martes, 31 de mayo de 2022

Fiesta de la Santísima Virgen María Reina

  




FIESTA DE LA SANTISIMA VIRGEN MARÍA REINA


QUÉ ES LA REALEZA 

Analizando las notas esenciales de la realeza, para mostrarlas después reunidas en Cristo desde los comienzos de su vida mortal, Bossuet, definía con fórmula magistral en qué consistía la verdadera grandeza: "La realeza, dice, consiste en un poder universal para hacer el bien a los pueblos sometidos; de tal modo que el nombre de rey es un nombre de padre común y de bien hechor universal"(1).

Esta es la realeza que Jesús había reivindicado delante de Pilatos. Y para hacer comprender mejor su honor y su carácter, Pio XI, al terminar el año jubilar 1925, instituia la fiesta de la realeza universal y social de Cristo, exhortando a los fieles a someter a Cristo Rey, sus inteligencias y sus voluntades, a consagrarle sus familias, su patria y toda la sociedad, para recibir de Él, en mayor abundancia, los socorros y las gracias de las que siempre tienen gran necesidad.

Cuando a su vez el Papa Pío XII, al concluir el año mariano 1954, instituía la fiesta de la Bienaventurada Virgen María Reina, no pensaba proponer al pueblo cristiano la creencia de una nueva verdad, ni siquiera en justificar por una razón o un título más nuestra piedad para con la Madre de Dios y de los hombres: "Nuestro designio, dice, en su discurso del 1." de noviembre, sirve más para hacer resaltar a los ojos del mundo una verdad, susceptible de procurar remedio a sus males, librarle de su angustias y encauzarle por el camino de la salvación que busca con ansiedad... Reina, más que ninguna otra, por la elevación de su alma y por la excelencia de los dones divinos, María no cesa de prodigar todos los tesoros de su amor y de sus tiernas atenciones a la pobre humanidad. Lejos de fundamentarse sobre las exigencias de sus derechos y sobre los caprichos de una altiva dominación, el reinado de María sólo conoce una aspiración: el pleno don de sí misma en la más elevada y total generosidad..." (2).


REALEZA DE MARÍA EN LA TRADICIÓN

Ceñida de diadema de gloria, la Bienaventurada Virgen María reina también en todo el mundo con corazón maternal. Desde tiempo inmemorial el pueblo fiel, proclamó que la Madre "del Rey de reyes y Señor de señores" posee una excelencia especial, habiendo recibido gracias y privilegios únicos. Los antiguos escritores eclesiásticos se complacían en llamarla, como Isabel, "Madre de mí señor" y consecuentemente soberana, dominadora, Reina del género humano.

Basándose en numerosos testimonios que datan de los primeros tiempos del cristianismo, los teólogos de la Iglesia han elaborado la doctrina en virtud de la cual llaman a la Santísima Virgen Reina de todas las criaturas, Reina del mundo y Soberana del universo 

La liturgia, que es como el ñel espejo de la doctrina transmitida por los Doctores y que profesa el pueblo cristiano, ha cantado siempre, tanto en Oriente como en Occidente, las alabanzas de la Reina de los cielos. El mismo arte, basándose en el pensamiento de la Iglesia e inspirándose en él, ha interpretado admirablemente, desde el concilio de Efeso, 431, la piedad auténtica y espontánea de los cristianos, representando a María con los atributos de Reina o Emperatriz, adornada con insignias reales, ceñida de la diadema que coloca en su frente el divino Redentor, rodeada de una cohorte de ángeles y de santos que proclaman su dignidad y su gloria de soberana.


ENSEÑANZA DE LA TEOLOGÍA 

El Arcángel Gabriel fué el primer heraldo de la dignidad real de María; "Lo que nacerá de ti, la dice, será llamado hijo del Altísimo; el Señor le dará el trono de David su padre y reinará eternamente y su reino no tendrá fin"(3). Lógicamente se sigue que ella misma es reina, puesto que da la vida a un hijo que desde el instante de su concepción era, aun como hombre, Rey y Señor de todas las cosas por razón de la unión hipostática de su naturaleza humana con el Verbo. El argumento principal en el que se funda la dignidad real de María, es sin duda su Maternidad divina. Y San Juan Damasceno escribía: "Es verdaderamente soberana de toda la creación desde el momento en que llega a ser Madre del Creador"(4).

Fué además María destinada por Dios a desempeñar en la obra de nuestra salvación, un oficio eminente, y a que debía ir asociada a su divino Hijo, principio de nuestra salvación, como Eva estuvo asociada a Adán, principio de nuestra muerte; y así como Cristo, nuevo Adán, es nuestro Rey, no solamente por que es Hijo de Dios, sino también por derecho de conquista pues es nuestro Redentor, del mismo modo se puede afirmar, con cierta analogía, que la Virgen Santísima es Reina, no sólo porque es Madre de Dios, sino también porque, como nueva Eva, fué asociada al nuevo Adán en la obra de nuestra redención.

Sin duda en el reino mesiánico, solo Cristo es rey en el sentido pleno de la palabra, pero, la dignidad de rey no disminuye en nada por tener a su lado una verdadera reina. Esta presencia, por el contrario, realza el esplendor de su soberanía, la hace más amable, la enriquece con una íntima confidente, la haces u representante más calificada para las causas más solemnes. Así María será Reina perfecta junto a Cristo, no para mandar en su lugar ni para darle consejo, sino para ejercer sobre su Corazón, en favor de todos sus subditos, sobre todo de los más necesitados, la influencia decisiva de una oración eficaz. A esta Reina confiará en este Cristo la ejecución de sus larguezas; en este reino todo don gracioso es causa mayor, que el Rey hace siempre de la manera más amable y delicada: he aquí la razón por qué no lo realiza sino por María. "Tratándose del negocio de nuestra salvación, dice Pío IX, se preocupa con corazón maternal de todo el nero humano, habiendo sido proclamada por Señor reina del cielo y de la tierra... obtiene el audiencia por el poder de sus súplicas maternales, consigue todo recibe lo que pide, y jamás una negativa"(5).

El Papa Pío XII daba fin a su Encíclica "Ad coeli Reginam", a la que hemos hecho frecuentes alusiones: "Convencido de las grandes ventajas que se seguirán para la Iglesia, si esta verdad, sólidamente demostrada, brilla con mayor evidencia a los ojos de todos..., por nuestra autoridad Apostólica decretamos e instituímos la fiesta de María Reina, que será celebrada cada año el 31 de mayo. Ordenamos asimismo que este día se renueve la consagración del género humano al Corazón Inmaculado de la Bienaventurada Virgen María. En ella, efectivamente, descansa una viva esperanza de ver levantarse una era de dicha, en la que resplandecerán las paz cristiana y el triunfo de la verdad".

Unámonos ahora a los sentimientos del Papa recitando la oración que compuso y recitó el 1.° de noviembre de 1954, después de coronar a la Virgen "Salus populi romani":


ORACIÓN

Desde lo hondo de esta tierra de lágrimas, en que la humanidad dolorida se arrastra trabajosamente; en medio de las olas de este nuestro mar perennemente agitado por los vientos de las pasiones, elevamos los ojos a Vos, ¡oh María, Madre amantísima!, para reanimarnos contemplando vuestra gloria, y para saludaros como Reina y Señora de los cielos y de la tierra, como Reina y Señora nuestra.

Con legítimo orgullo de hijos, queremos exaltar esta vuestra realeza y reconocerla como debida por la excelencia suma de todo vuestro ser, dulcísima y verdadera Madre de Aquel que es Rey por derecho propio, por herencia, por conquista.

Reinad, Madre y Señora, señalándonos el camino de la santidad, dirigiéndonos y asistiéndonos, a fin de que nunca nos apartemos de él.

Lo mismo que ejercéis en lo alto del cielo vuestra primacía sobre las milicias angélicas, que os aclaman por Soberana suya, sobre las legiones de los santos, que se deleitan con la contemplación de vuestra fúlgida belleza; así también reinad sobre todo el género humano, particularmente abriendo las sendas de la fe a cuantos todavía no conocen a vuestro Hijo divino.

Reinad sobre la Iglesia, que profesa y celebra vuestro suave dominio y acude a Vos como a refugio seguro en medio de las adversidades de nuestros tiempos. Mas reinad especialmente sobre aquella parte de la Iglesia que está perseguida y oprimida, dándola fortaleza para soportar las contrariedades, constancia para no ceder a injustas presiones, luz para no caer en las asechanzas del enemigo, firmeza para resistir a los ataques manifiestos, y, en todo momento, fidelidad inquebrantable a vuestro reino. 

Reinad sobre las inteligencias, a fin de que busquen solamente la verdad; sobre las voluntades a fin de que persigan solamente el bien; sobre los corazones a fin de que amen únicamente lo que vos misma amáis.

Reinad sobre los individuos y sobre las familias, al igual que sobre las sociedades y naciones; sobre las asambleas de los poderosos, sobre los consejos de los sabios, lo mimo que sobre las sencillas aspiraciones de los humildes.

Reinad en las calles y en las plazas, en las ciudades y en las aldeas, en los valles y en las montañas, en el aire, en la tierra y en el mar, y acoged la piadosa oración de cuantos saben que vuestro reino es reino súplica encuentra alivio toda desgracia, y donde, como suavísimas alegre la de misericordia, donde acogida, todo dolor a una manos, de toda enfermedad simple señal de la muerte toda consuelo, salud, vuestras misma brota vida.

Obtened nos que quienes a hora os aclaman en todas las partes del mundo y os reconocen Reina y Señora, puedan como un día en el cielo gozar de la plenitud de vuestro reino en la visión de vuestro Hijo divino, el cual, con el Padre y el Espíritu Santo, vive y reina por los siglos de los siglos. Así sea" (6).



Notas

1 Sermón predicado en Metz para la circuncisión, en 1657.
2. Doc. Cath. 1954, p. 1423 ss.
3. Luc., I, 32-33.
4. De fide CatholL. IV, c. 14
5. Bula "Inefabilis".


6. Oración de Pío XII al fin de su discurso el 1 de noviembre de 1954, en la Basílica de San Pedro de Roma .






domingo, 29 de mayo de 2022

Domingo de la Octava de la Ascensión

 




DOMINGO DE LA OCTAVA DE LA ASCENSION

GLORIFICACION DE LA HUMANIDAD DE CRISTO


Jesús subió al cielo. Su divinidad nunca estuvo ausente de él, mas hoy su humanidad es entronizada y coronada allí con brillante diadema; he ahí un nuevo aspecto del misterio de la Ascensión. El triunfo no bastaba a esta santa humanidad; el descanso le estaba preparado sobre el trono mismo del Verbo eterno al que está unida por una misma personalidad y allí debe recibir las adoraciones de toda criatura. Ante el nombre de Jesús, Hijo del hombre e Hijo de Dios, de Jesús sentado a la derecha del Padre Todopoderoso, "toda rodilla debe doblarse en el cielo, la tierra y los infiernos" (Phil., II, 10).

¡Habitantes de la tierra!, allí está aquella naturaleza humana que se apareció antes en la humildad de los pañales, que recorrió Judea y Galilea, no teniendo donde reclinar su cabeza, que fué encadenada por manos sacrílegas, flagelada, coronada de espinas y clavada en una Cruz; pero mientras los hombres ignorantes la pisoteaban como un gusano de la tierra, ella aceptaba el cáliz de dolores con entera sumisión y se unía a la voluntad del Padre; aceptaba, transformada en víctima, desagraviar a la gloria divina dando toda su sangre como rescate de los pecadores. Esta naturaleza humana, nacida de Adán por María Inmaculada, es la obra maestra del poder de Dios. Jesús "el más hermoso de los hijos de los hombres" (Ps., XLIII, 3) es objeto de admiración para los ángeles; en él descansan las complacencias de la Santísima Trinidad; los dones de gracia depositados en él sobrepasan a los que han sido concedidos a los hombres y a todos los espíritus celestes juntos; pero Dios le había destinado al camino del dolor, y Jesús que hubiera podido rescatar al hombre con menor costa suya, se entregó voluntariamente a un mar de humillaciones y dolores con el fin de satisfacer con creces la deuda de sus hermanos. ¿Cuál será la recompensa? El Apóstol nos lo dice: "Hízose obediente hasta la muerte y muerte de Cruz; por lo cual Dios le exaltó y le dió un nombre que está por encima de todo nombre" (Phil., II).

¡Oh vosotros que tomáis parte en este mundo en los dolores con que nos rescató, que gustáis seguirle en las estaciones de su peregrinación hasta el Calvario, levantad hoy la cabeza y mirad a lo alto de los cielos! "Porque sufrió la muerte, hele aquí coronado de gloria y honor" (Hebr., II, 9). Cuanto más se humilló al igual de un esclavo, Él que podía en su otra naturaleza llamarse sin injusticia igual a Dios" (Phil., VI, 7), mas el Padre se complace en elevarle en gloria y poder. La corona de espinas que llevó en la tierra es reemplazada por la diadema de honor (Ps., XX, 4). La cruz que dejó imponer sobre sus hombros es en adelante el signo de su principado (Isaías, IX, 6). Las llagas, que los clavos y la lanza estamparon en su cuerpo, resplandecen como soles. ¡Sea, pues, dada gloria a la justicia del Padre hacia Jesús su Hijo! pero regocijémonos también de ver en este día "el Hombre de dolores" (Ibid., LIII, 3)- transformado en Rey de la gloria y repitamos con entusiasmo el Hosanna que la corte celestial hace resonar a su llegada.


JUEZ UNIVERSAL

Con todo eso no creamos que el Hijo del hombre sentado sobre el trono de la divinidad queda inactivo en su descanso glorioso. El Padre le ha dotado de una soberanía pero soberanía activa. Le ha nombrado "juez de vivos y de muertos (Act., X, 42) y todos nosotros debemos comparecer ante su tribunal" (Rom., XIV, 10). Apenas nuestra alma deje su cuerpo será transportada al pie de este tribunal donde se ha sentado hoy el Hijo del Hombre y oirá salir de su boca la sentencia merecida. ¡Oh Salvador coronado en este día! sénos misericordioso en esta hora decisiva para nuestra eternidad. 

Mas la judicatura ejercida por el Señor no se limitará al ejercicio callado de este soberano poder. Los ángeles nos lo han dicho hoy: debe presentarse de nuevo en la tierra, volver a descender a través de los aires, como ha subido, y entonces tendrán lugar los solemnes juicios, donde todo el género humano comparecerá. Sentado en las nubes del cielo, rodeado de milicias angélicas, el Hijo del hombre aparecerá en la tierra con toda majestad. Los hombres verán "aquél que taladraron" (Zac., XII, 10) y las huellas de sus heridas, que aumentarán su hermosura, serán para unos objeto de terror y para otros de inefables consuelos. Como pastor, separará sus ovejas de los cabritos y su voz soberana, que la tierra no escuchó desde hacía tantos siglos, resonará para mandar a los pecadores impenitentes descender a los infiernos e invitar a los justos a ocupar, en cuerpo y alma, la mansión de las delicias eternas.


REY DE LAS NACIONES

En espera de este desenlace final de los destinos de la raza humana, Jesús recibe también del Padre, en este día, la investidura visible del poder real sobre las naciones de la tierra. Habiéndonos rescatado con el precio de su sangre, le pertenecemos; sea, pues, en adelante nuestro Señor. Es, en efecto, y se llama Rey de reyes y Señor de señores (Apoc., XIX, 16). Los reyes de la tierra no reinan legítimamente sino por El y no por la fuerza o en virtud de un pretendido pacto social cuya sanción no pasa de aquí abajo. Los pueblos no se pertenecen a sí mismos, dependen de El. Su ley no se discute; debe estar por encima de todas las. leyes humanas como su regla y señora: "Las naciones temblarán bajo su cetro, dice el Rey-profeta; los pueblos, para salir de su dominio, forjarán vanos proyectos; los príncipes de la tierra se concertarán contra El; dirán: rompamos su yugo y arrojémosle lejos de nosotros"(Ps., II, 1, 3). ¡Inútiles esfuerzos!, porque, dice el Apóstol, "es necesario que reine, hasta que tenga puestos todos sus enemigos bajo sus pies"(I Cor., XV, 25) hasta que aparezca por segunda vez para derribar el poder de Satanás y el orgullo dé los hombres. 

viernes, 27 de mayo de 2022

San Beda el Venerable, Confesor y Doctor de la Iglesia

  






SAN BEDA EL VENERABLE, CONFESOR
Y DOCTOR DE LA IGLESIA

En este día Inglaterra pone a nuestra consideración su más ilustre hijo, San Beda el Venerable, aquél monje humilde y amable, cuya vida la pasó alabando a Dios y buscándole en la naturaleza y en la historia, pero sobre todo en la Sagrada Escritura, estudiada con amor e interpretada a la luz de las más sanas tradiciones. El que no hizo otra cosa que escuchar a los antiguos maestros, llega a ocupar un lugar entre ellos, siendo también Padre y Doctor de la Iglesia de Dios. Oigamos cómo al final de sus días nos resume él mismo su vida. 

Su vida: "Sacerdote del monasterio de los Apóstoles San Pedro y San Pablo, nací en su territorio y nunca cesé de habitar en su casa desde los siete años, observando la regla, cantando cada día en su iglesia, encontrando mis delicias en aprender o en enseñar o en escribir. Luego que recibí el sacerdocio, comenté la Sagrada Escritura para mi propio bien y para el de mis hermanos, en algunas obras, sirviéndome para ello de las expresiones que usaron nuestros venerados Padres o siguiendo fielmente su interpretación. Y, ahora, oh buen Jesús, te pido que ya me has dado tan misericordiosamente a beber la dulzura de tu palabra, me concedas llegar benigno a la fuente, tú que eres Fuente de la Sabiduría, y verte por siempre jamás".


LA MUERTE

Su muerte no había de ser una de las lecciones menos preciosas que dejaría a los suyos. Los cincuenta días que le duró la enfermedad que le privó de la vida, los pasó como el resto de su vida, cantando salmos o enseñando. Acercándose la Ascensión del Señor repetía, con lágrimas de gozo la antífona de la fiesta: "Oh Rey de la gloria, que subiste triunfante a lo más encumbrado de los cielos, no nos dejes huérfanos sino envíanos al Espíritu de verdad según la promesa del Padre." Y haciendo suyas las palabras de San Ambrosio repetía a sus discípulos: "No he vivido de modo que tenga que avergonzarme de vivir en medio de vosotros, pero no tengo miedo de morir, porque tenemos un buen Señor." Después volviendo a su traducción del Evangelio de San Juan y a un trabajo que había emprendido sobre San Isidoro, decía: "No quiero que mis discípulos después de mi muerte se distraigan en falsedades y que sean sin fruto sus estudios."

El martes anterior a la Ascensión aumentó la dificultad de respirar y aparecieron los síntomas de un rápido desenlace. Muy contento dictó durante todo este día y pasó la noche en acciones de gracias. La aurora del día siguiente le encontró activando los trabajos de sus discípulos. Dejáronle a la hora de Tercia, para ir a la procesión, que se acostumbraba a tener ya desde entonces con las reliquias de los santos. Uno de sus discípulos que se quedó con él le dijo: "Maestro amado, ya no falta sino un capítulo que dictar. ¿Te quedan aún fuerzas?" Es muy fácil contestó sonriendo el bondadoso Padre, toma la pluma, córtala, y luego escribe, pero date prisa. A la hora de Nona llamó a los sacerdotes y les repartió algunos recuerdos, pidiéndoles en cambio un momento en el sacrificio del altar. Lloraban todos, mientras él lleno de gozo les decía: "Es tiempo ya, si es esa la voluntad de mi Creador, de que vuelva a Aquél que me hizo de la nada, antes de existir. Mi benigno Juez ha ordenado muy bien mi vida; mas he aquí que para mí se acerca la hora de la separación; yo la deseo para estar con Cristo: sí, mi alma desea ver en su belleza a Cristo mi rey."

Hasta el atardecer no cesó de exhalar aspiraciones semejantes, hasta que llegó a este diálogo con Wiberto, el joven mencionado más arriba, y que es de lo más encantador: "Maestro amado, aún queda una frase. — "Escríbela pronto." Y un momento después: "Se acabó ya", dijo el joven. "Muy bien dices, respondió él. Se acabó todo: toma mi cabeza con tus manos y sosténla mirando hacia el oratorio, porque me causa mucha alegría encontrarme de cara al lugar santo, en donde tanto he rezado. Y desde el suelo de su celda en que se le había echado entonó: Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. y cuando hubo pronunciado la última palabra entregó su espíritu.


VIDA

San Beda nació en G r a n Bretaña en 672 o 673. H u é r f a n o desde su misma infancia, entró a los siete años en la abadía de Wearmouth. Tres años más tarde pasó a la nueva fundación de Yarrow, en donde permaneció toda su vida. Fué ordenado de diácono a los 19 años, y de sacerdote a los 30. Murió el 25 de mayo del año 735. Su ciencia fué verdaderamente universal y dejó tantos escritos que durante toda la Edad Media estos libros constituían por decirlo así la única biblioteca de los Anglosajones. Sus obras figuran entre las más leídas y las más copiadas en toda la cristiandad. Comentó toda la sagrada Escritura, siguiendo siempre paso a paso la doctrina de los Santos Padres. León XIII le declaró doctor de la Iglesia.


PLEGARIA

¡Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo! Este será el canto de toda la eternidad. Aún no existían ni los Angeles ni los Hombres y ya Dios se bastaba a Sí mismo para su propia alabanza, en medio del concierto admirable de las tres divinas Personas. Su alabanza era adecuada, infinita, perfecta como Dios, sola digna de El. Por más que el mundo celebrara tan magníficamente a su Autor por medio de los millares de voces de la naturaleza, siempre se quedará muy por debajo del objeto de sus cantos. Sin embargo de eso, la misma creación está invitada a enviar al cielo el eco de la melodía trina y una. Cuando el Verbo por medio del Espíritu Santo se hizo hombre en María, siendo su verdadero hijo, como lo era ya del Padre, el eco creado del cántico eterno respondió plenamente a las armonías adorables, cuyo secreto estaba guardado primitivamente en la Santísima Trinidad. Después, para el hombre que sabe comprenderlo, su perfección está en asemejarse al hijo de María, para no hacer más que uno con el Hijo de Dios en el augusto concierto en que Dios encuentra su gloria.

Fuiste, oh glorioso San Beda, aquél hombre a quien le fué dado el espíritu de inteligencia. Era, pues, justo que tu último suspiro saliese de tus labios acompañado del cántico de amor, en que se había consumido para ti la vida mortal, señalando así tu entrada sin dificultad ninguna en la eternidad feliz y gloriosa. ¡Ojalá nos aprovechemos nosotros de esta última lección en la cual se hallan resumidas las enseñanzas de tu vida tan sencilla y tan grande a la vez! Gloria sea a la infinitamente poderosa y misericordiosa Trinidad. ¿Por ventura no es esta la última palabra del ciclo completo de nuestros misterios que al presente terminan con la glorificación del Padre Eterno, por medio del triunfo de su Hijo Redentor y con el florecimiento del reino del Espíritu Santiflcador por todas partes? ¡Qué hermoso era el reino del Espíritu Santo en la Isla de los Santos, qué bello el triunfo del Hijo para gloria del Padre, cuando Inglaterra, entregada a Cristo por Roma, brillaba en los confines del universo, como joya de inapreciable valor en los adornos de la Esposa! Santo Doctor de los ingleses en el tiempo de su fidelidad, responde ahora a la esperanza del Romano Pontífice que extiende tu culto a toda la Iglesia y despierta en el alma de tus conciudadanos los sentimientos de otros tiempos para con la Madre común.




Sea todo a la mayor gloria de Dios.

jueves, 26 de mayo de 2022

La Ascensión de Nuestro Señor

  





LA ASCENSIÓN DE NUESTRO SEÑOR

La inefable sucesión de los misterios del Hombre- Dios está a punto de recibir su último complemento. Pero el gozo de la tierra ha subido hasta los cielos; las jerarquías angélicas se disponen a recibir al jefe que les fue prometido, y sus príncipes están esperando a las puertas, prestos a levantarlas cuando resuene la señal de la llegada del triunfador. Las almas santas, libertadas del limbo hace cuarenta días, aguardan el dichoso momento en que el camino del cielo, cerrado por el pecado, se abra para que puedan entrar ellas en pos de su Redentor. La hora apremia, es tiempo que el divino Resucitado se muestre y reciba los adioses de los que le esperan hora por hora y a quienes El dejará aún en este valle de lágrimas,

EN EL CENÁCULO. — Súbitamente aparece en medio del Cenáculo. El corazón de María ha saltado de gozo, los discípulos y las santas mujeres adoran con ternura al que se muestra aquí abajo por última vez. Jesús se digna tomar asiento en la mesa con ellos; condesciende hasta tomar parte aún en una cena, pero ya no con el fin de asegurarles su resurrección, pues sabe que no dudan; sino que en el momento de ir a sentarse a la diestra del Padre, quiere darles esta prueba tan querida de su divina familiaridad. ¡Oh cena inefable, en que María goza por última vez en este mundo del encanto de sentarse al lado de su Hijo, en que la Iglesia representada por los discípulos y por las santas mujeres está aún presidida visiblemente por su Jefe y su Esposo!

¿Quién podría expresar el respeto, el recogimiento, la atención de los comensales y describir sus miradas fijas con tanto amor sobre el Maestro tan amado? Anhelan oír una vez más su palabra; ¡les será tan grata en estos momentos de despedida!... Por fin Jesús comienza a hablar; pero su acento es más grave que tierno. Comienza echándoles en cara la incredulidad con que acogieron la noticia de su resurrección En el momento de confiarles la más imponente misión que haya sido transmitida a los hombres, quiere invitarles a la humildad. Dentro de pocos días serán los oráculos del mundo, el mundo creerá sus palabras y creerá lo que él no ha visto, lo que sólo ellos han visto.

La fe pone a los hombres en relación con Dios; y esta fe no la han tenido, desde el principio, ellos mismos: Jesús quiere recibir de ellos la última reparación por su incredulidad pasada, a fin de establecer su apostolado sobre la humildad.

LA EVANGELIZACIÓN DEL MUNDO. Tomando enseguida el tono de autoridad que a él sólo conviene, les dice: "Id al mundo entero, predicad el Evangelio a toda creatura. El que crea y se bautice, se salvará; el que no crea, se condenará"2. Y esta misión de predicar el Evangelio en el mundo entero; ¿cómo la cumplirán? ¿Por qué medio tratarán de acreditar su palabra? Jesús se lo indica: "He aquí los milagros que acompañarán a los que creyeren: arrojarán los demonios en mi nombre; hablarán nuevas lenguas; tomarán las serpientes con la mano; si bebieren algún veneno, no les dañará; impondrán sus manos sobre los enfermos, y los enfermos sanarán'".

Quiere que el milagro sea el fundamento de su Iglesia como El mismo lo escogió para que fuese el argumento de su misión divina. La suspensión de las leyes de la naturaleza anuncia a los hombres que el autor de la naturaleza va a hablar; a ellos sólo les toca entonces escuchar y someterse humildemente.

He aquí pues a estos hombres desconocidos del mundo, desprovistos de todo medio humano, investidos de la misión de conquistar la tierra y de hacer reinar en ella a Jesucristo. El mundo ignora hasta su existencia; sobre su trono, Tiberio, que vive entre el pavor de las conjuraciones no sospecha en absoluto esta expedición de un nuevo género que va a abrirse y llegará a conquistar al imperio romano. Pero a estos guerreros les hace falta una armadura, y una armadura de temple celestial. Jesús les anuncia que están para recibirla. "Quedaos en la ciudad, les dice, hasta que hayáis sido revestidos de el poder de lo alto'". ¿Cuál es, pues, esta armadura? Jesús se lo va a explicar. Les recuerda la promesa del Padre, "esta promesa, dice, que habéis oído de mi boca. Juan ha bautizado en agua; pero vosotros, dentro de pocos días, seréis bautizados en el Espíritu Santo".

HACIA EL MONTE DE LOS OLIVOS. — Pero la hora de la separación ha llegado. Jesús se levanta y todos los asistentes se disponen a seguir sus pasos. Ciento veinte personas se encontraban reunidas allí con la madre del triunfador que el cielo reclamaba. El Cenáculo estaba situado sobre el monte Sión, una de las colinas que cerraba el cerco de Jerusalén. El cortejo atraviesa una parte de la ciudad, dirigiéndose hacia la puerta oriental que se abre sobre el valle de Josafat. Es la última vez que Jesús recorre las calles de la ciudad réproba. Invisible en adelante a los ojos de este pueblo que ha renegado de El, avanza al frente de los suyos, como en otro tiempo la columna luminosa que dirigió los pasos del pueblo israelita.

¡Qué bella e imponente es esta marcha de María, de los discípulos y de las santas mujeres, en pos de Jesús que no debe detenerse más que en el cielo, a la diestra del Padre! La piedad de la edad media la celebraba en otro tiempo por una solemne procesión que precedía a la Misa de este gran día. Dichosos siglos, en que los cristianos deseaban seguir cada uno de los pasos del Redentor y no sabían contentarse, como nosotros, de algunas vagas nociones que no pueden engendrar más que una piedad vaga como ellas.

LA ALEGRÍA DE MARÍA.-—Se pensaba también entonces en los sentimientos que debieron ocupar el corazón de María durante los últimos instantes que gozó de la presencia de su hijo. Se preguntaba qué era lo que más pesaba en su corazón maternal, si la tristeza de no ver más a Jesús, o la dicha de sentir que iba por fin a entrar en la gloria que le era debida. La respuesta venía al punto al pensamiento de esos verdaderos cristianos, y nosotros también, nos la damos a nosotros mismos. ¿No había dicho Jesús a sus discípulos: "¿Si me amaseis, os alegraríais de que fuese a mi Padre?'". Ahora bien, ¿quién amó más a Jesús que María?

El corazón de la madre estaba pues alegre en el momento de este inefable adiós. María no podía pensar en sí misma, cuando se trataba del triunfo debido a su hijo y a su Dios.

Después de las escenas del Calvario, podía ella aspirar a otra cosa que a ver al fin glorificado al que ella conocía por el soberano Señor de todas las cosas, al que ella había visto tan pocos días antes, negado, blasfemado, expirando en medio de los dolores más atroces.

El cortejo ha atravesado el valle de Josafat y ha pasado el torrente del Cedrón; se dirige por la pendiente del monte de los Olivos. ¡Qué recuerdos vienen a la memoria! Este torrente, del que el Mesías había bebido el agua fangosa en sus humillaciones, se ha convertido hoy para El en el camino de la gloria. Así lo había anunciado David. Se deja a la izquierda el huerto que fue testigo de la Agonía, la gruta en que fue presentado a Jesús y aceptado por El el cáliz de todas las expiaciones del mundo. Después de haber franqueado un espacio que San Lucas calcula como el que les era permitido recorrer a los judíos en día de Sábado, se llega al terreno de Betania a esta aldea en que Jesús buscaba la hospitalidad de Lázaro y de sus hermanas. Desde este rincón del monte de los Olivos se dominaba Jerusalén que aparecía majestuosa con su templo y sus palacios.

Esta vista emocionó a los discípulos. La patria terrestre hace aún palpitar el corazón de estos hombres; por un momento olvidan la maldición pronunciada sobre la ingrata ciudad de David, y parecen no acordarse ya de que Jesús acaba de hacerles ciudadanos y conquistadores del mundo entero. El delirio de la grandeza mundana de Jerusalén les ha seducido de repente y osan preguntar a Jesús su Maestro: "Señor, ¿es este el momento en que establecerás el reino de Israel?"

Jesús responde a esta pregunta indiscreta: "No os pertenece saber los tiempos y los momentos que el Padre ha reservado a su poder." Estas palabras no quitaban la esperanza de que Jerusalén fuese un día reedificada por Israel convertido al cristianismo; pues este restablecimiento de la ciudad de David no debía tener lugar más que al fin de los tiempos, y no era conveniente que el Salvador diese a conocer el secreto divino. La conversión del mundo pagano, la fundación de la Iglesia, era lo que debía preocupar a los discípulos. Jesús les lleva inmediatamente a la misión que les dió momentos antes: "Vais a recibir, les dice, el poder del Espíritu Santo que descenderá sobre vosotros y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda la Judea y Samaría y hasta los confines de la tierra'".

LA ASCENSIÓN AL CIELO. — Según una tradición que remonta a los primeros siglos del cristianismo, era el medio día la hora en que Jesús fue elevado sobre la cruz cuando, dirigiendo sobre la concurrencia una mirada de ternura que debió detenerse con complacencia filial sobre María, elevó las manos y les bendijo a todos. En este momento sus pies se desprendieron de la tierra y se elevó al cielo.

Los asistentes le seguían con la mirada; pero pronto entró en una nube que le ocultó a sus ojos2. Los discípulos tenían aún los ojos fijos en el cielo, cuando, de repente, dos Ángeles vestidos de blanco se presentaron ante ellos y les dijeron: "Varones de Galilea, ¿porqué estáis mirando al cielo? Ese Jesús que os ha dejado para elevarse al cielo vendrá un día de la misma manera que le habéis visto subir". Del mismo modo que el Salvador ha subido, debe el Juez descender un día: todo el futuro de la Iglesia está comprendido en estos dos términos. Nosotros vivimos ahora bajo el régimen del Salvador; pues nos ha dicho que "el hijo del hombre no ha venido para juzgar al, mundo, sino para que el mundo sea por El salvado". Y con este fin misericordioso los discípulos acaban de recibir la misión de ir por toda la tierra y de convidar a los hombres a la salvación, mientras tienen tiempo.

¡Qué inmensa es la tarea que Jesús les ha confiado, y en el momento en que van a dar comienzo a ella Jesús les abandona! Les es preciso descender solos del monte de los Olivos de donde ha partido El para el cielo, Su corazón, sin embargo, no está triste; tienen con ellos a María, y la generosidad de esta madre incomparable se comunica a sus almas. Aman a su Maestro; su dicha en adelante consistirá en pensar que ha entrado en su descanso.

Los discípulos entraron de nuevo en Jerusalén "llenos de una viva alegría", nos dice S. Lucas, expresando por esta sola palabra uno de los caracteres de esta fiesta de la Ascensión, impregnada de una tan dulce melancolía, pero que respira al mismo tiempo más que cualquier otra alegría y el triunfo. Durante su Octava, intentaremos penetrar los misterios y presentarla en toda su magnificencia; hoy nos limitaremos a decir que esta solemnidad es el cumplimiento de todos los misterios del Redentor y que ha consagrado para siempre el jueves de todas las semanas, día tan augusto por la institución de la santa Eucaristía.

RITOS ANTIGUOS. — Hemos hablado de la procesión solemne por la cual se celebraba, en la edad media, la partida de Jesús y de sus discípulos al monte de los Olivos; debemos recordar también que en este día se bendecía solemnemente el pan y los frutos nuevos, en memoria de la última comida que el Salvador tomó en el Cenáculo. Imitemos la piedad de estos tiempos en que los cristianos tenían a pecho el recoger los menores rasgos de la vida del Hombre-Dios y de apropiárselos, por decirlo así, reproduciendo en su modo de vivir todas las circunstancias que el santo Evangelio les revelaba. Jesucristo era verdaderamente amado y adorado en esos tiempos en que los hombres se acordaban sin cesar que es el soberano Señor. Actualmente, es el hombre quien reina con sus peligros y riesgos. Jesucristo es rechazado en lo íntimo de la vida privada. Y por tanto, tiene derecho a ser nuestra preocupación de todos los días y de todas las horas.

Los Angeles dijeron a los Apóstoles: "Del mismo modo que le habéis visto subir, así bajará un día." ¡Ojalá le hubiésemos amado y servido durante su ausencia con suficiente diligencia, para que pudiésemos soportar sus miradas cuando aparezca!





Sea todo a la mayor gloria de Dios.

lunes, 23 de mayo de 2022

Día de Rogativas

  





DÍA DE ROGATIVAS


Las Rogativas y el Tiempo Pascual

Hoy da comienzo un triduo dedicado a la penitencia. Este acontecimiento inesperado parece a primera vista una especie de anomalía en el tiempo pascual; y, sin embargo, cuando se reflexiona sobre su sentido se comprende que esta institución tiene una relación íntima con los días en que nos encontramos. Es cierto que el Salvador decía antes de su Pasión que "durante la estancia del Esposo entre nosotros, no es tiempo de ayunar" ¿pero estas últimas horas que preceden a su partida para el cielo no tiene algo de melancólico? ¿Y no nos sentimos naturalmente llevados ayer a pensar en la tristeza resignada y contenida que oprime el corazón de la divina Madre, y el de los discípulos, en vísperas de perder a aquel cuya presencia era para ellos anticipo de goces celestiales?


Origen de la Rogativas

Ahora debemos referir cómo y con qué ocasión el Ciclo litúrgico fué completado, en este tiempo, por la introducción de estos tres días durante los cuales la Santa Iglesia, tan radiante como estaba por los esplendores de la Resurrección, parece querer volver de repente al duelo cuaresmal. El Espíritu Santo que la dirige en todos los acontecimientos ha querido que una humilde Iglesia de las Galias, poco después de la mitad del siglo v, diese comienzo a este rito, que se extiende rápidamente a toda la catolicidad, donde fué recibido como un complemento de la liturgia pascual.

La Iglesia de Vienne, una de las más ilustres y más antiguas de la Galia meridional, tenía por Obispo, hacia el año 470, a San Mamerto. Múltiples calamidades habían desolado esta provincia recientemente conquistada por los Borgoñones. Terremotos, incendios, fenómenos formidables agitaban las ciudades cual signos de la cólera divina. El santo Obispo, deseando elevar la moral de su pueblo, impulsándole a dirigirse a Dios cuya justicia debía ser aplacada, prescribió tres días de expiación, durante los cuales los fieles se entregarían a las obras de penitencia, e irían en procesión cantando salmos. Fueron escogidos para el cumplimiento de esta piadosa resolución los tres días que preceden a la Ascensión. Sin ninguna duda, el Santo Obispo de Vienne echaba de este modo los fundamentos de una institución que la Iglesia entera iba a adoptar. Con todo, es necesario admitir que Mamerto no fué el creador de esta solemnidad, él no hizo más que precisar el modo litúrgico y fijar la fecha. En efecto, sabemos que en Milán estas procesiones tenían lugar, no los tres días que preceden a la Ascensión, sino la semana siguiente, y en España, el Concilio de Gerona, celebrado en 517, ordena procesiones los Jueves, viernes y sábados después de Pentecostés. Además, Sidonio Apolinar, contemporáneo de San Mamerto, dice que estas procesiones existían antes de San Mamerto, pero que este realzó su solemnidad. (Rev. Sén., t. XXXIV, p. 17.)

Como era justo las Galias comenzaron. San Alcimo Avito, que sucedió casi inmediatamente a San Mamerto en la silla de Vienne atestigua que la práctica de las Rogativas estaba ya consolidada en esta Iglesia. San Cesáreo de Arlés, en los comienzos del siglo vi, habla de ellas como de una costumbre ya muy extendida, designando al menos por estas palabras todo el territorio de las Galias que se encontraba entonces bajo el yugo de los Visigodos 3. Se ve claramente que toda la Galia no tardó en adoptarla, si se leen los cánones promulgados a este objeto en el primer Concilio de Orleáns celebrado en 511, y reunido de todas las provincias que reconocían la autoridad de Clodoveo. Los reglamentos del concilio referentes a las Rogativas dan una alta idea de la importancia que ya entonces se daba a esta práctica. No solamente se prescribe la abstinencia de carne durante los tres días, sino que el ayuno es de precepto. Ordena también se dispense del trabajo a los criados, para que puedan tomar parte en las largas funciones de estos tres días. En 567, él Concilio de Tours sancionaba del mismo modo, la obligación de ayunar en las Rogativas y én cuanto a la obligación de guardar fiesta durante estos tres días la encontramos también reconocida en las Capitulares de Carlomagno y de Carlos el Calvo.


La Procesión de las Rogativas

El principal rito de las Iglesias de las Galias durante estos tres días consistía desde sus orígenes en estas marchas solemnes acompañadas de cánticos suplicatorios y que se han llamado procesiones por que se hacen de un lugar a otro. San Cesáreo de Arlés nos enseña que aquellas que tenían lugar en las Rogativas duraban seis horas completas; de suerte que el clero, al sentirse fatigado por lo prolongado de los cantos, las mujeres cantaban a coro a su vez, para dejar a los ministros de la Iglesia tiempo de respirar \ Este detalle, tomado de las costumbres de las Galias en esta época primitiva, puede hacernos comprender la indiscreción de aquellos que en nuestros tiempos modernos, han propuesto la abolición de ciertas procesiones que ocupaban una parte notable del día, y esto, fundados en la idea de que esta prolongación debía ser considerada en sí misma como un abuso.

domingo, 22 de mayo de 2022

Quinto Domingo después de Pascua



QUINTO DOMINGO DESPUÉS DE PASCUA


El quinto domingo después de Pascua, es llamado en la Iglesia griega, el domingo del Ciego de nacimiento, porque en él se lee el relato del Evangelio en que se refiere la curación de este ciego. Se llama también el domingo del Episozomeno, que es uno de los nombres con el que los griegos designan el misterio de la Ascensión, cuya solemnidad, entre ellos como entre nosotros, interrumpe el curso de esta semana litúrgica.


MISA

Isaías presenta la materia del Introito. Su voz convida a todas las naciones de la tierra a celebrar la victoria que Cristo resucitado ha traído y cuyo precio ha sido nuestra liberación.


INTROITO

Anunciadlo con voz jocunda, y sea oído, aleluya: anunciadlo hasta el fin de la tierra: el Señor ha libertado a su pueblo, aleluya, aleluya. — Salmo: Canta jubilosa a Dios, tierra toda, decid un salmo a su nombre: glorificad su alabanza. V. Gloria al Padre.


En la Colecta la Santa Iglesia nos enseña que nuestros pensamientos y nuestras acciones, para ser meritorias para la vida eterna, necesitan de la gracia que inspire las unas y ayude nuestra voluntad para cumplir las otras.


COLECTA

Oh Dios, de quien proceden todos los bienes: danos, a los que te suplicamos, la gracia de que, con tu inspiración, pensemos lo que es recto, y de que, con tu dirección, lo hagamos. Por el Señor.


EPÍSTOLA

Lección de la Epístola del Ap. Santiago.


Carísimos: Sed obradores de la palabra, y no sólo oidores, engañándoos a vosotros mismos. Porque, si alguien es oidor de la palabra, y no obrador, este tal será comparado a un hombre que contempla en un espejo su rostro natural: se mira, y se va, y al punto se olvida de cómo es. Mas, el que contemplare la ley perfecta de la libertad, y perseverare en ella, no siendo oidor olvidadizo, sino hacedor de obra, este tal será bienaventurado en su acción. Y, si alguien cree que es religioso, no refrenando su lengua, sino engañando a su corazón, la religión de ese tal es vana. La religión pura e inmaculada ante Dios y el Padre es ésta: Visitar a los huérfanos, y a las viudas, en su tribulación, y conservarse inmaculado de este mundo.


LAS OBLIGACIONES DE NUESTRA VIDA NUEVA

El Santo Apóstol, cuyos consejos acabamos de escuchar, había recibido las enseñanzas del Salvador resucitado; no debemos, pues, admirarnos del tono autoritario con que nos habla. También Jesús se había dignado concederle una de sus manifestaciones particulares: esto nos demuestra el afecto con que distinguía a este apóstol, al que le unían los lazos de la sangre por su madre, llamada también María. Hemos visto a esta santa mujer dirigirse al sepulcro, con Salomé su hermana, en compañía de Magdalena. Santiago el Menor es verdaderamente el Apóstol del Tiempo Pascual, en que todo nos habla de la vida nueva que debemos llevar con Cristo resucitado. Es el Apóstol de las obras y quien nos ha trasmitido esta máxima fundamental del cristianísimo, que si la fe es necesaria ante todo para el ¡cristiano, esta virtud, sin las obras, es una fe muerta que no puede salvarle,

Insiste hoy sobre” la obligación que tenemos de cultivar en nosotros mismos la atención a las verdades que primeramente hemos comprendido y de mantenernos en guardia contra este olvido culpable que causa tantos estragos en las almas inconsideradas. Entre estos en quienes se ha realizado el misterio de la Pascua, algunos no perseverarán en él; y les sucederá esta desdicha porque se entregaron al mundo, en lugar de usar del mundo como si no usasen. Recordemos siempre que debemos caminar en una vida nueva, a imitación de aquella de Jesús resucitado que no puede ya morir.

Los dos versículos del Aleluya celebran el esplendor de su resurrección; pero en ellos ya se anuncia su Ascensión próxima. Salido del Padre eternamente, bajado en el tiempo hasta nuestra terrestre morada, nos advierte que dentro de pocos días va a remontarse a su Padre.


ANTÍFONA

Aleluya, aleluya. V. Resucitó Cristo, y nos iluminó a los que redimió con su sangre. Aleluya. V. Salí del Padre, y vine al mundo: otra vez dejo el mundo, y voy al Padre. Aleluya.




EVANGELIO

Continuación del santo Evangelio según San Juan.


En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: En verdad, en verdad os digo: Si pidiereis algo al Padre en mi nombre, os lo dará. Hasta ahora no le habéis pedido nada: Pedid, y recibiréis, para que vuestro gozo sea pleno. Os he dicho estas cosas en proverbios. Ya llega la hora en que no os hablaré en proverbios, sino que os hablaré claramente del Padre. En aquel día pediréis en nombre mío: y no os digo que yo rogaré al Padre por vosotros: porque el mismo Padre os ama, porque vosotros me habéis amado, y habéis creído que yo salí del Padre. Salí del Padre, y vine al mundo: otra vez dejo el mundo, y voy al Padre. Dijéronle sus discípulos: He aquí que ahora hablas claramente, y no dices ningún proverbio. Ahora sabemos que lo sabes todo, y no es preciso que nadie te pregunte: en esto creemos que has salido de Dios.


EL ADIÓS DE CRISTO

Cuando el Salvador, en la última Cena, anunció de este modo a sus apóstoles su próxima partida, estos estaban aún lejos de comprender lo que significaba. Con todo; ya creían “que había salido de Dios”. Pero esta creencia era vacilante, ya que no debía tener una realización inmediata. En los días en que nos encontramos, rodeando a su Maestro resucitado, iluminados por sus palabras, lo llegan a comprender mejor. Ha llegado el momento “en que no les habla ya en parábolas”; hemos visto qué enseñanzas les da, cómo, les prepara para ser los doctores del mundo. Ahora pueden decirle: “Oh Maestro, verdaderamente has salido de Dios.” Pero por esto mismo comprenden ya la pérdida de que son amenazados; tiene la idea del vacío inmenso que su ausencia les hará sentir.

Jesús comienza a recoger el fruto que su divina bondad sembró en ellos y que esperó con una paciencia tan inefable. Si en el Cenáculo el Jueves Santo les felicitaba ya por su fe; ahora que le han visto resucitado, que le han oído, merecen sus elogios pero de un modo muy distinto, porque se han hecho más firmes y más fieles. “El Padre os ama—les decía entonces—porque vosotros me amáis”; ¿Cuánto más debe amarlos el Padre ahora que su amor se ha acrecentado? Estas palabras deben infundirnos también a nosotros esperanza. Antes de la Pascua nosotros amábamos flojamente al Salvador, estábamos vacilantes en su servicio; ahora que hemos sido instruidos por El, fortalecidos por sus misterios, podemos esperar que el Padre nos amará, porque nosotros amamos más, amamos mejor a su Hijo. Este divino Redentor nos invita a pedir al Padre en su nombre todas nuestras necesidades. La primera de todas es nuestra perseverancia en el espíritu de la Pascua; insistamos para obtenerla y ofrezcamos a esta intención la Santa Víctima que dentro de pocos instantes será presentada sobre el altar.

El Ofertorio, tomado de los Salmos, es canto de acción de gracias. El fiel, unido a Jesús resucitado, le ofrece a Dios que se ha dignado estabilizarle en la vida nueva, haciéndole partícipe de sus misericordias las más escogidas.


OFERTORIO

Bendecid, gentes, al Señor nuestro Dios, y haced oír la voz de su alabanza: El dió vida a mi alma, y no permitió que resbalaran mis pies: bendito sea el Señor, que no desoyó mi oración, ni alejó su misericordia de mí, aleluya.


En la Secreta, la Iglesia pide para nosotros la entrada en la gloria celestial cuyo atrio es la Pascua terrestre. Todos los misterios obrados aquí abajo tienen por fin santificarnos, para prepararnos a la visión y la posesión eterna de Dios.


SECRETA

Recibe, Señor, las preces de los fieles con las oblaciones de las hostias: para que, por estos actos de nuestra piadosa devoción, pasemos a la celeste gloria. Por el Señor.


La Antífona de la Comunión es un cántico de júbilo que expresa la alegría continua de la Pascua.


COMUNIÓN

Cantad al Señor, aleluya: cantad al Señor, y bendecid su nombre: anunciad bien de día en día su salud, aleluya, aleluya.


La Santa Iglesia nos sugiere en la Poscomunión la fórmula de nuestras súplicas a Dios. Es necesario desear el bien; pidamos este deseo y continuemos nuestra oración hasta que el bien mismo nos llegue. La gracia descenderá entonces y ella hará en nosotros que no la despreciemos.


POSCOMUNIÓN

Danos, Señor, a los saciados con la virtud de la mesa celestial, el desear lo que es recto, y el conseguir lo deseado. Por el Señor.


domingo, 15 de mayo de 2022

Cuarto Domingo después de Pascua




"Cristo resucitado de entre los muertos,
no muere ya otra vez; y nada podrá ya con él la muerte."
(Romanos VI, 9)





CUARTO DOMINGO DESPUÉS DE PASCUA



LA INSTITUCIÓN DE LOS SACRAMENTOS

Hemos visto a Jesús constituir su Iglesia y poner en manos de los apóstoles el depósito de verdades que serán objeto de nuestra fe. Hay otra obra no menos importante para el mundo, en la que pone sus cuidados durante este último período de su permanencia sobre la tierra: es la institución definitiva de los Sacramentos. No basta creer; es necesario también que nos santifiquemos es decir nos hagamos conformes a la santidad de Dios; es necesario que la gracia, fruto de la redención, descienda a nosotros, se incorpore a nosotros, para que llegando a ser los miembros vivos de nuestro divino Jefe, podamos ser coherederos de su reino. Así pues, por medio de los sacramentos Jesús obrará en nosotros esta maravilla de la justificación, aplicándonos los méritos de su Encarnación y de su Sacrificio por los medios que El ha decretado en su poder y en su sabiduría.




FUENTES Y CANALES DE LA GRACIA

Como soberano señor de la gracia es libre de determinar las fuentes por las que la hará descender sobre nosotros; a nosotros nos toca conformarnos a su voluntad. Cada uno de los Sacramentos será, pues, una ley de su religión, de manera que el hombre no podrá pretender recibir los efectos que el Sacramento está destinado a producir si desdeña o retarda cumplir las condiciones según las cuales opera. Admirable economía que concilia en un mismo acto, la humilde sumisión del hombre con la más pródiga largueza de la munificencia divina.

Hemos mostrado hace algunos días, cómo la Iglesia, sociedad espiritual era al mismo tiempo una sociedad visible y exterior, ya que el hombre a la que está destinada está compuesto de cuerpo y alma. Jesús, al instituir sus Sacramentos, asigna a cada uno su rito esencial; y este rito es exterior y sensible. El Verbo, al tomar carne, ha hecho de ella, en su Pasión sobre la cruz, el instrumento de nuestra salvación: por la sangre de sus venas nos ha rescatado; prosiguiendo este plan toma los elementos de la naturaleza física como auxiliares en la obra de nuestra justificación. Los eleva al estado sobrenatural y les hace conductores fieles y omnipotentes de su gracia hasta lo más íntimo de nuestras almas. De este modo se aplicará hasta sus últimas consecuencias el misterio de la Encarnación, que ha tenido como fin elevarnos, por las cosas visibles, al conocimiento y a la posesión de las invisibles. De este modo es quebrantado el orgullo de Satanás, que despreciaba la criatura humana, porque el elemento material se unía en ella a la grandeza espiritual, y que rehusó para su eterna desdicha, doblar la rodilla ante el Verbo hecho carne.

Al mismo tiempo, los sacramentos, siendo signos sensibles, formaron un nuevo lazo entre los miembros de la Iglesia ya unidos entre sí por la sumisión a Pedro y a los Pastores que él envía, y por la confesión de una misma fe. El Espíritu Santo nos dice en las Santas Escrituras que “el lazo triple difícilmente se rompe'”; por tanto así es este que nos liga a la gloriosa unidad de la Iglesia: Jerarquía, Dogma y Sacramentos, todo contribuye a hacer de nosotros un solo cuerpo. Del septentrión al mediodía, de oriente a occidente, los Sacramentos proclaman la fraternidad de los cristianos; son en todos los lugares su señal de reconocimiento y el distintivo que les designa a los ojos de los infieles. Por este fin estos Sacramentos son idénticos para todas las razas bautizadas, cualquiera que sea la variedad de fórmulas litúrgicas que acompañan su administración; por doquier el fondo es el mismo y se produce la misma gracia bajo los mismos signos esenciales.




EL SEPTENARIO SAGRADO

Jesús resucitado escoge siete para el número de sus sacramentos. Sabiduría eterna del Padre, nos revela en el Antiguo Testamento, que se construirá una casa, que es la Santa Iglesia, y añade que la cimentará sobre siete columnas. Esta Iglesia la simboliza ya en el tabernáculo de Moisés y ordena que un candelabro de siete brazos cargados de flores y de frutos, ilumine día y noche el Santuario. Si arrebata al cielo en éxtasis a su discípulo amado es para mostrarse a él rodeado de siete candelabros y teniendo siete estrellas en su mano. ¡Si se manifiesta con las apariencias de Cordero vencedor, este Cordero tiene siete cuernos, símbolo de su fuerza, y siete ojos que indican la amplitud infinita de su cienciaCerca de él está el libro que contiene los destinos del género humano, y este libro está sellado con siete sellos que el Cordero sólo puede levantar. Ante el trono de la Majestad divina el discípulo ve siete Espíritus bienaventurados resplandecientes como siete lámparas6, atentos a las menores órdenes de Dios, y prestos a llevar su palabra hasta los últimos límites de la creación.




LOS SIETE PECADOS CAPITALES

Si ahora nos volvemos hacia el reino de las tinieblas vemos al espíritu del mal ocupado en remedar la obra divina y usurpando el número siete para mancillarle consagrándole al mal. Siete pecados capitales son el instrumento de su victoria sobre el hombre; y el Señor nos ha advertido que cuando Satanás en su furor se lance sobre un alma, toma con él siete espíritus de los más perversos del abismo. Sabemos que Magdalena, afortunada pecadora, no recobró la vida del alma sino después que el Salvador hubo expulsado de ella siete demonios. Esta provocación del espíritu del orgullo forzará a la cólera divina, cuando caiga sobre el mundo pecador, a imprimir el número siete hasta sus justicias. San Juan nos enseña que siete trompetas, tocadas por siete Ángeles, anunciarán las convulsiones sucesivas de la raza humana y que otros siete Ángeles verterán sucesivamente sobre la tierra pecadora siete copas colmadas de la cólera de Dios.

Nosotros, pues, que queremos ser salvos y gozar de la gracia en este mundo y en la otra de la visión de nuestro Maestro resucitado, acojamos con respeto y reconocimiento el Septenario misericordioso de sus Sacramentos. En este número sagrado ha sabido encerrar todas las formas de su gracia. Sea que él vele en su bondad para hacernos pasar de la muerte a la vida, por el bautismo y la penitencia; sea que se aplique a sostener en nosotros la vida sobrenatural y a consolarnos en nuestras pruebas, por la Confirmación, la Eucaristía y la Extrema-Unción; sea en fin que provea al ministerio de su Iglesia y a su propagación por el Orden y el Matrimonio: no se encontrará una necesidad del alma, una indigencia de la sociedad cristiana, que no haya llenado por medio de las siete fuentes de la regeneración y de la vida que tiene abiertas para nosotros y que no cesa de hacer correr sobre nuestras almas.

Los siete sacramentos bastan para todo; uno solo que faltase, la armonía se destruiría. Las Iglesias de Oriente, separadas de la unidad católica después de tantos siglos, confiesan con nosotros el septenario sacramental; y el protestantismo, al poner sobre este número su mano pecadora, ha demostrado con esto, como en todas sus otras reformas pretendidas, que le falta el sentido cristiano. No nos admiremos; la teoría de los sacramentos se impone en toda su totalidad a la fe; primeramente, la humilde sumisión del fiel debe acogerla como dimanando del soberano Maestro; cuando ella se aplica al alma, su magnificencia y su eficacidad divina se revelan, entonces nosotros comprendemos, porque hemos creído. Credite et intellígetis.




EL BAUTISMO

Hoy, consagramos nuestra admiración y nuestro reconocimiento al primero de los Sacramentos, al bautismo. El tiempo pascual nos le presenta en toda su gloria. Le hemos visto en el Sábado Santo, colmando los votos del feliz catecúmeno y alumbrando para la patria celestial a pueblos enteros. Pero este misterio había tenido su preparación.. En la fiesta de Epifanía adoramos a Emmanuel descendiendo sobre las aguas del Jordán y comunicando al elemento por el contacto de su carne, la virtud de purificar todas las máculas del alma. El Espíritu Santo viene a descansar sobre la cabeza del Hombre- Dios y a fecundar con su influjo divino el elemento regenerador, mientras que la voz del Padre celestial resonaba en la nube, anunciando la adopción que él se dignaría hacer de los bautizados, en, su Hijo Jesús, objeto de su eterna complacencia.

Durante su vida mortal, el Redentor se explica ya delante de un doctor de la ley sobre sus misteriosas intenciones: “Aquel—dice—-que no fuere regenerado en el agua y en el Espíritu Santo no podrá entrar en el reino de Dios'”. Según su costumbre casi constante, anuncia lo que debe hacer en el futuro, pero todavía no lo cumple; nosotros solamente sabemos que no habiendo sido puro nuestro primer nacimiento, El nos prepara uno segundo que será santo y del que el agua será el instrumento.

Pero en estos días ha llegado el momento en el que va a declarar el poder que ha dado a las aguas de producir la adopción proyectada por el Padre. Dirigiéndose a sus Apóstoles les dice con la majestad de un rey que promulga la ley fundamental de su imperio: “Id, enseñad a todas las naciones; bautizadlas en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo'”. La salvación por las aguas, con la invocación de la Santísima Trinidad, tal es el beneficio capital que anuncia al mundo; porque dice también: “El que creyere y fuere bautizado se salvará". Revelación llena de misericordia para con la raza humana; inauguración de los sacramentos por la declaración del primero, de aquel que según la expresión de los Padres, es la puerta de todos los demás.

Saludemos con amor, este augusto misterio nosotros que le debemos la vida de nuestras almas, con el sello eterno y misterioso que hace de nosotros los miembros de Jesús. San Luis, bautizado en la desconocida pila de Poissy, se complacía en firmar Luis de Poissy, considerando la fuente bautismal como una madre que la había engendrado a la vida celestial, y olvidando su origen real para no acordarse más que 1 S. Mateo, XXVIII, 19. 2 S. Marcos, XVI, 16. Nuestros sentimientos deben ser los mismos que los de este santo rey.

Pero admiremos la condescendencia de Jesús resucitado, cuando instituyó el más indispensable de los sacramentos. La materia que escogió es la más común; la más fácil de encontrar. El pan, el vino, el aceite de oliva, no se encuentran siempre en todas las partes de la tierra; el agua corre por doquier; la providencia de Dios la ha multiplicado bajo todas las formas, para que el día señalado, la fuente de regeneración estuviese al alcance en todas partes para el hombre pecador.

Sus demás Sacramentos el Salvador se los ha confiado al sacerdocio, el cual sólo tiene poder para administrarlos; no ocurre lo mismo con el bautismo. Todo fiel puede ser el ministro sin distinción de sexo ni de condición. Más aún, todo hombre, aunque no sea miembro de la Iglesia cristiana, puede conferir a su semejante, por medio del agua y la invocación de la Santa Trinidad, la gracia bautismal que no posee él con la única condición, de querer cumplir seriamente en este acto lo que hace la Iglesia, cuando ella administra el sacramento del Bautismo.

Y más aún. Puede faltar este ministro del sacramento al hombre que va a morir; la eternidad se va a abrir para él sin que la mano de otro se levante para derramar sobre su cabeza el agua purificadora; el autor divino de la regeneración de las almas no le abandona en este momento supremo. Que rinda homenaje al santo Bautismo, que le desee con todo el ardor de su alma, que entre en los sentimientos de una compunción sincera y de un verdadero amor; después si muere: la puerta del cielo se le ha abierto por el bautismo de deseo.

Pero el niño que aún no tiene uso de razón y que la muerte va a segar en algunas horas ¿ha quedado olvidado en esta munificencia general? Jesús ha dicho: “Aquel que creyere y fuere bautizado se salvará, entonces ¿Cómo obtendrá la salvación este ser débil que va a extinguirse, cargado con la falta original e incapaz de la fe? Tranquilizaos. El poder del bautismo se extiende hasta él. La fe de la Iglesia—que le quiere por hijo—le va a ser imputada; que se derrame el agua sobre su cabeza en nombre de las tres divinas personas, y será cristiano para siempre. Bautizado en la fe de la Iglesia, esta fe es ahora personal en él, con la esperanza y la caridad; el agua sacramental ha producido esta maravilla. Que expire ahora: el reino de los cielos es para él.

Tales son, oh Redentor los prodigios que operas en el primero de tus sacramentos, por el efecto de esta voluntad sincera que tienes de la salvación de todos; de manera que aquellos en quienes esta voluntad no se realiza, no se excluyen de la gracia de la regeneración sino de resultas del pecado cometido anteriormente, pecado que tu eterna justicia no te permite prevenir siempre en sí mismo, o reparar en sus consecuencias. Pero tu misericordia viene en su ayuda; ella tiende sus redes e innumerables justos caen en ellas. El agua santa corre hasta sobre la frente del niño que agoniza entre los brazos de una madre pagana y los ángeles abren sus coros para recibirle. Ante tantas maravillas, sólo nos queda exclamar con el Salmista: “Nosotros que poseemos la vida bendigamos al Señor.”

El cuarto domingo después de Pascua se llama en la Iglesia griega el Domingo de la Samaritana, porque se lee el pasaje del Evangelio en que se refiere la conversión de esta mujer.

La Iglesia Romana comienza hoy en el Oficio de la noche la lectura de las Epístolas Canónicas, que se continúan hasta la fiesta de Pentecostés.




MISA

La Iglesia adoptando en el Introito uno de los más bellos cánticos del Salmista celebra con entusiasmo los beneficios que el Señor ha derramado sobre ella, convocando a todas las naciones a reconocer sus grandezas, a recibir la efusión de la santidad de quien es la fuente, la salud de aquél que ha llamado a todos los hombres.




INTROITO
Cantad al Señor un cántico nuevo, aleluya: porque el Señor ha hecho maravillas, aleluya: reveló su justicia ante la faz de las gentes, aleluya, aleluya, aleluya. Salmo: Le salvó su diestra: y su santo brazo. V. Gloria al Padre.


Colmados de los beneficios de Dios que les une en un solo pueblo por sus Sacramentos los fieles deben elevarse al amor de los preceptos del Señor y aspirar a las alegrías eternas que les promete: la Iglesia implora para ellos esta gracia en la Colecta.




COLECTA
Oh Dios, que unes las almas de los fieles en una sola voluntad.: da a tus pueblos el amar lo que mandas, el desear lo que prometes: para que, entre las mundanas variedades, nuestros corazones estén fijos allí donde están los verdaderos gozos. Por el Señor.



EPÍSTOLA

Lección de la Epístola del Ap. Santiago. Carísimos:


Toda óptima dádiva, y todo don perfecto, procede de arriba, desciende del Padre de las luces, en el cual no hay cambio, ni sombra de mudanza. Pues El nos engendró voluntariamente con la palabra de la verdad, para que fuésemos el comienzo de su creación. Ya lo sabéis, carísimos hermanos míos. Sea, pues, todo hombre veloz para oír; pero tardo para hablar, y tardo para la ira. Porque la ira del hombre no obra la justicia de Dios. Por lo cual, rechazando toda inmundicia y todo exceso dé malicia, recibid con mansedumbre la palabra inspirada, la cual puede salvar vuestras almas.

IMITAR AL PADRE

Los favores derramados sobre el pueblo cristiano proceden de la sublime y serena bondad del Padre celestial. El es el principio de todo en el orden de la naturaleza; y si en el orden de la gracia hemos llegado a ser sus hijos, es porque él mismo nos ha enviado su Verbo consustancial, que es la Palabra de verdad, por la que hemos llegado a ser, mediante el bautismo, hijos de Dios. De aquí se deduce que debemos imitar, en cuanto es posible a nuestra flaqueza, la serenidad de nuestro Padre que está en los cielos y librarnos de esta agitación pasional que es el carácter de una vida toda terrestre, mientras que la nuestra debe ser del cielo donde Dios nos arrastra. El santo Apóstol nos exhorta a recibir con mansedumbre esta Palabra que nos convierte en lo que somos. Ella es según su doctrina un injerto de salvación hecho en nuestras almas. Si ella actúa allí, si su crecimiento no es obstaculizado por nosotros, seremos salvos.

En el primer versículo aleluyático, Cristo resucitado celebra por la voz del Salmista el poder del Padre que le ha dado la victoria en su resurrección.

El segundo, tomado de San Pablo, proclama su vida inmortal.




ANTÍFONA

Aleluya, aleluya. V. La diestra del Señor ejerció su poder: la diestra del Señor me ha exaltado.

Aleluya. V. Cristo, resucitado de entre los muertos, ya no morirá: la muerte no le dominará más. Aleluya.



EVANGELIO

Continuación del santo Evangelio según San Juan.

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: Voy a Aquel que me envió: y nadie de vosotros me pregunta: ¿Dónde vas? Sino que, porque os he dicho esto, la tristeza ha llenado vuestro corazón. Pero yo os digo la verdad: os conviene que yo me vaya: porque, si no me fuere, el Paráclito no vendrá a vosotros: más, si me fuere, os lo enviaré a vosotros. Y, cuando venga El, convencerá al mundo de pecado, y de justicia, y de juicio. De pecado ciertamente, porque no han creído en mí: y de justicia, porque voy al Padre, y ya no me veréis: y de juicio, porque el príncipe de este mundo ya ha sido juzgado. Todavía tengo mucho que deciros: pero ahora no podéis entenderlo. Mas, cuando venga el Espíritu de verdad, os enseñará toda la verdad. Porque no hablará por sí mismo, sino que dirá todo lo que ha oído, y os anunciará lo que ha de venir. El me glorificará: porque lo recibirá de mí, y os lo anunciará a vosotros.



EL ANUNCIO DEL ESPÍRITU SANTO

Los apóstoles se entristecieron cuando Jesús les dijo: ” Yo me voy.” ¿No lo estamos también nosotros que después de su nacimiento en Belén, le hemos seguido constantemente, gracias a la Liturgia que nos ha hecho seguir sus pasos? Todavía algunos días más, y se elevará al cielo y el año perderá ese encanto que recibía día tras día con sus acciones y con sus discursos. Con todo, no quiere que nos dejemos invadir por una excesiva tristeza. Nos anuncia que en su lugar va a descender sobre la tierra el Consolador, el Paráclito y que permanecerá con nosotros para iluminarnos y fortificarnos hasta el fin de los tiempos. Aprovechemos con Jesús estas últimas horas; pronto será tiempo de prepararnos a recibir al huésped celestial que vendrá a reemplazarle.

Jesús, que pronunciaba estas palabras la víspera de la Pasión, no se limita a mostrarnos la venida del Espíritu Santo como la consolación de sus fieles; al mismo tiempo nos la presenta como temible para aquellos que desconocen a su Salvador. Las palabras de Jesús son tan misteriosas como terribles; tomemos la explicación de San Agustín, el Doctor de los doctores. “Cuando viniere el Espíritu Santo—dice el Salvador— convencerá al mundo en lo que se refiere al pecado.” ¿Por qué? “Porque los hombres no han creído en Jesús.” ¡Cuánta no será, en efecto, la responsabilidad de aquellos que habiendo sido testigos de las maravillas obradas por el Redentor no dieron fe a su palabra! Jerusalén oirá decir que el Espíritu Santo ha descendido sobre los discípulos de Jesús, y permanecerá tan indiferente como estuvo a los prodigios que le designaban su Mesías. La venida del Espíritu Santo será como el preludió de la ruina de esta ciudad deicida. Jesús añade que “el Paráclito convencerá al mundo con respecto a la justicia, porque—dice—yo voy al Padre y vosotros no me veréis más.” Los Apóstoles y aquellos que creyeron en su palabra serán santos y justos por la fe. Ellos creyeron en aquel que había ido al Padre, en aquel que no vieron ya en este mundo, Jerusalén, al contrario, no guardará recuerdo de El sino para blasfemarle; la justicia, la santidad, la fe de aquellos que creyeron será su condenación y el Espíritu Santo les abandonará a su suerte. Jesús dice también: “El Paráclito convencerá al mundo en lo que se refiere al juicio.” Y ¿por qué?; “porque el príncipe de este mundo ya está juzgado”. Aquellos que no siguen a Jesucristo tienen sin embargo un Jefe al que siguen. Este Jefe es Satanás. Así, pues, el juicio de Satanás está ya pronunciado. El Espíritu Santo advierte, pues, a los discípulos del mundo que su príncipe está para siempre sepultado en la reprobación. Que ellos reflexionen; porque añade San Agustín “el orgullo del hombre se engañaría al esperar en el perdón; que medite con frecuencia los castigos que sufren los ángeles soberbios”.

En el Ofertorio el cristiano emplea las palabras de David para celebrar los beneficios de Dios para con su alma. Asocia toda la tierra a su reconocimiento y con razón; por que los favores de que es colmado el cristiano son el bien común de todo el género humano que Jesús resucitado ha llamado a tomar parte, por los Sacramentos, en las gracias de la redención.




OFERTORIO
Canta jubilosa a Dios, tierra toda, decid un salmo a su nombre: venid, y oíd, y os contaré, a todos los que teméis a Dios, cuánto ha hecho el Señor a mi alma, aleluya.


La Santa Iglesia que tiene sus delicias en la contemplación de la verdad, cuyos tesoros la prodiga Jesús resucitado, pide para sus hijos en la Secreta, la gracia de llevar una vida pura, para que puedan merecer ser admitidos a contemplar eternamente esta augusta verdad en su fuente.




SECRETA

Oh Dios, que por el sacrosanto comercio de este Sacrificio, nos has hecho partícipes de la única y suprema Divinidad: suplicámoste hagas que, así como conocemos tu verdad, así la practiquemos con costumbres dignas. Por el Señor.


La Antífona de la Comunión reproduce las palabras del Evangelio que acabamos de interpretar y en las que nos es mostrada la venida del divino Espíritu como portador al mismo tiempo de recompensa para los creyentes y de castigo para los incrédulos.




COMUNIÓN

Cuando venga el Paráclito, el Espíritu de verdad, convencerá al mundo de pecado, y de justicia, y de juicio, aleluya, aleluya.



Al ofrecer sus acciones de gracias por el divino Misterio en el que acaban de participar, la Santa Iglesia enseña a sus hijos en la Poscomunión, que la Eucaristía tiene al mismo tiempo la virtud de purificarnos de nuestros pecados y de preservarnos de los peligros a los que vivimos expuestos.




POSCOMUNIÓN
Asístenos, Señor, Dios nuestro: para que, por estas cosas, que hemos recibido fielmente, seamos purificados de los pecados y libertados de todos los peligros. Por el Señor.