lunes, 4 de febrero de 2019

San Andrés Corsino, Obispo y Confesor





"Año Litúrgico"
Dom Gueranger



SAN ANDRÉS CORSINO, OBISPO Y CONFESOR


GLORIA DE LA HUMILDAD

Hoy es un Obispo, quien, por su austera vida y su ardiente celo por la salvación de las almas, nos invita a pensar seriamente en nuestra reconciliación con Dios. Menos conocido que otros muchos santos, debe a Clemente XII, miembro de la familia Corsini, el honor de ser celebrado en la Iglesia Universal. Pero el Pontífice no fué más que el instrumento de la divina Providencia. El santo Obispo de la pequeña ciudad de Fiésole, vivió siempre en la oscuridad, y Dios ha querido glorificarle en toda la Iglesia. Por lo demás, Andrés fué pecador antes de ser santo; su ejemplo nos animará para reconciliarnos sinceramente con Dios.


VIDA

Andrés nació en 1302, en Florencia, de la familia de los Corsini. Su juventud, piadosa al principio, fué algún tiempo desordenada, hasta que en 1318 ingresó en la Orden de los Carmelitas. Siendo doctor en la Universidad de París fué llamado para gobernar su Orden en Toscana. Consagrado Obispo de Fiésole, unió a su solicitud pastoral la misericordia hacia los pobres,, la liberalidad, la asiduidad a la oración, y muchas otras virtudes. Enviado a Bolonia, como Legado, para apaciguar una rebeldía, restableció la paz. Agotado por los trabajos y las penitencias murió el 6 de febrero de 1373. Su cuerpo descansa en Florencia en la iglesia de su Orden.

Escucha, Santo Pontífice, la oración de los pecadores; quieren aprender de ti el camino del retorno a Dios; Tú experimentaste su misericordia; a ti te toca obtenerla para nosotros. Sé propicio al pueblo cristiano, en estos días, en que la gracia de la penitencia se ofrece a todos; por tus oraciones, haz bajar sobre nosotros el espíritu de arrepentimiento. Hemos pecado y pedímos perdón; inclina a nuestro favor el corazón de Dios. Cámbianos de lobos en corderos; fortifícanos contra nuestros enemigos; haznos crecer en la virtud de la humildad, que tanto resplandeció en ti y pide al Señor que la perseverancia corone nuestros esfuerzos, como ha coronado los tuyos para que cantemos contigo, como tú, las misericordias de nuestro común Redentor.




Sea todo a la mayor gloria de Dios.

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