jueves, 30 de mayo de 2019

La Ascención de Nuestro Señor





"Año Litúrgico"
Dom Próspero Gueranger


LA ASCENSIÓN DE NUESTRO SEÑOR

La inefable sucesión de los misterios del Hombre- Dios está a punto de recibir su último complemento. Pero el gozo de la tierra ha subido hasta los cielos; las jerarquías angélicas se disponen a recibir al jefe que les fue prometido, y sus príncipes están esperando a las puertas, prestos a levantarlas cuando resuene la señal de la llegada del triunfador. Las almas santas, libertadas del limbo hace cuarenta días, aguardan el dichoso momento en que el camino del cielo, cerrado por el pecado, se abra para que puedan entrar ellas en pos de su Redentor. La hora apremia, es tiempo que el divino Resucitado se muestre y reciba los adioses de los que le esperan hora por hora y a quienes El dejará aún en este valle de lágrimas,

EN EL CENÁCULO. — Súbitamente aparece en medio del Cenáculo. El corazón de María ha saltado de gozo, los discípulos y las santas mujeres adoran con ternura al que se muestra aquí abajo por última vez. Jesús se digna tomar asiento en la mesa con ellos; condesciende hasta tomar parte aún en una cena, pero ya no con el fin de asegurarles su resurrección, pues sabe que no dudan; sino que en el momento de ir a sentarse a la diestra del Padre, quiere darles esta prueba tan querida de su divina familiaridad. ¡Oh cena inefable, en que María goza por última vez en este mundo del encanto de sentarse al lado de su Hijo, en que la Iglesia representada por los discípulos y por las santas mujeres está aún presidida visiblemente por su Jefe y su Esposo!

¿Quién podría expresar el respeto, el recogimiento, la atención de los comensales y describir sus miradas fijas con tanto amor sobre el Maestro tan amado? Anhelan oír una vez más su palabra; ¡les será tan grata en estos momentos de despedida!... Por fin Jesús comienza a hablar; pero su acento es más grave que tierno. Comienza echándoles en cara la incredulidad con que acogieron la noticia de su resurrección En el momento de confiarles la más imponente misión que haya sido transmitida a los hombres, quiere invitarles a la humildad. Dentro de pocos días serán los oráculos del mundo, el mundo creerá sus palabras y creerá lo que él no ha visto, lo que sólo ellos han visto.

La fe pone a los hombres en relación con Dios; y esta fe no la han tenido, desde el principio, ellos mismos: Jesús quiere recibir de ellos la última reparación por su incredulidad pasada, a fin de establecer su apostolado sobre la humildad.

LA EVANGELIZACIÓN DEL MUNDO. Tomando enseguida el tono de autoridad que a él sólo conviene, les dice: "Id al mundo entero, predicad el Evangelio a toda creatura. El que crea y se bautice, se salvará; el que no crea, se condenará"2. Y esta misión de predicar el Evangelio en el mundo entero; ¿cómo la cumplirán? ¿Por qué medio tratarán de acreditar su palabra? Jesús se lo indica: "He aquí los milagros que acompañarán a los que creyeren: arrojarán los demonios en mi nombre; hablarán nuevas lenguas; tomarán las serpientes con la mano; si bebieren algún veneno, no les dañará; impondrán sus manos sobre los enfermos, y los enfermos sanarán'".

Quiere que el milagro sea el fundamento de su Iglesia como El mismo lo escogió para que fuese el argumento de su misión divina. La suspensión de las leyes de la naturaleza anuncia a los hombres que el autor de la naturaleza va a hablar; a ellos sólo les toca entonces escuchar y someterse humildemente.

He aquí pues a estos hombres desconocidos del mundo, desprovistos de todo medio humano, investidos de la misión de conquistar la tierra y de hacer reinar en ella a Jesucristo. El mundo ignora hasta su existencia; sobre su trono, Tiberio, que vive entre el pavor de las conjuraciones no sospecha en absoluto esta expedición de un nuevo género que va a abrirse y llegará a conquistar al imperio romano. Pero a estos guerreros les hace falta una armadura, y una armadura de temple celestial. Jesús les anuncia que están para recibirla. "Quedaos en la ciudad, les dice, hasta que hayáis sido revestidos de el poder de lo alto'". ¿Cuál es, pues, esta armadura? Jesús se lo va a explicar. Les recuerda la promesa del Padre, "esta promesa, dice, que habéis oído de mi boca. Juan ha bautizado en agua; pero vosotros, dentro de pocos días, seréis bautizados en el Espíritu Santo".

HACIA EL MONTE DE LOS OLIVOS. — Pero la hora de la separación ha llegado. Jesús se levanta y todos los asistentes se disponen a seguir sus pasos. Ciento veinte personas se encontraban reunidas allí con la madre del triunfador que el cielo reclamaba. El Cenáculo estaba situado sobre el monte Sión, una de las colinas que cerraba el cerco de Jerusalén. El cortejo atraviesa una parte de la ciudad, dirigiéndose hacia la puerta oriental que se abre sobre el valle de Josafat. Es la última vez que Jesús recorre las calles de la ciudad réproba. Invisible en adelante a los ojos de este pueblo que ha renegado de El, avanza al frente de los suyos, como en otro tiempo la columna luminosa que dirigió los pasos del pueblo israelita.

¡Qué bella e imponente es esta marcha de María, de los discípulos y de las santas mujeres, en pos de Jesús que no debe detenerse más que en el cielo, a la diestra del Padre! La piedad de la edad media la celebraba en otro tiempo por una solemne procesión que precedía a la Misa de este gran día. Dichosos siglos, en que los cristianos deseaban seguir cada uno de los pasos del Redentor y no sabían contentarse, como nosotros, de algunas vagas nociones que no pueden engendrar más que una piedad vaga como ellas.

LA ALEGRÍA DE MARÍA.-—Se pensaba también entonces en los sentimientos que debieron ocupar el corazón de María durante los últimos instantes que gozó de la presencia de su hijo. Se preguntaba qué era lo que más pesaba en su corazón maternal, si la tristeza de no ver más a Jesús, o la dicha de sentir que iba por fin a entrar en la gloria que le era debida. La respuesta venía al punto al pensamiento de esos verdaderos cristianos, y nosotros también, nos la damos a nosotros mismos. ¿No había dicho Jesús a sus discípulos: "¿Si me amaseis, os alegraríais de que fuese a mi Padre?'". Ahora bien, ¿quién amó más a Jesús que María?

El corazón de la madre estaba pues alegre en el momento de este inefable adiós. María no podía pensar en sí misma, cuando se trataba del triunfo debido a su hijo y a su Dios.

Después de las escenas del Calvario, podía ella aspirar a otra cosa que a ver al fin glorificado al que ella conocía por el soberano Señor de todas las cosas, al que ella había visto tan pocos días antes, negado, blasfemado, expirando en medio de los dolores más atroces.

El cortejo ha atravesado el valle de Josafat y ha pasado el torrente del Cedrón; se dirige por la pendiente del monte de los Olivos. ¡Qué recuerdos vienen a la memoria! Este torrente, del que el Mesías había bebido el agua fangosa en sus humillaciones, se ha convertido hoy para El en el camino de la gloria. Así lo había anunciado David. Se deja a la izquierda el huerto que fue testigo de la Agonía, la gruta en que fue presentado a Jesús y aceptado por El el cáliz de todas las expiaciones del mundo. Después de haber franqueado un espacio que San Lucas calcula como el que les era permitido recorrer a los judíos en día de Sábado, se llega al terreno de Betania a esta aldea en que Jesús buscaba la hospitalidad de Lázaro y de sus hermanas. Desde este rincón del monte de los Olivos se dominaba Jerusalén que aparecía majestuosa con su templo y sus palacios.

Esta vista emocionó a los discípulos. La patria terrestre hace aún palpitar el corazón de estos hombres; por un momento olvidan la maldición pronunciada sobre la ingrata ciudad de David, y parecen no acordarse ya de que Jesús acaba de hacerles ciudadanos y conquistadores del mundo entero. El delirio de la grandeza mundana de Jerusalén les ha seducido de repente y osan preguntar a Jesús su Maestro: "Señor, ¿es este el momento en que establecerás el reino de Israel?"

Jesús responde a esta pregunta indiscreta: "No os pertenece saber los tiempos y los momentos que el Padre ha reservado a su poder." Estas palabras no quitaban la esperanza de que Jerusalén fuese un día reedificada por Israel convertido al cristianismo; pues este restablecimiento de la ciudad de David no debía tener lugar más que al fin de los tiempos, y no era conveniente que el Salvador diese a conocer el secreto divino. La conversión del mundo pagano, la fundación de la Iglesia, era lo que debía preocupar a los discípulos. Jesús les lleva inmediatamente a la misión que les dió momentos antes: "Vais a recibir, les dice, el poder del Espíritu Santo que descenderá sobre vosotros y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda la Judea y Samaría y hasta los confines de la tierra'".

LA ASCENSIÓN AL CIELO. — Según una tradición que remonta a los primeros siglos del cristianismo, era el medio día la hora en que Jesús fue elevado sobre la cruz cuando, dirigiendo sobre la concurrencia una mirada de ternura que debió detenerse con complacencia filial sobre María, elevó las manos y les bendijo a todos. En este momento sus pies se desprendieron de la tierra y se elevó al cielo.

Los asistentes le seguían con la mirada; pero pronto entró en una nube que le ocultó a sus ojos2. Los discípulos tenían aún los ojos fijos en el cielo, cuando, de repente, dos Ángeles vestidos de blanco se presentaron ante ellos y les dijeron: "Varones de Galilea, ¿porqué estáis mirando al cielo? Ese Jesús que os ha dejado para elevarse al cielo vendrá un día de la misma manera que le habéis visto subir". Del mismo modo que el Salvador ha subido, debe el Juez descender un día: todo el futuro de la Iglesia está comprendido en estos dos términos. Nosotros vivimos ahora bajo el régimen del Salvador; pues nos ha dicho que "el hijo del hombre no ha venido para juzgar al, mundo, sino para que el mundo sea por El salvado". Y con este fin misericordioso los discípulos acaban de recibir la misión de ir por toda la tierra y de convidar a los hombres a la salvación, mientras tienen tiempo.

¡Qué inmensa es la tarea que Jesús les ha confiado, y en el momento en que van a dar comienzo a ella Jesús les abandona! Les es preciso descender solos del monte de los Olivos de donde ha partido El para el cielo, Su corazón, sin embargo, no está triste; tienen con ellos a María, y la generosidad de esta madre incomparable se comunica a sus almas. Aman a su Maestro; su dicha en adelante consistirá en pensar que ha entrado en su descanso.

Los discípulos entraron de nuevo en Jerusalén "llenos de una viva alegría", nos dice S. Lucas, expresando por esta sola palabra uno de los caracteres de esta fiesta de la Ascensión, impregnada de una tan dulce melancolía, pero que respira al mismo tiempo más que cualquier otra alegría y el triunfo. Durante su Octava, intentaremos penetrar los misterios y presentarla en toda su magnificencia; hoy nos limitaremos a decir que esta solemnidad es el cumplimiento de todos los misterios del Redentor y que ha consagrado para siempre el jueves de todas las semanas, día tan augusto por la institución de la santa Eucaristía.

RITOS ANTIGUOS. — Hemos hablado de la procesión solemne por la cual se celebraba, en la edad media, la partida de Jesús y de sus discípulos al monte de los Olivos; debemos recordar también que en este día se bendecía solemnemente el pan y los frutos nuevos, en memoria de la última comida que el Salvador tomó en el Cenáculo. Imitemos la piedad de estos tiempos en que los cristianos tenían a pecho el recoger los menores rasgos de la vida del Hombre-Dios y de apropiárselos, por decirlo así, reproduciendo en su modo de vivir todas las circunstancias que el santo Evangelio les revelaba. Jesucristo era verdaderamente amado y adorado en esos tiempos en que los hombres se acordaban sin cesar que es el soberano Señor. Actualmente, es el hombre quien reina con sus peligros y riesgos. Jesucristo es rechazado en lo íntimo de la vida privada. Y por tanto, tiene derecho a ser nuestra preocupación de todos los días y de todas las horas.

Los Angeles dijeron a los Apóstoles: "Del mismo modo que le habéis visto subir, así bajará un día." ¡Ojalá le hubiésemos amado y servido durante su ausencia con suficiente diligencia, para que pudiésemos soportar sus miradas cuando aparezca!


Visto en Adelante la Fe




Sea todo a la mayor gloria de Dios.

viernes, 24 de mayo de 2019

María Auxiliadora






MARÍA AUXILIADORA


MARÍA EN EL TIEMPO PASCUAL

Sesde que entramos en las alegrías del tiempo pascual, el cielo litúrgico nos ha presentado diariamente nuevos nombres y nuevas glorias que honrar, nombres y glorias refulgentes con los resplandores del sol de Pascua. Sin embargo de eso, ninguna fiesta consagrada a María ha alegrado todavía nuestros corazones recordándonos algunos de los misterios o grandezas de esta augusta reina. Parece que la Iglesia quiere honrar con silencio respetuoso los cuarenta días en los que María, después de tantas angustias, descansa con la posesión de su hijo resucitado. Al meditar el misterio pascual en el curso de este período debemos procurar no aislar nunca al Hijo de la Madre y así estaremos en la verdad. Jesús durante estos cuarenta días se manifiesta con frecuencia en sus discípulos débiles y pecadores ¿puede separarse un instante de la Madre en vísperas de la nueva y última prueba que debe sufrir al abrirse las puertas del cielo para recibir a su Hijo? A menudo Jesús se le aparece y la hace objeto de su ternura filial, pero en el intervalo de estas visitas no la abandona; no sólo su recuerdo sino que su misma presencia permanece en el alma de María con todo el encanto de una íntima e inefable posesión.

¡Ninguna fiesta hubiera podido expresar tal misterio! Con todo eso, el Espíritu Santo que sigue los sentimientos de la Iglesia, ha hecho nacer en los corazones de los fieles la idea de tributar homenajes especiales a María, durante el mes de mayo, en que transcurre el tiempo Pascual. No hay duda que favorables circunstancias han ayudado a la piedad a concebir la hermosa idea de consagrar el mes de mayo a María, pero si tenemos en cuenta la influencia celestial y misteriosa que guía todo en la Iglesia, comprenderemos que existe en el fondo de esta determinación, una intención divina de unir a las alegrías maternales de que está repleto en estos días el corazón inmaculado de María, la alegría de que gozan los corazones de sus hijos terrenos, durante todos los días de este mes consagrado a celebrar sus grandezas y misericordias.


LA FIESTA DE ESTE DÍA

Hoy se celebra una fiesta en honor de María, fiesta que no está inscrita en el calendario universal de la Iglesia, pero que está tan extendida con el consentimiento de la Santa Sede, que el presente Año Litúrgico quedaría como incompleto si no la hubiéramos concedido un sitio. Su finalidad es honrar a la Madre de Dios con el título de Socorro de los Cristianos; nombre por lo demás muy merecido por los incesantes favores que esta todopoderosa Auxiliadora ha prodigado a la cristiandad. Desde que el Espíritu Santo descendió sobre María en el Cenáculo para que comenzara a ejercer en la Iglesia militante su poder de Reina, hasta las últimas horas de la duración de este mundo, ¿quién será capaz de contar todas las veces que ejerció y ejercerá su influjo bienhechor en la herencia de su Hijo?

Se elevaron las herejías unas tras otras, sostenidas por el lazo de los poderosos de la tierra pareciendo que iban a devorar la raza de los fieles; pero cayeron sucesivamente unas y otras aniquiladas por completo y la Iglesia nos enseña que, gracias al fuerte apoyo de María, ha salido siempre triunfante en esas ocasiones. Si, a veces, el progreso de la Iglesia ha sufrido obstáculos por escándalos inauditos o por tiranías indecibles, el brazo siempre armado de nuestra invicta Reina ha abierto el camino y la Esposa del Redentor ha ido libre y arrogante dejando tras sí sus grillos quebrados y sus enemigos vencidos. Al considerar tales maravillas el gran San Pío V después de la victoria de Lepanto, en que nuestra augusta triunfadora aniquiló para siempre el poder naval de los turcos, juzgó que era el momento propicio de poner en las Letanías de la Santísima Virgen, al fin de otros títulos con que la Iglesia la saluda, el de Auxilio de los cristianos, AUXILIUM CHRISTIANORUM.


REGRESO DE PÍO VII A ROMA

Estaba reservado a Pío VII ensalzar más este hermoso título y hacer objeto de una fiesta conmemorativa de todos los auxilios que María se ha dignado conceder a la cristiandad en todas las épocas. No pudo ser escogido mejor. El 24 de mayo de 1814 entró en Roma aclamado por todo el pueblo. Viene después de un cautiverio de cinco años en los que el gobierno de la Iglesia estuvo enteramente suspendido. Las potencias coaligadas contra su opresor no tuvieron el honor de quebrar sus hierros, aquél mismo que le tenía alejado de Roma le dejó en libertad de volver en los últimos meses del año precedente. Mas el Pontífice prefirió escoger su tiempo y hasta el 25 de enero no abandonó Fontamebleau. Roma en la que va a volver a entrar había sido unida al imperio francés cinco años antes por un decreto en que se leía el nombre de Carlomagno; ella, la ciudad de San Pédro, se vió convertida en capital de provincia presidida por un gobernador y como para borrar para siempre el recuerdo de la que fué la ciudad de los Papas, su nombre fué dado en título al presunto heredero de la corona imperial de Francia.

¡Dichoso aquél 24 de mayo que brilló con la vuelta triunfal del Pontífice como Pastor y Soberano de esta sagrada ciudad, de la que había sido sacado de noche por los soldados! En su camino se encontró con los ejércitos y Europa reconoció sus derechos. Este es superior en antigüedad y dignidad al de todos los reyes; y todos sin distinción de herejes, cismáticos y católicos lo reconocerán claramente.

Todo esto no nos revela por completo el alcance del prodigio que la todopoderosa Auxiliadora se dignó obrar. Para comprenderlo tal cual es, es necesario tener en cuenta que el testigo de esta maravilla es el siglo xix; y tiene lugar en aquellos años durante los cuales sufría aún el yugo destructor del volterianismo, en los que aun vivían por doquier los culpables y cómplices de todos crímenes e impiedades que fueron como el coronamiento del siglo XVIII. Todo se oponía a un resultado tan feliz e inesperado; la conciencia católica aún no se había despertado como ocurrió algún tiempo después; la intervención del cielo iba a manifestarse directamente; y para manifestarlo ante la cristiandad, Roma consagró en honor de María, Auxilio de los Cristianos, el día 24 de mayo de todos los años.


RESTAURACIÓN DEL TRONO PONTIFICIO

Tratemos de comprender ahora el pensamiento divino en la doble restauración que Cristo efectuó por mediación de su augusta madre. Pío VII que había sido arrebatado de Roma y destronado vuelve a Roma como Papa y como Soberano temporal. En las fiestas de la Cátedra de San Pedro en Roma y en Antioquía vimos que según la doctrina de la Iglesia la transmisión de los derechos conferidos por Cristo a San Pedro va aneja a la dignidad de Obispo de Roma. Por consiguiente el residir en la ciudad de Roma constituye un derecho al mismo tiempo que un deber del sucesor de San Pedro, salvo el caso en que juzgara en su prudencia de ver abandonarla durante algún tiempo. Se opone, pues, a la divina voluntad el que, por medio de la fuerza, retiene al Sumo Pontífice fuera de Roma o le impide residir en ella; el pastor debe habitar en medio de su rebaño; y siendo la Iglesia de Roma la elegida por por Cristo entre todas las iglesias del mundo, éstas tienen derecho a encontrar en Roma, destinada a tanto honor desde el principio, a quien es al mismo tiempo doctor infalible de la fe y principio de todo poder espiritual. El primer, beneficio, pues, que debemos a María en este día es haber restituido el Esposo a la Esposa y haber vuelto a sus circunstancias normales el supremo gobierno de la Santa Iglesia.

El segundo, haber otorgado otra vez al Papa la posesión del poder temporal que constituye la garantía más firme de su independencia en el ejercicio del poder espiritual. La historia nos cuenta hechos lamentables que, de una vez para siempre, demostraron los peligros propios de aquella situación en la que el Papa está subordinado a un soberano, y la experiencia del pasado nos enseña que si la ciudad de Roma no está bajo el poder del Papa la cristiandad podría echarle en cara no haber sabido velar siempre por la libertad o dignidad de la Iglesia en la elección del Sumo Pontífice. L a divina providencia ha provisto a la necesidad del inmenso rebaño de Cristo, preparando de antemano los fundamentos del poder temporal del Papado sobre Rompí y su territorio antes que la espada de los Francos interviniese para vengar, reconstruir y aumentar esta preciosa propiedad que es un bien para la cristiandad. Cualquiera que se atreva a invadirla, causa la más sensible herida a la libertad de toda la Iglesia y hace un mes oímos que el gran doctor San Anselmo nos enseñaba: "Nada ama Dios tanto en este mundo como la libertad de su Iglesia." Por eso siempre la ha defendido.


LA SOBERANÍA PONTIFICIA

La soberanía pontificia sobre Roma y sobre el territorio ofrecido a la Iglesia tiene su razón de ser en las necesidades del orden sobrenatural. Por consiguiente, esta soberanía supera en dignidad a todas las demás, y estando consagrada al servicio de Dios en la tierra, debe colocarse entre las cosas sagradas. Cualquiera que se atreva a invadirla no sólo es un ladrón sino un sacrilego; y los anatemas de la Iglesia caen sobre él con todo su rigor. Toda la historia es testigo de cuán lamentable ha sido la suerte de aquellos soberanos que habiendo despreciado el anatema, no se preocuparon de dar satisfacción a la Iglesia y se ha atrevido a enfrentarse con la justicia de quien ha concedido a Pedro el poder de atar y desatar.

Por último, siendo la autoridad el fundamento de todas las sociedades humanas, y siendo tan importante el conservarla para el mantenimiento del orden y de la justicia, debe ser respetada sobre todo en guien es su más alta expresión en la tierra; esto es, en el romano Pontífice cuyos derechos temporales son antiquísimos por lo que hoy día puede comprobarse, y en quien el supremo poder espiritual eleva aún más su dignidad real. Cualquiera que ataque o destruya la soberanía temporal del Papa, ataca y destruye por lo mismo toda soberanía, porque ninguna puede parangonarse con ella, ni pretender mantenerse si ella sucumbe.

Gloria, pues, sea dada a María en el día 24 de mayo, dedicado a reconocer el doble favor pascual que realizó extendiendo el poder de su brazo, para dar a un mismo tiempo el bienestar a la Iglesia y a la sociedad. Unámonos a las vivas aclamaciones de los romanos haciendo que resuenen en idéntico entusiasmo el Aleluya de la Pascua y el Hosanna al vicario de Dios, Padre de la Patria. El recuerdo de San Pedro fuera de prisión y puesto en libertad se cernía sobre esta multitud loca de amor para con el Papa a quien tantas pruebas le habían hecho más augusto. Su carroza marchaba por la Vía Flaminia; los ciudadanos ebrios de alegría, la desunieron y la condujeron a la basílica Vaticana donde el Pontífice se había dado prisa a ir para deshacerse en acción de gracias sobre la tumba del Príncipe de los Apóstoles.


MARÍA Y LA CONVERSIÓN DE NAPOLEÓN

Pero no demos fin a este día sin haber celebrado la misericordiosa intervención de nuestra poderosa Auxiliadora. Si algunas veces se muestra airada en la protección de su pueblo, su corazón no puede menos de sentir piedad para con los vencidos; también para con ellos cuando están humillados sabe mostrarse compasiva. Testigo es el gran conquistador de quien ella triunfó el 24 de mayo y a quien su bondad se apresuró a convertir haciéndole volver a la fe de sus padres. Un día Pío VII recibió un mensaje desde Santa Elena. El emperador destronado, a quien había ungido con el sagrado óleo en Notre Dame, y que después había tenido la desgracia de atraerse los rayos espirituales, cuyo empleo gobierna el mismo Dios, pedía al Pontífice, al único rey de Roma, la gracia de no vivir privado durante más tiempo de los Misterios, que sólo el sacerdocio católico está autorizado por el cielo para administrarlos. Era la segunda victoria de María.

Pío VII, cuyo nombre pronunciaba enternecido el emperador en los días de su destierro, y que llamaba "cordero" (1), Pío VII que, a los ojos de toda Europa, había recogido en Roma a los miembros de esta familia que había sido destronada al mismo tiempo que tantos tronos, se apresuró a satisfacer el deseo de su antiguo adversario; y pronto el sacrificio reconciliador del cielo y de la tierra, fué ofrecido en presencia del vencido, en esta isla inglesa y protestante. María proseguía su conquista. Pero la divina justicia, antes de perdonar, quería que la expiación fuera completa y solemne. El que, al levantar los altares de Francia, fué el instrumento de la salvación de tantos millares de almas, no debía perecer; pero, pues, se había atrevido a tener cautivo al Pontífice supremo en el castillo de Fontainebleau, en este mismo castillo, y no en otro, era necesario que se verificase el acto de su abdicación. Durante cinco años había tenido consigo sufriendo al Vicario de Dios; cinco años tuvo que soportar una cautividad penosa y humillante. Cumplida la ley del talión, el cielo dejó a María el cuidado de terminar la conquista. Reconciliado con la Iglesia su madre, fortalecido con los divinos sacramentos que purifican a toda alma y la preparan para la eternidad, Napoleón entregó la suya a Dios, el cinco de mayo, mes consagrado a María. "Dios es piadoso y misericordioso, pius et misericors", dice la Sabiduría en el Eclesiástico (2). María también es piadosa y misericordiosa; por eso la saludamos en este día con el bello título de Auxiliadora. Ya se trate de la salud de toda la Iglesia, ya de la salud de algún alma en particular, María es y será siempre el Auxilio de los Cristianos. Dios lo ha querido así y nosotros penetramos sus intenciones cuando profesamos una confianza ilimitada en los brazos de tan poderosa reina y en corazón de tan tierna madre (3).


ORACIÓN POR ROMA

Acabamos de unir a las alegrías pascuales, oh Reina nuestra, las alegrías que a todo hijo de la Iglesia inspira tu intervención en favor de la cristiandad en este memorable día en que Roma vuelve a ver a su Pastor y a su Rey. Tú que has ganado la victoria, recibe nuestros homenajes. Tus alabanzas resuenan durante todo este mes; pero en este día con mayor gozo se elevan a Ti. Dígnate mirar por Roma y su Pontífice. Han aparecido nuevos peligros: la piedra puesta por Jesús se ha convertido en señal de contradicción. Sabemos, oh María, que esta piedra es inmovible y que la Iglesia se sienta firmemente sobre ella; pero sabemos también que los destinos no son eternos aqui abajo. Un día será arrebatada al cielo y este día será el último que verá este mundo pecador. Hasta este terrible instante ¿acaso no eres nuestra omnipotente Auxiliadora? Dígnate extender su irresistible brazo. Acuérdate de Roma en la que tu culto ha sido tan amado, en la que santuarios tan importantes proclaman la gloria de tu nombre.


... POR LA IGLESIA

Pero Roma no es el único lugar de la tierra que implora tu poderoso socorro. En todas las partes, la Viña de tu Hijo está expuesta a las acometidas del j abalí (4). El mal, el error, la seducción se extienden por todo el mundo; no hay ningún lugar de la tierra en el que la Iglesia no esté y su libertad violada o amenazada. Las sociedades, apartadas de la tradición cristiana en sus leyes y costumbres son impotentes y continuamente se precipitan al abismo. ¡Oh Auxiliadora nuestra!, socorre al mundo en tan gran peligro. Tú que eres podedosa no dejes perecer la raza rescatada por Jesús y que desde lo alto de la cruz te ha encomendado.


... POR TODOS

Oh María, Auxilio de los cristianos, esres la esperanza de nuestras almas; y nuestras almas están amenazadas por el mismo enemigo que acomete a las sociedades humanas. Tú, oh María, has obtenido brillantes triunfos para la salvación de tus hijos; te suplicamos no dejes de socorrer a los pobres pecadores, los hechos prueban que eres tú a quien, de un modo especial, Jesús tenía presente, cuando queriendo llenar de convidados la sala del festín eterno, dice a los servidores de su amor: "Forzarlos a entrar"(5).

Nuestras necesidades nos obligan a elevar nuestras voces suplicantes a ti, oh Señora Nuestra Auxiliadora; no olvidamos los deberes particulares que son debidos en estos días en que la Santa Iglesia celebra las inefables relaciones que tienes con tu Hijo resucitado. ¡Con qué placer se une al gozo que ha sustituido en tu alma a los sufrimientos del Calvario y del Sepulcro! A la madre consolada y triunfante con su Hijo ofrecemos, con las flores de primavera el homenaje anual de nuestras alabanzas en todo el transcurso del mes, cuyas gracias y esplendor se armonizan tan bien con tu inmortal belleza. Por otra parte, conserva nuestras almas en el fulgor que h a n adquirido en la Pascua al contacto con Jesús resucitado y dígnate prepararnos a recibir dignamente los dones del Espíritu Santo que no tardará en llegar, resplandeciente de los fuegos de Pentecostés, para sellar en nosotros con su venida la obra de la regeneración pascual.


Notas

1. LAS CASAS, Memorial de Sainte-Héléne.880
2. Eccl., II, 13.
3. El título de Auxilio de los Cristianos fué otorgado a María por San Pío V en reconocimiento de la victoria de Lepanto. La fiesta de María Auxiliadora fué instituida por Pío VII en acción de gracias por su vuelta a Roma, después de un cautiverio de cinco años, y después de su segundo retorno del destierro después de la invasión de sus Estados durante los 100 días en 1815.
4. Ps., LXXIX, 14.
5. S. Lucas, XIV, 23.




Sea todo a la mayor gloria de Dios.

jueves, 23 de mayo de 2019

San Bernardino de Siena, Confesor





SAN BERNARDINO DE SIENA, 
CONFESOR


EL SANTO NOMBRE DE JESÚS

En otra estación del año litúrgico, cuando ofrecimos nuestros homenajes y anhelos junto a la cuna del Niño divino, se consagró uno de los días a celebrar la gloria y saborear la dulzura de su nombre. La Santa Iglesia salta de alegría al pronunciar este nombre que su celeste Esposo eligió desde toda eternidad; y el género humano respira con confianza pensando que el Dios supremo que podría llamarse el Justo y el Vengador, desea más bien, ser llamado en adelante Salvador. Bernardino de Sena, a quien festejamos en este día, se nos manifestó por entonces llevando en sus manos y ofreciendo a la consideración de los hombres este bendito nombre rodeado de luz. Invitaba al mundo entero a venerar con amor y confianza este sagrado nombre en el que se revela divinamente toda la economía de nuestra salvación.

La Iglesia agradecida acepta esta señal: alienta a sus fieles a recibir de las manos del hombre Dios escudo tan poderoso contra los dardos del espíritu de las tinieblas, a estimar sobre todo un nombre que nos enseña hasta qué extremo ha amado Dios al mundo: por fin cuando el santo nombre de Jesús hubo conquistado por su adorable belleza todos los corazones cristianos, le dedicó una de las solemnidades del Tiempo de Navidad.

En este día ha reaparecido el noble hijo de San Francisco, y sus manos tienen siempre el glorioso retrato del nombre sagrado. Mas ya no es el nombre profético del Niño recién nacido, el que la Virgen repetía con ternura y respeto, inclinada sobre su cuna: es un nombre que resuena con mayor estrépito que las tormentas, es el trofeo de las más brillantes victorias, es la profecía cumplida en toda su plenitud. El nombre de Jesús indicaba al género humano un Salvador: Jesús ha salvado al género humano muriendo y resucitando por él; ahora es Jesús en el pleno sentido de la palabra. Recorred la tierra y decidnos en qué lugar no es conocido este nombre: decidnos qué otro nombre ha congregado a los hombres en una sola familia.

Los príncipes de la Sinagoga quisieron detener el empuje de este victorioso nombre, y destruirle en Jerusalén: dijeron a los apóstoles: "Os prohibimos la enseñanza de este nombre". Y para respuesta, Pedro pronunció esta enérgica sentencia, que resume toda la fortaleza de la Iglesia: "Mejor es obedecer a Dios que a los hombres." Pero fue como si hubieran intentado tratar de detener el sol en su curso; y cuando el poder romano se impuso el deber de poner obstáculos por medio de sus edictos al progreso triunfal de este nombre, ante el cual toda rodilla debe inclinarse, se vió reducido a la impotencia. Al cabo de tres siglos el nombre de Jesús se extendía por todo el mundo romano.


PREDICADOR DEL NOMBRE DE JESÚS

Armado con este nombre sagrado, Bernardino recorrió en el siglo xv las ciudades de Italia, en luchas unas contra otras, y frecuentemente divididas hasta en su interior. El nombre de Jesús en sus manos se convierte en el arco iris de la paz. En todos los lugares donde Bernardino enarbola este símbolo, toda rodilla se inclina, el corazón herido y rencoroso se aplaca, el pecador corre a las fuentes del perdón. Las tres letras que representan este nombre siempre bendito debían llegar a serles familiares a todos los ñeles: se las esculpía, se las gravaba, y se las pintaba en todas las partes: y la catolicidad lograba una nueva expresión de su religión y de su amor hacia el Salvador de los hombres.

Bernardino Predicador inspirado, ha dejado numerosos escritos que le declararon doctor de primer orden en la ciencia divina. Nos hubiera gustado, si el" espacio nos lo hubiese permitido dejarle exponer aquí las grandezas del misterio de la Pascua: permitámosle, por lo menos, expresar su pensamiento sobre la aparición del Salvador resucitado a su Santa Madre. El lector católico verá con alegría la unión doctrinal que reina en esta materia tan importante entre la escuela franciscana representada por San Bernardino, y la escuela dominicana cuyo testimonio reproducimos en la fiesta de San Vicente Ferrer.


LA APARICIÓN DE JESÚS A MARÍA

"Del hecho que la historia evangélica no dé ningún detalle acerca de la visita que Cristo hizo a su Madre para consolarla, después de resucitado, no se puede deducir que el misericordiosísimo Jesús, fuente de toda gracia y consuelo tan solícito en alegrar a los suyos con su presencia, hubiera olvidado a su Madre, que sabía habría estado totalmente embargada por las amarguras de su Pasión. Pero plugo a la providencia de Dios no manifestarnos esta particularidad en el texto del Evangelio por tres razones:

"En primer lugar, por causa de la firmeza de la fe que tenía María." La certeza que tenía la Virgen Madre de la Resurrección de su Hijo no fué quebrantada en nada, ni aún por la más leve duda. Cosa fácil es de creer, si se reflexiona sobre la gracia particularísima de la que fué llena la Madre de Cristo Dios, Reina de los Angeles, Señora del universo. El silencio de la Escritura sobre esta materia dice más a las almas iluminadas que la misma declaración. Hemos tratado de conocer a María desde la visita del Angel, en el momento en que el Espíritu Santo la cubre con su sombra: la hemos encontrado al pie de la cruz, Madre de dolores presente junto a su Hijo moribundo. Si, pues, el Apóstol pudo decir: "En proporción a la parte que hubiereis tenido en los sufrimientos participaréis en las consolaciones'"; calculad según esto, la medida en que la Virgen Madre debió de ser asociada a las alegrías de la Resurrección. Se debe, pues, estar cierto de que su dulcísimo Hijo resucitado la consoló antes que a los demás. Esto es lo que la Iglesia parece querer indicar al celebrar en Santa María la Mayor la Estación del día de Pascua. De otro modo, si porque los evangelistas no dicen nada, queréis concluir que su Hijo resucitado no se apareció primeramente a Ella, sería necesario proseguir hasta afirmar que no se la apareció nunca, puesto que los mismos Evangelistas, en sus diversas apariciones que relatan no señalan ninguna que se refiere a Ella. Semejante conclusión sería impía.

"En segundo lugar, el silencio del Evangelio se explica por la infidelidad de los hombres. El fin del Espíritu Santo al inspirar los Evangelios, fué describir las apariciones que podían quitar toda duda a los hombres carnales acerca de la creencia en la Resurrección de Cristo. Su categoría de Madre hubiera sido más débil a sus ojos el testimonio de María: por esta razón no fué alegado, aunque seguramente no pudo haber entre todos los seres nacidos o por nacer ninguna criatura, si se exceptúa la humanidad de su Hijo Cuya afirmación merezca con mayor motivo ser admitida por toda alma verdaderamente piadosa. Pero era necesario que el texto evangélico no nos relatase más que testimonios que pudiesen ser dichos en presencia de todo él mundo: en cuanto a la aparición de Jesús a su Madre, el Espíritu Santo la ha reservado para quienes son iluminados por su luz.

"En tercer lugar, este silencio se explica por la sublimidad misma de la aparición. Después de la Resurrección, los Evangelios no dicen nada acerca de la Madre de Cristo, porque sus tiernas relaciones con su Hijo fueron en adelante tan sublimes, tan inefables que no había términos en qué expresarlas. Existen dos clases de visión: una, puramente corporal y relativamente imperfecta; otra, que tiene su sede principal en el alma y es propia de las almas ya transformadas. Admitid, si queréis que Magdalena participó antes que los demás en la visión puramente corporal, puesto que reconocéis que la Virgen vió antes que ella, y de una manera más sublime a su Hijo resucitado; que le reconoció y disfrutó la primera de sus deliciosos amores en su alma más aún que en su cuerpo'."


VIDA

Bernardino nació cerca de Sena en el 1380. Transcurrió su juventud en intensa piedad y en perfecta inocencia, unida a una g r a n generosidad hacia los pobres y enfermos. En el 1402 ingresó en los Hermanos Menores. Dos años después recibió el sacerdocio y empezó la larga carrera de predicaciones que le obligará a recorrer toda Italia. Gracias al nombre de Jesús, por el ejemplo de su piedad y de sus virtudes, por el brillo de sus milagros, convirtió a muchas almas, terminó por aplacar las discordias civiles y se le puede considerar como precursor de la reforma que realizaron más tarde los concilios de Letrán y Trento. Murió en Aquila el 20 de mayo de 1444 y f u é canonizado seis años después por el Papa Nicolás V.


GLORIA DEL NOMBRE DE JESÚS

¡Qué bellos son, oh Bernardino, los rayos que forman la aureola del Nombre de Jesús! ¡Qué dulce es su luz, cuando el Hijo de Dios recibe este nombre salvador el octavo día de su nacimiento! ¿Pero qué ojo mortal podrá soportar su esplendor cuando obre nuestra salvación no ya en la humildad y en el sufrimiento sino en el triunfo de su Resurrección? En medio de los resplandores personales del Nombre de Jesús apareces tú, oh Bernardino; el nombre que amaste y glorificaste te asocia en adelante a su victoria. Extiende, pues, ahora sobre nosotros, más copiosamente que lo hiciste sobre la tierra, los tesoros de amor, admiración y esperanza cuya fuente es este divino Nombre y purificad los ojos de nuestra alma, para que un día podamos contemplar contigo sus magnificencias.


PLEGARIA 

Ilustre hijo del Gran Patriarca de Asís, la Orden Seráfica te venera como una" de sus principales columnas; hiciste revivir en su seno la primitiva observancia: continúa desde lo alto del cielo protegiendo la obra empezada por ti aquí. L a familia de San Francisco es uno de los más firmes baluartes de la Santa Iglesia, haz que siempre florezca, sosténla en las tempestades, auméntala en proporción de las necesidades del pueblo fiel, porque eres el segundo Padre de esta sagrada familia y tus súplicas son poderosas ante el Redentor cuyo nombre glorioso publicaste en la tierra.




Sea todo a la mayor gloria de Dios.

domingo, 19 de mayo de 2019

Cuarto Domingo después de Pascua






CUARTO DOMINGO DESPUÉS DE PASCUA


LA INSTITUCIÓN DE LOS SACRAMENTOS

Hemos visto a Jesús constituir su Iglesia y poner en manos de los apóstoles el depósito de verdades que serán objeto de nuestra fe. Hay otra obra no menos importante para el mundo, en la que pone sus cuidados durante este último período de su permanencia sobre la tierra: es la institución definitiva de los Sacramentos. No basta creer; es necesario también que nos santifiquemos es decir nos hagamos conformes a la santidad de Dios; es necesario que la gracia, fruto de la redención, descienda a nosotros, se incorpore a nosotros, para que llegando a ser los miembros vivos de nuestro divino Jefe, podamos ser coherederos de su reino. Así pues, por medio de los sacramentos Jesús obrará en nosotros esta maravilla de la justificación, aplicándonos los méritos de su Encarnación y de su Sacrificio por los medios que El ha decretado en su poder y en su sabiduría.


FUENTES Y CANALES DE LA GRACIA

Como soberano señor de la gracia es libre de determinar las fuentes por las que la hará descender sobre nosotros; a nosotros nos toca conformarnos a su voluntad. Cada uno de los Sacramentos será, pues, una ley de su religión, de manera que el hombre no podrá pretender recibir los efectos que el Sacramento está destinado a producir si desdeña o retarda cumplir las condiciones según las cuales opera. Admirable economía que concilla en un mismo acto, la humilde sumisión del hombre con la más pródiga largueza de la munificencia divina.

Hemos mostrado hace algunos días, cómo la Iglesia, sociedad espiritual era al mismo tiempo una sociedad visible y exterior, ya que el hombre a la que está destinada está compuesto de cuerpo y alma. Jesús, al instituir sus Sacramentos, asigna a cada uno su rito esencial; y este rito es exterior y sensible. El Verbo, al tomar carne, ha hecho de ella, en su Pasión sobre la cruz, el instrumento de nuestra salvación: por la sangre de sus venas nos ha rescatado; prosiguiendo este plan toma los elementos de la naturaleza física como auxiliares en la obra de nuestra justificación. Los eleva al estado sobrenatural y les hace conductores fieles y omnipotentes de su gracia hasta lo más íntimo de nuestras almas. De este modo se aplicará hasta sus últimas consecuencias el misterio de la Encarnación, que ha tenido como fin elevarnos, por las cosas visibles, al conocimiento y a la posesión de las invisibles. De este modo es quebrantado el orgullo de Satanás, que despreciaba la criatura humana, porque el elemento material se unía en ella a la grandeza espiritual, y que rehusó para su eterna desdicha, doblar la rodilla ante el Verbo hecho carne.

Al mismo tiempo, los sacramentos, siendo signos sensibles, formaron un nuevo lazo entre los miembros de la Iglesia ya unidos entre sí por la sumisión a Pedro y a los Pastores que él envía, y por la confesión de una misma fe. El Espíritu Santo nos dice en las Santas Escrituras que "el lazo triple difícilmente se rompe'"; por tanto así es este que nos liga a la gloriosa unidad de la Iglesia: Jerarquía, Dogma y Sacramentos, todo contribuye a hacer de nosotros un solo cuerpo. Del septentrión al mediodía, de oriente a occidente, los Sacramentos proclaman la fraternidad de los cristianos; son en todos los lugares su señal de reconocimiento y el distintivo que les designa a los ojos de los infieles. Por este fin estos Sacramentos son idénticos para todas las razas bautizadas, cualquiera que sea la variedad de fórmulas litúrgicas que acompañan su administración; por doquier el fondo es el mismo y se produce la misma gracia bajo los mismos signos esenciales.


EL SEPTENARIO SAGRADO

Jesús resucitado escoge siete para el número de sus sacramentos. Sabiduría eterna del Padre, nos revela en el Antiguo Testamento, que se construirá una casa, que es la Santa Iglesia, y añade que la cimentará sobre siete columnas. Esta Iglesia la simboliza ya en el tabernáculo de Moisés y ordena que un candelabro de siete brazos cargados de flores y de frutos, ilumine día y noche el Santuario. Si arrebata al cielo en éxtasis a su discípulo amado es para mostrarse a él rodeado de siete candelabros y teniendo siete estrellas en su mano. ¡Si se manifiesta con las apariencias de Cordero vencedor, este Cordero tiene siete cuernos, símbolo de su fuerza, y siete ojos que indican la amplitud infinita de su cienciaCerca de él está el libro que contiene los destinos del género humano, y este libro está sellado con siete sellos que el Cordero sólo puede levantar. Ante el trono de la Majestad divina el discípulo ve siete Espíritus bienaventurados resplandecientes como siete lámparas6, atentos a las menores órdenes de Dios, y prestos a llevar su palabra hasta los últimos límites de la creación.


LOS SIETE PECADOS CAPITALES

Si ahora nos volvemos hacia el reino de las tinieblas vemos al espíritu del mal ocupado en remedar la obra divina y usurpando el número siete para mancillarle consagrándole al mal. Siete pecados capitales son el instrumento de su victoria sobre el hombre; y el Señor nos ha advertido que cuando Satanás en su furor se lance sobre un alma, toma con él siete espíritus de los más perversos del abismo. Sabemos que Magdalena, afortunada pecadora, no recobró la vida del alma sino después que el Salvador hubo expulsado de ella siete demonios. Esta provocación del espíritu del orgullo forzará a la cólera divina, cuando caiga sobre el mundo pecador, a imprimir el número siete hasta sus justicias. San Juan nos enseña que siete trompetas, tocadas por siete Angeles, anunciarán las convulsiones sucesivas de la raza humana y que otros siete Angeles verterán sucesivamente sobre la tierra pecadora siete copas colmadas de la cólera de Dios.

Nosotros, pues, que queremos ser salvos y gozar de la gracia en este mundo y en la otra de la visión de nuestro Maestro resucitado, acojamos con respeto y reconocimiento el Septenario misericordioso de sus Sacramentos. En este número sagrado ha sabido encerrar todas las formas de su gracia. Sea que él vele en su bondad para hacernos pasar de la muerte a la vida, por el bautismo y la penitencia; sea que se aplique a sostener en nosotros la vida sobrenatural y a consolarnos en nuestras pruebas, por la Confirmación, la Eucaristía y la Extrema-Unción; sea en fin que provea al ministerio de su Iglesia y a su propagación por el Orden y el Matrimonio: no se encontrará una necesidad del alma, una indigencia de la sociedad cristiana, que no haya llenado por medio de las siete fuentes de la regeneración y de la vida que tiene abiertas para nosotros y que no cesa de hacer correr sobre nuestras almas.

Los siete sacramentos bastan para todo; uno solo que faltase, la armonía se destruiría. Las Iglesias de Oriente, separadas de la unidad católica después de tantos siglos, confiesan con nosotros el septenario sacramental; y el protestantismo, al poner sobre este número su mano pecadora, ha demostrado con esto, como en todas sus otras reformas pretendidas, que le falta el sentido cristiano. No nos admiremos; la teoría de los sacramentos se impone en toda su totalidad a la fe; primeramente, la humilde sumisión del fiel debe acogerla como dimanando del soberano Maestro; cuando ella se aplica al alma, su magnificencia y su eficacidad divina se revelan, entonces nosotros comprendemos, porque hemos creído. Credite et intellígetis.


EL BAUTISMO

Hoy, consagramos nuestra admiración y nuestro reconocimiento al primero de los Sacramentos, al bautismo. El tiempo pascual nos le presenta en toda su gloria. Le hemos visto en el Sábado Santo, colmando los votos del feliz catecúmeno y alumbrando para la patria celestial a pueblos enteros. Pero este misterio había tenido su preparación.. En la fiesta de Epifanía adoramos a Emmanuel descendiendo sobre las aguas del Jordán y comunicando al elemento por el contacto de su carne, la virtud de purificar todas las máculas del alma. El Espíritu Santo viene a descansar sobre la cabeza del Hombre- Dios y a fecundar con su influjo divino el elemento regenerador, mientras que la voz del Padre celestial resonaba en la nube, anunciando la adopción que él se dignaría hacer de los bautizados, en, su Hijo Jesús, objeto de su eterna complacencia.

Durante su vida mortal, el Redentor se explica ya delante de un doctor de la ley sobre sus misteriosas intenciones: "Aquel—dice—-que no fuere regenerado en el agua y en el Espíritu Santo no podrá entrar en el reino de Dios'". Según su costumbre casi constante, anuncia lo que debe hacer en el futuro, pero todavía no lo cumple; nosotros solamente sabemos que no habiendo sido puro nuestro primer nacimiento, El nos prepara uno segundo que será santo y del que el agua será el instrumento.

Pero en estos días ha llegado el momento en el que va a declarar el poder que ha dado a las aguas de producir la adopción proyectada por el Padre. Dirigiéndose a sus Apóstoles les dice con la majestad de un rey que promulga la ley fundamental de su imperio: "Id, enseñad a todas las naciones; bautizadlas en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo'". La salvación por las aguas, con la invocación de la Santísima Trinidad, tal es el beneficio capital que anuncia al mundo; porque dice también: "El que creyere y fuere bautizado se salvará"2. Revelación llena de misericordia para con la raza humana; inauguración de los sacramentos por la declaración del primero, de aquel que según la expresión de los Padres, es la puerta de todos los demás.

Saludemos con amor, este augusto misterio nosotros que le debemos la vida de nuestras almas, con el sello eterno y misterioso que hace de nosotros los miembros de Jesús. San Luis, bautizado en la desconocida pila de Poissy, se complacía en firmar Luis de Poissy, considerando la fuente bautismal como una madre que la había engendrado a la vida celestial, y olvidando su origen real para no acordarse más que 1 S. Mateo, XXVIII, 19. 2 S. Marcos, XVI, 16. Nuestros sentimientos deben ser los mismos que los de este santo rey.

Pero admiremos la condescendencia de Jesús resucitado, cuando instituyó el más indispensable de los sacramentos. La materia que escogió es la más común; la más fácil de encontrar. El pan, el vino, el aceite de oliva, no se encuentran siempre en todas las partes de la tierra; el agua corre por doquier; la providencia de Dios la ha multiplicado bajo todas las formas, para que el día señalado, la fuente de regeneración estuviese al alcance en todas partes para el hombre pecador.

Sus demás Sacramentos el Salvador se los ha confiado al sacerdocio, el cual sólo tiene poder para administrarlos; no ocurre lo mismo con el bautismo. Todo fiel puede ser el ministro sin distinción de sexo ni de condición. Más aún, todo hombre, aunque no sea miembro de la Iglesia cristiana, puede conferir a su semejante, por medio del agua y la invocación de la Santa Trinidad, la gracia bautismal que no posee él con la única condición, de querer cumplir seriamente en este acto lo que hace la Iglesia, cuando ella administra el sacramento del Bautismo.

Y más aún. Puede faltar este ministro del sacramento al hombre que va a morir; la eternidad se va a abrir para él sin que la mano de otro se levante para derramar sobre su cabeza el agua purificadora; el autor divino de la regeneración de las almas no le abandona en este momento supremo. Que rinda homenaje al santo Bautismo, que le desee con todo el ardor de su alma, que entre en los sentimientos de una compunción sincera y de un verdadero amor; después si muere: la puerta del cielo se le ha abierto por el bautismo de deseo.

Pero el niño que aún no tiene uso de razón y que la muerte va a segar en algunas horas ¿ha quedado olvidado en esta munificencia general? Jesús ha dicho: "Aquel que creyere y fuere bautizado se salvará, entonces ¿cómo obtendrá la salvación este ser débil que va a extinguirse, cargado con la falta original e incapaz de la fe? Tranquilizaos. El poder del bautismo se extiende hasta él. La fe de la Iglesia—que le quiere por hijo—le va a ser imputada; que se derrame el agua sobre su cabeza en nombre de las tres divinas personas, y será cristiano para siempre. Bautizado en la fe de la Iglesia, esta fe es ahora personal en él, con la esperanza y la caridad; el agua sacramental ha producido esta maravilla. Que expire ahora: el reino de los cielos es para él.

Tales son, oh Redentor los prodigios que operas en el primero de tus sacramentos, por el efecto de esta voluntad sincera que tienes de la salvación de todos; de manera que aquellos en quienes esta voluntad no se realiza, no se excluyen de la gracia de la regeneración sino de resultas del pecado cometido anteriormente, pecado que tu eterna justicia no te permite prevenir siempre en sí mismo, o reparar en sus consecuencias. Pero tu misericordia viene en su ayuda; ella tiende sus redes e innumerables justos caen en ellas. El agua santa corre hasta sobre la frente del niño que agoniza entre los brazos de una madre pagana y los ángeles abren sus coros para recibirle. Ante tantas maravillas, sólo nos queda exclamar con el Salmista: "Nosotros que poseemos la vida bendigamos al Señor."

El cuarto domingo después de Pascua se llama en la Iglesia griega el Domingo de la Samaritana, porque se lee el pasaje del Evangelio en que se refiere la conversión de esta mujer.

La Iglesia Romana comienza hoy en el Oficio de la noche la lectura de las Epístolas Canónicas, que se continúan hasta la fiesta de Pentecostés.


MISA

La Iglesia adoptando en el Introito uno de los más bellos cánticos del Salmista celebra con entusiasmo los beneficios que el Señor ha derramado sobre ella, convocando a todas las naciones a reconocer sus grandezas, a recibir la efusión de la santidad de quien es la fuente, la salud de aquél que ha llamado a todos los hombres.


INTROITO
Cantad al Señor un cántico nuevo, aleluya: porque el Señor ha hecho maravillas, aleluya: reveló su justicia ante la faz de las gentes, aleluya, aleluya, aleluya. Salmo: Le salvó su diestra: y su santo brazo. V. Gloria al Padre.

Colmados de los beneficios de Dios que les une en un solo pueblo por sus Sacramentos los fieles deben elevarse al amor de los preceptos del Señor y aspirar a las alegrías eternas que les promete: la Iglesia implora para ellos esta gracia en la Colecta.


COLECTA
Oh Dios, que unes las almas de los fieles en una sola voluntad.: da a tus pueblos el amar lo que mandas, el desear lo que prometes: para que, entre las mundanas variedades, nuestros corazones estén fijos allí donde están los verdaderos gozos. Por el Señor.


EPÍSTOLA

Lección de la Epístola del Ap. Santiago. Carísimos:

Toda óptima dádiva, y todo don perfecto, procede de arriba, desciende del Padre de las luces, en el cual no hay cambio, ni sombra de mudanza. Pues El nos engendró voluntariamente con la palabra de la verdad, para que fuésemos el comienzo de su creación. Ya lo sabéis, carísimos hermanos míos. Sea, pues, todo hombre veloz para oír; pero tardo para hablar, y tardo para la ira. Porque la ira del hombre no obra la justicia de Dios. Por lo cual, rechazando toda inmundicia y todo exceso dé malicia, recibid con mansedumbre la palabra inspirada, la cual puede salvar vuestras almas.


IMITAR AL PADRE

Los favores derramados sobre el pueblo cristiano proceden de la sublime y serena bondad del Padre celestial. El es el principio de todo en el orden de la naturaleza; y si en el orden de la gracia hemos llegado a ser sus hijos, es porque él mismo nos ha enviado su Verbo consustancial, que es la Palabra de verdad, por la que hemos llegado a ser, mediante el bautismo, hijos de Dios. De aquí se deduce que debemos imitar, en cuanto es posible a nuestra flaqueza, la serenidad de nuestro Padre que está en los cielos y librarnos de esta agitación pasional que es el carácter de una vida toda terrestre, mientras que la nuestra debe ser del cielo donde Dios nos arrastra. El santo Apóstol nos exhorta a recibir con mansedumbre esta Palabra que nos convierte en lo que somos. Ella es según su doctrina un injerto de salvación hecho en nuestras almas. Si ella actúa allí, si su crecimiento no es obstaculizado por nosotros, seremos salvos.

En el primer versículo aleluyático, Cristo resucitado celebra por la voz del Salmista el poder del Padre que le ha dado la victoria en su resurrección.

El segundo, tomado de San Pablo, proclama su vida inmortal.


ANTÍFONA
Aleluya, aleluya. V. La diestra del Señor ejerció su poder: la diestra del Señor me ha exaltado.
Aleluya. V. Cristo, resucitado de entre los muertos, ya no morirá: la muerte no le dominará más. Aleluya.


EVANGELIO

Continuación del santo Evangelio según San Juan.

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: Voy a Aquel que me envió: y nadie de vosotros me pregunta: ¿Dónde vas? Sino que, porque os he dicho esto, la tristeza ha llenado vuestro corazón. Pero yo os digo la verdad: os conviene que yo me vaya: porque, si no me fuere, el Paráclito no vendrá a vosotros: más, si me fuere, os lo enviaré a vosotros. Y, cuando venga El, convencerá al mundo de pecado, y de justicia, y de juicio. De pecado ciertamente, porque no han creído en mí: y de justicia, porque voy al Padre, y ya no me veréis: y de juicio, porque el príncipe de este mundo ya ha sido juzgado. Todavía tengo mucho que deciros: pero ahora no podéis entenderlo. Mas, cuando venga el Espíritu de verdad, os enseñará toda la verdad. Porque no hablará por sí mismo, sino que dirá todo lo que ha oído, y os anunciará lo que ha de venir. El me glorificará: porque lo recibirá de mí, y os lo anunciará a vosotros.


EL ANUNCIO DEL ESPÍRITU SANTO

Los apóstoles se entristecieron cuando Jesús les dijo: " Yo me voy." ¿No lo estamos también nosotros que después de su nacimiento en Belén, le hemos seguido constantemente, gracias a la Liturgia que nos ha hecho seguir sus pasos? Todavía algunos días más, y se elevará al cielo y el año perderá ese encanto que recibía día tras dia con sus acciones y con sus discursos. Con todo, no quiere que nos dejemos invadir por una excesiva tristeza. Nos anuncia que en su lugar va a descender sobre la tierra el Consolador, el Paráclito y que permanecerá con nosotros para iluminarnos y fortificarnos hasta el fin de los tiempos. Aprovechemos con Jesús estas últimas horas; pronto será tiempo de prepararnos a recibir al huésped celestial que vendrá a reemplazarle.

Jesús, que pronunciaba estas palabras la víspera de la Pasión, no se limita a mostrarnos la venida del Espíritu Santo como la consolación de sus fieles; al mismo tiempo nos la presenta como temible para aquellos que desconocen a su Salvador. Las palabras de Jesús son tan misteriosas como terribles; tomemos la explicación de San Agustín, el Doctor de los doctores. "Cuando viniere el Espíritu Santo—dice el Salvador— convencerá al mundo en lo que se refiere al pecado." ¿Por qué? "Porque los hombres no han creído en Jesús." ¡Cuánta no será, en efecto, la responsabilidad de aquellos que habiendo sido testigos de las maravillas obradas por el Redentor no dieron fe a su palabra! Jerusalén oirá decir que el Espíritu Santo ha descendido sobre los discípulos de Jesús, y permanecerá tan indiferente como estuvo a los prodigios que le designaban su Mesías. La venida del Espíritu Santo será como el preludió de la ruina de esta ciudad deicida. Jesús añade que "el Paráclito convencerá al mundo con respecto a la justicia, porque—dice—yo voy al Padre y vosotros no me veréis más." Los Apóstoles y aquellos que creyeron en su palabra serán santos y justos por la fe. Ellos creyeron en aquel que había ido al Padre, en aquel que no vieron ya en este mundo, jerusalén, al contrario, no guardará recuerdo de El sino para blasfemarle; la justicia, la santidad, la fe de aquellos que creyeron será su condenación y el Espíritu Santo les abandonará a su suerte. Jesús dice también: "El Paráclito convencerá al mundo en lo que se refiere al juicio." Y ¿por qué?; "porque el príncipe de este mundo ya está juzgado". Aquellos que no siguen a Jesucristo tienen sin embargo un Jefe al que siguen. Este Jefe es Satanás. Así, pues, el juicio de Satanás está ya pronunciado. El Espíritu Santo advierte, pues, a los discípulos del mundo que su príncipe está para siempre sepultado en la reprobación. Que ellos reflexionen; porque añade San Agustín "el orgullo del hombre se engañaría al esperar en el perdón; que medite con frecuencia los castigos que sufren los ángeles soberbios".

En el Ofertorio el cristiano emplea las palabras de David para celebrar los beneficios de Dios para con su alma. Asocia toda la tierra a su reconocimiento y con razón; por que los favores de que es colmado el cristiano son el bien común de todo el género humano que Jesús resucitado ha llamado a tomar parte, por los Sacramentos, en las gracias de la redención.


OFERTORIO
Canta jubilosa a Dios, tierra toda, decid un salmo a su nombre: venid, y oíd, y os contaré, a todos los que teméis a Dios, cuánto ha hecho el Señor a mi alma, aleluya.

La Santa Iglesia que tiene sus delicias en la contemplación de la verdad, cuyos tesoros la prodiga Jesús resucitado, pide para sus hijos en la Secreta, la gracia de llevar una vida pura, para que puedan merecer ser admitidos a contemplar eternamente esta augusta verdad en su fuente.


SECRETA
Oh Dios, que por el sacrosanto comercio de este Sacrificio, nos has hecho partícipes de la única y suprema Divinidad: suplicárnoste hagas que, así como conocemos tu verdad, así la practiquemos con costumbres dignas. Por el Señor.

La Antífona de la Comunión reproduce las palabras del Evangelio que acabamos de interpretar y en las que nos es mostrada la venida del divino Espíritu como portador al mismo tiempo de recompensa para los creyentes y de castigo para los incrédulos.


COMUNIÓN
Cuando venga el Paráclito, el Espíritu de verdad, convencerá al mundo de pecado, y de justicia, y de juicio, aleluya, aleluya.

Al ofrecer sus acciones de gracias por el divino Misterio en el que acaban de participar, la Santa Iglesia enseña a sus hijos en la Poscomunión, que la Eucaristía tiene al mismo tiempo la virtud de purificarnos de nuestros pecados y de preservarnos de los peligros a los que vivimos expuestos.


POSCOMUNIÓN
Asístenos, Señor, Dios nuestro: para que, por estas cosas, que hemos recibido fielmente, seamos purificados de los pecados y libertados de todos los peligros. Por el Señor.


Visto en Adelante la Fe



Sea todo a la mayor gloria de Dios.