SAN JUAN DAMASCENO,
CONFESOR Y DOCTOR DE LA IGLESIA
EL CULTO DE LAS SAGRADAS IMÁGENES
Los griegos celebran el primer Domingo de Cuaresma la fiesta de la Ortodoxia. La nueva Roma, mostrando bien a las claras que no participaba de la indefectibilidad de la antigua, había recorrido todo el ciclo de las herejías concernientes al dogma del Dios hecho Hombre. Después de haber rechazado la consubstancialidad del Verbo, la unidad de personas en el Hombre-Dios, la integridad de su doble naturaleza, parecía que no se había escapado a la sagacidad de sus emperadores ninguna negación más. Sin embargo faltaba al ¡tesoro doctrinal de Bizancio un complemento de los errores pasados.
Faltaba por proscribir en la tierra las imágenes de Cristo que no podían atacar sobre el trono del cielo.
LA HEREJÍA ICONOCLASTA
La herejía de los iconoclastas o rompedores de imágenes, al indicar, en el terreno de la fe debida al Hijo de Dios, la última evolución de los errores orientales, era justo que la fiesta destinada a recordar el restablecimiento de estas santas imágenes, se honrase con el nombre de la fiesta de la Ortodoxia; pues celebrando el último de los golpes conferidos al dogmatismo bizantino, recuerda, al mismo tiempo, todos los que recibió en los Concilios que siguieron al primero de Nicea hasta el séptimo ecuménico, último del mismo nombre. Una particularidad de esta solemnidad consistía en que, el emperador de pie en su trono y en presencia de la cruz y de algunas imágenes, se renovasen en Santa Sofía todos los anatemas formulados en diversos tiempos contra los adversarios de la verdad revelada.
LA PERSECUCIÓN
Por lo demás Satanás, el enemigo del Verbo, había demostrado que, a pesar de todas sus anteriores derrotas, consideraba a la doctrina iconoclasta como su último refugio. No hay otra herejía que tanto haya multiplicado en Oriente los mártires y las ruinas. Para defenderla pareció que Nerón y Diocleciano habían vuelto a nacer en los emperadores bautizados León el Isáurico, Constantino Coprónimo, León el Armenio, Miguel Tartamudo y su hijo Teófilo. Los edictos de persecución publicados anteriormente para proteger a los ídolos reaparecieron para acabar con la idolatría de la que, según ellos, estaba manchada la Iglesia.
En vano San Germán de Constantinopla recordó que los cristianos no adoraban a las imágenes sino que las honraban con culto relativo refiriéndole a las personas de los santos que representaban. La respuesta del César Pontífice fué el destierro del Patriarca. Los soldados encargados de cumplir la voluntad del príncipe se dieron al pillaje de las iglesias y casas particulares; por todas partes cayeron estatuas venerables, bajo el martillo de los demoledores. Se recubrió con cal los frescos murales, se hicieron trizas las vestiduras sagradas, los brocados con imágenes, los vasos del altar para hacer desaparecer los esmaltes con escenas históricas.
EL MARTIRIO
Mientras que las hogueras de las plazas públicas consumían las obras maestras en cuya contemplación se había alimentado la piedad de los pueblos, el artista que osaba continuar reproduciendo los rasgos del Señor, de María y de los Santos, pasaba él mismo por el fuego y otras torturas en compañía de aquellos fieles cuyos crímenes consistían en no poder contener la expresión de su sentimiento a la vista de tales destrucciones. Mas pronto ¡ay! reinó el terror en el rebaño desolado; inclinando la cabeza bajo el huracán, los jefes se accedieron a lamentables compromisos.
Entonces se vió a la noble descendencia de San Basilio, monjes y vírgenes consagradas, levantarse a una y hacer frente a los tiranos. Ella fué la que salvó la tradición del arte antiguo y la fe de sus abuelos con el precio del destierro, con el horror de" los calabozos, de las muertes por hambre, bajo el golpe del látigo, bajo las olas, con el exterminio por la espada. En esta hora de la historia se manifestó realmente personificada esa fe en Lázaro pintor y monje santo, que tentado primero con adulaciones y amenazas, después torturado, encadenado, y por fin reincidente heroico, quemadas sus manos con láminas al rojo, continuó con todo eso, por amor de los santos, de sus hermanos y por Dios, ejerciendo su arte y llegando a morir después de sus perseguidores.
La independencia temporal de los Romanos Pontífices se afirmó definitivamente,, cuando habiendo amenazado León el Isáurico ir hasta Roma para hacer también pedazos la estatua de San Pedro, Italia entera se armó para defender los tesoros de su basílica y sustraer al Vicario del Hombre-Dios a la soberanía que todavía se atribuía Bizancio.
Glorioso período de ciento veinte años que abarca la línea de los grandes papas comprendidos entre S. Gregorio I y Pascual I, y, cuyos límites extremos, están ilustrados en Oriente por los nombres de Teodoro Estilita, que preparó con indomable firmeza el triunfo final y después Juan Damasceno que en sus principios señaló con el dedo la futura tormenta. Es de lamentar que, hasta nuestros días, una época cuyos recuerdos llenan los fastos litúrgicos de los griegos, no estuviese representada por alguna festividad en el calendario de las Iglesias latinas. En el reinado de León XIII esta laguna ha desaparecido; desde el año 1890 Juan Damasceno, el protegido de María, el monje a quien su doctrina eminente valió el sobrenombre de torrente de oro, recuerda a Occidente la heroica lucha en la que Oriente se hizo acreedor a la estima de la Iglesia y del mundo.
LA ENSEÑANZA DE LA IGLESIA
Concluyamos señalando aquí los puntos principales de las definiciones por las cuales la Iglesia vindicó en el siglo octavo y más tarde en el dieciséis a las sagradas imágenes de la proscripción a la que el infierno la había condenado. "Es absolutamente legítimo, declara el segundo concilio de Nicea, que se coloque en las iglesias, tanto en frescos, en tablas y sobre ornamentos y vasos sagrados, como en las casas y en las calles, cualesquiera imágenes, sea de color, en mosaico o en cualquier otra materia conveniente que representen a Nuestro Señor y Salvador Jesucristo, nuestra purísima Señora la Santa Madre de Dios, los ángeles y todos los santos, de tal suerte que sea permitido hacer que el incienso se eleve ante ellas y que los cirios encendidos las rodeen (1). Esto no significa, contestan a los protestantes los Padres del Tridentino, que se deba creer que estas imágenes contienen una divinidad o una virtud propia y que se deba poner la confianza en la imagen misma como en otro tiempo hacían los paganos con sus ídolos. Por el contrario, el honor que se les tributa termina en el prototipo (2), en Cristo, a quien van por ellos dirigidas nuestras oraciones, a los Santos a quienes veneramos en los rasgos peculiares que nos presentan"(3).
VIDA
San Juan nació el año 676 de rica familia de Damasco. Ejerció como su padre, un cargo importante en la corte del califa hasta que abandonó el mundo y se retiró a la soledad de S. Sabas. En una de sus célebres cartas dogmáticas se hizo defensor intrépido del culto de las imágenes contra el emperador iconoclasta León Isáurico. Enseñar, predicar, escribir fueron sus principales ocupaciones, las virtudes de obediencia y humildad brillaron en él con vivo resplandor; su afecto hacia la Madre de Dios era particularmente filial y ardiente su celo por la salvación de las almas; amigo intransigente de la verdad, no lo era menos de concordia fraterna. En 749 moría y era enterrado en S. Sabas. Su culto tuvo muy pronto comienzo; el séptimo concilio ecuménico le presentó como el defensor incansable de la tradición católica y de la unidad de la Iglesia. León XIII, por decreto del 19 de agosto de 1890 le proclamó Doctor de la Iglesia y fijó su fiesta el 27 de marzo.
EL ARTE Y LA ORACIÓN
Vindicador de las sagradas imágenes, obténnos como lo demanda la Iglesia, imitar las virtudes y experimentar el apoyo de aquellos a quienes representan. La imagen atrae nuestra veneración y hace brotar la plegaria a Cristo Rey y a los Santos. Son el libro de los que no saben leer y con frecuencia los mismos letrados sacan más provecho con la vista de una representación elocuente que con la lectura prolongada de numerosos volúmenes. El artista cristiano hace al mismo tiempo con sus trabajos un acto de religión y de apostolado y por lo mismo no tenemos porqué extrañarnos si en todas las épocas agitadas el odio del infierno ha suscitado tantas maquinaciones para destruir sus obras.
Así pues, diremos contigo: "Atrás Satanás con tu envidia, tú que no puedes soportar que miremos la imagen del Nuestro Señor y a su vista nos santifiquemos; no quieres que contemplemos sus sufrimientos, que admiremos su benignidad, que nos detengamos en el espectáculo de sus milagros para conocerle y alabar el poder de su divinidad. Envidioso de los Santos y de los honores que Dios les depara, no quisieras que tuviésemos ante los ojos su gloria para que esta vista no nos excite a imitar su valor y su fe; no puedes sufrir que ofrezcan su ayuda a nuestros cuerpos y a nuestras almas por la confianza que ponemos en ellos" (4).
ELOGIO
Sé nuestro guía tú, a quien la ciencia sagrada saluda como a uno de sus primeros escritores. Conocer, decías, es el más precioso de todos los bienes (5), y por eso ambicionabas llevar a las inteligencias al único maestro exento de error, a Cristo, fuerza y sabiduría de Dios.
Cierta vez la misma Virgen María predijo el éxito de tu doctrina y de tus obras. Apareciéndose al que fué guía de tus primeros pasos en la vida monástica, le dijo: "Deja que brote de la fuente el agua clara y suave. Su abundancia hará que atraviese el universo para saciar a los espíritus ávidos de ciencia y de pureza; su empuje detendrá las olas de la herejía y las transformará dándoles maravillosa suavidad": Y la Señora añadía que habías recibido la cítara profética y el salterio para entonar nuevos cánticos al Señor nuestro Dios, cánticos que emulen a los himnos de los Querubines (6).
De las fiestas del destierro, de la Pascua del tiempo, condúcenos a través del mar Rojo y del desierto a la fiesta eterna donde las imágenes de aquí abajo desaparecen ante las realidades del cielo, donde toda ciencia se desvanezca ante la clara visión, donde reina María tu inspiradora, tu reina y la nuestra.
Notas
1. Con, de Nicea, II, ses. VII.
2. Esta íórraula donde se encuentra expresada la verdadera base teológica del culto de las imágenes fué tomada por el Conc. de Trento del segundo de Nicea quien a su vez la recoge de San Juan Damasceno; De fide orthodoxa, IV, XVI.
3. Conc. de Trento, Sess. XXV.
4. De las imágenes, III, 3.
5. Dialéctica, I.
6. Jean de Jésus, Vie de Jesus. Damascéne, XXXI
Sea todo a la mayor gloria de Dios.
No hay comentarios:
Publicar un comentario