obediencia de Jesús, para así llevar con él todo el peso de la expiación que la justicia divina exigía. Hizo bastante más que compadecerse de todos los dolores de su Hijo; tomó parte realmente en la pasión con todo su ser, con su corazón y con su alma, con amor ferventísimo y con tranquilidad sencilla; padeció en su corazón todo lo que Jesús podía padecer en su carne, y hasta hay teólogos que opinaron que Nuestra Señora sintió en su cuerpo los mismos dolores que su Hijo en el suyo; podemos creer, en efecto, que María tuvo ese privilegio con el que fueron distinguidos algunos Santos.


SU MARTIRIO VIENE DE JESÚS

Mas para María el padecer no comenzó sólo en el Calvario. Su infancia certísimamente transcurrió tranquila y exenta de inquietudes. El dolor la llega con Jesús, "el niño molesto, como dice Bossuet; porque Jesús en cualquier sitio que se presenta , allí va con su cruz y con él van las espinas y a todos los que quiere bien los hace partícipes de ellas" (3). "La causa de los dolores de María, dice Monseñor Gay, es Jesús. Todo cuanto padece proviene de Jesús, a Jesús se refiere y Jesús lo motiva" (4). La solemnidad de hoy, que nos representa a María principalmente en el Calvario nos recuerda en este sumo dolor los dolores conocidos o desconocidos que llenaron la vida de la Santísima Virgen. Si la Iglesia se resolvió por el número siete, ello obedece a que este número expresa siempre la idea de totalidad y de universalidad, ya que en los Responsorios de Maitines nos recuerda de modo especial los siete dolores que la causaron la profecía del anciano Simeón, la huida a Egipto, la perdición de Jesús en Jerusalén, el verle cargado con la cruz, la crucifixión, el descendimiento y el entierro de su divino Hijo: dolores que la hicieron con toda verdad Reina de los mártires.


REINA DE LOS MÁRTIRES

Con este bello título, en efecto, la salud a la Iglesia en las Letanías: "Que haya sufrido de veras, dice San Pascasio Radberto, nos lo asegura Simeón al decir: Una espada tras pasará tu alma. De donde se infiere con evidencia que supera a todos los mártires. Los otros mártires padecieron por Cristo en su carne; con todo, no pudieron padecer en el alma, porque ésta es inmortal. Pero, como ella padeció en esta parte de sí misma que es impasible, porque su carne, si así se puede decir, padeció espiritualmente por la espada de la Pasión de Cristo, la Santísima Madre de Dios fué más que mártir. Porque amó más que nadie, por eso padeció más que nadie también, hasta tal punto que la violencia del dolor traspasó y dominó su alma en prueba de su inefable amor, porque sufrió en su alma, por eso fué más que mártir, y a que su amor, más fuerte que la muerte, hizo suya la muerte de Cristo" (5).


SU AMOR, CAUSA DE SU DOLOR

Y efectivamente, para entender la extensión y la intensidad del dolor de la Santísima Virgen, habría que comprender lo que fué su amor para con jesús. Este amor es muy distinto del amor de los de más santos y mártires. Cuando estos sufren por Cristo, su amor suaviza sus tormentos y a veces hasta se los hace olvidar. En María no ocurrió nada de eso: su amor aumenta su padecer: "La naturaleza y la gracia, dice Bossuet, concurren a l a vez para hacer en el corazón de María sentimiento más hondo. Nada existe tan fuerte ni tan impetuoso como el amor que la naturaleza da hacia un hijo y la graciada para un Dios. Estos dos amores son dos abismos, cuyo fondo no puede penetrarse, como tampoco comprenderse toda su extensión..." (6).


EL DOLOR Y LA ALEGRÍA DE MARÍA 

Pero si el amor es causa del dolor en María, también es causa de gozo. María sufrió siempre con tranquilidad inalterable y con gran fortaleza de alma. Sabía mejor que San Pablo, que nada, ni la muerte siquiera, sería capaz de separarla del amor de su Hijo y su Dios. San Pío X escribía "que en la hora suprema, se vió a la Virgen de pie, junto a la cruz, embargada sin duda por; el horror del espectáculo, pero feliz y contenta de ver a su Hijo inmolarse por la salvación del género humano" (7). Y sobrepasando a San Pablo, nada en un mar de alegría en medio de su inconmensurable dolor. En Nuestra Señora, como en Jesucristo, salvas todas las diferencias, la alegría más honda va junta con el dolor más profundo que una criatura pueda soportar aquí, abajo. Ama a Dios y la voluntad divina más que a nadie de este mundo, y sabe que en el Calvario se cumple la divina voluntad; sabe que la muerte de su Hijo da a la justicia de Dios el precio que exige para la redención de los hombres, que desde ese momento la son confiados como hijos suyos y a los que amará y ya ama como amó a Jesús.


AGRADECIMIENTO A MARÍA 

"Como todo el mundo es deudor de Dios Nuestro Señor, decía San Alberto Magno, así lo es de Nuestra Señora por razón de la parte que ella tuvo en la Redención" (8). Hoy reparamos mejor, oh María, en lo que has hecho por nosotros y lo que te debemos. Te quejaste de que "mirando a los hombres y buscando quien se acordase de tu dolor y se compadeciese de ti, encontraste poquísimos" (9).

No aumentaremos el número de tus hijos ingratos; por eso, nos unimos a la Iglesia para rememorar tus sufrimientos y decirte cuánta es nuestra gratitud.

Sabemos, oh Reina de los mártires, que una espada de dolor atravesó tu alma , y que 'únicamente el espíritu de vida y de toda consolación pudo sostenerte y darte ánimos cuando moría tu Hijo.

Y sobre todo sabemos que, si fuiste al Calvario, si toda tu vida, de igual modo que la de Jesús, fué un prolongado martirio, es que hubiste de desempeñar cerca de nuestro Redentor y en unión con él el papel que nuestra primera madre Eva había desempeñado cerca de Adán y juntamente con él en nuestra caída. Verdaderamente nos has rescatado con Jesús; con él y en dependencia de él nos has ganado de congruo, por cierta conveniencia, la gracia que El nos merecía de condigno, en justicia, por razón de su dignidad infinita. Por eso, te saludamos con amor y agradecimiento como "Reina nuestra, Madre de misericordia, vida y dulzura y esperanza nuestra". Y, porque sabemos que nuestra salvación está en tus manos, te consagramos nuestra vida entera, para que con tu dirección maternal y tu protección poderosa podamos ir a encontrarnos contigo en la gloria del Paraíso, donde, con tu Hijo, vives coronada y feliz para siempre. Así sea.



Notas

1 Lam., I, 12-13.
2. Sermón pour la Compassion, Oeuvres orat ., II, p. 472.
3. Panégyrique de saint Joseph, t. II, 137.
4. 41e Confer. aux méres cehretiennes, t. II, 199.
5. Carta sobre la Asunción, n. 14. P . L., 30, 138.
6. Sermón sobre la Asunción, t. III, 493.
7. Encíclica Ad diern illum, 2 de febrero de 1904.

8. Question super Missus, 150.
9. Santa Brígida, Revelaciones, 1. II, c. 24.