SAN VENANCIO,
MARTIR
El mártir de este día nos traslada a las persecuciones de los emperadores romanos. Su testimonio le dió en Italia; y la devoción que le tributa la población de Camerino, en otro tiempo sometida al poder temporal del Pontífice romano, obtuvo qué su fiesta se celebrase en toda la Iglesia. Acojamos, pues, con alegría a este nuevo campeón del Emmanuel, y felicitémosle por haber sufrido lealmente el combate en estos días del tiempo pascual, tan jubiloso por la victoria que la vida ganó sobre la muerte.
VIDA
Acerca de San Venancio, sólo dos Actas completamente legendarias 2 nos dan algunas noticias. Sus reliquias llevadas a Camerino en el 1259, fueron objeto de un culto tal que Boronio introdujo su nombre el martirologio romano y Clemente X su oficio en el Breviario. Según la leyenda, a la edad de quince años se presentó ante Antíoco para proclamar su fe cristiana, y después de varios tormentos, se le cortó la cabeza.
PLEGARIA
Ruega por nosotros, Santo Mártir, a quien los santos ángeles armaron y ayudaron en la lucha. Como tú nosotros somos soldados de Jesús resucitado y como tú estamos llamados a dar testimonio de su divinidad y sus derechos ante el mundo. Si el mundo no está siempre armado de instrumentos torturadores como en los días de tu lucha, no es menos temible por sus seducciones. También querrá arrebatarnos a nosotros de nuevo la vida, que Jesús ha comunicado a sus miembros: defiéndenos de sus asechanzas. La carne del Cordero que te alimentó en los días de la Pascua, y la energía que se manifestó en ti se debe a la gloria de este celestial manjar. Estamos sentados a la misma mesa, cuida de todos los comensales del festín pascual. Como tú, hemos conocido al Señor en la fracción del pan; alcánzanos el conocimiento de este celestial misterio cuyas primicias recibimos en Belén y que se ha desarrollado ante nuestra vista y en nosotros mismos por los méritos de la Pasión y de la Resurrección de nuestro Emmanuel. Otras maravillas nos esperan; no dejaremos el tiempo pascual sin haber sido iniciados en la plenitud del don divino de la Encarnación. Haz, oh tú santo mártir, que nuestros corazones se abran más y más, y que guarden fielmente los tesoros que los augustos misterios de la Ascensión y de Pentecostés deben derramar en ellos.
Sea todo a la mayor gloria de Dios.
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