domingo, 6 de enero de 2019

Epifanía del Señor




"Año Litúrgico"
Dom Gueranger



EPIFANÍA DEL SEÑOR


NOMBRE DE LA FIESTA.— La fiesta de Epifanía es continuación del misterio de Navidad; pero se presenta en el ciclo litúrgico con una grandeza. Su nombre, que significa Manifestación, indica bien claramente que su objeto es honrar la aparición de un Dios en medio de los hombres.

Efectivamente, durante muchos siglos se dedicó este día a la celebración del Nacimiento del Salvador; y cuando los decretos de la Santa Sede obligaron a todas las Iglesias a celebrar en lo sucesivo con Roma, el misterio de Navidad el día 25 de diciembre, el 6 de enero no quedó del todo privado de su antigua gloria. Conservó el nombre de Epifanía con el glorioso recuerdo del Bautismo de Jesucristo, cuyo aniversario fija una tradición en este día.

La Iglesia griega da a esta fiesta el misterioso y venerable nombre de Teofanía, nombre célebre en la antigüedad para significar una Aparición divina. Se halla este vocablo en Eusebio, en San Gregorio de Naeianzo, en San Isidoro de Pelusa; es el nombre propio de esta fiesta en los libros litúrgicos de la Iglesia griega.

Los Orientales la llaman aún las Santas Luces, a causa del Bautismo que se administraba antiguamente en este día, en memoria del Bautismo de Jesucristo en el Jordán. Es sabido que los Padres llamaban al Bautismo, Iluminación y a los que lo recibían, iluminados.

Nosotros la llamamos familiarmente, Fiesta de Reyes, en recuerdo de los Magos, cuya llegada a Belén se conmemora de un modo particular en este día.

La Epifanía participa con las fiestas de Navidad, Pascua, la Ascensión y Pentecostés del honor de ser calificada de día santísimo, en el canon de la Misa; se la considera como una de las fiestas cardinales, es decir, una de las fiestas sobre las que descansa la economía del Año litúrgico. De ella toma su nombre una serie de seis Domingos, lo mismo que otras toman el título de Domingos de Pascua o Domingos de Pentecostés.

A consecuencia del Concordato hecho en 1801 entre Pío VII y el Gobierno francés, el legado Caprara, llegó a una reducción de fiestas, y la piedad de los fieles vió con gran pena suprimidas muchas de ellas. Fueron numerosas las que, sin ser suprimidas, se trasladaron al Domingo siguiente. Epifanía fué una de ellas, de manera que cuando el 6 de enero no cae en Domingo, nuestras Iglesias (el autor habla de Francia) aplazan hasta el próximo domingo el esplendor de un día tan celebrado en todo el mundo católico. Esperemos que luzcan días mejores para nuestra Iglesia, y que un futuro más afortunado nos devuelva el gozo de que nos privó durante un tiempo la prudente condescendencia de la Santa Sede.

Es, pues, un gran día la fiesta de la Epifanía del Señor; la alegría causada por la Natividad del Niño Dios, debe seguir aumentando en esta fiesta. En efecto, los nuevos destellos de Navidad nos muestran con u n nuevo esplendor; la gloria del Verbo Encarnado; y sin hacernos perder de vista los inefables encantos del divino Niño, manifiestan en todo el brillo de su divinidad, al Salvador que amorosamente se nos ha mostrado. Los pastores no son los únicos llamados por los Angeles a reconocer al VERBO HECHO CARNE; también el género humano, y la naturaleza entera son invitados por la misma voz de Dios a adorarle y escucharle.

MISTERIOS DE ESTA FIESTA.— Ahora bien, en medio de los misterios de su divina Epifanía, tres rayos del Sol de justicia descienden hasta nosotros. En el ciclo de la Roma pagana, este día, 6 de enero, estuvo dedicado a celebrar el triple triunfo de Augusto, autor y pacificador del Imperio; pero cuando nuestro Rey pacífico cuyo imperio es eterno y no tiene limites, decidió la victoria de su Iglesia por medio de la sangre de sus mártires, la Iglesia juzgó con la divina Sabiduría que la asiste, que un triple triunfo del Emperador inmortal, debía sustituir en el nuevo ciclo, a las tres victorias del hijo adoptivo de César. Así pues, la memoria del Nacimiento del Hijo de Dios quedó asignada al día 25 de diciembre; pero, en cambio, en la ñesta de Epifanía vinieron a juntarse tres manifestaciones de la gloria de Cristo: el misterio de los Magos venidos de Oriente, guiados por la estrella, para honrar la realeza divina del. Niño de Belén; el misterio del Bautismo de Cristo, proclamado Hijo de Dios en las aguas del Jordán, por la voz del mismo Padre celestial; y, por ñn, el misterio del divino poder de Cristo, que convirtió el agua en vino en el banquete simbólico de las bodas de Caná.