miércoles, 8 de mayo de 2019

Solemnidad de San José





SOLEMNIDAD DE SAN JOSÉ,
Esposo de la Bienaventurada Virgen María
Patrono de la Iglesia Universal


Hoy se suspende la serie de misterios del Tiempo pascual; otro objeto atrae por un momento nuestra atención. La Santa Iglesia nos incita a consagrar la jornada al culto del Esposo de María, del Padre nutricio del Hijo de Dios, Patrón de la Iglesia universal. El 19 de marzo le hemos rendido nuestro homenaje anual; pero se trata de erigir para la piedad del pueblo cristiano un monumento de reconocimiento a San José, socorro y apoyo de todos los que le invocan con confianza.


HISTORIA DEL CULTO HACIA SAN JOSÉ 

La devoción a S. José estaba reservada para estos últimos tiempos. Su culto, fundado en el Evangelio mismo, no debía desarrollarse en los primeros siglos de la Iglesia; no porque los fieles, considerando el papel de San José en la economía del misterio de la Encarnación, estuviesen coartados de algún modo en los honores que hubieran querido rendirle; sino que la divina Providencia tenía sus razones misteriosas para retardar el momento en que la Liturgia debía prescribir cada año los homenajes públicos debidos al Esposo de María. El Oriente precedió al Occidente, así como ocurrió otras veces, en el culto especial de San José; pero en el siglo xv, la Iglesia latina le habla adoptado todo entero, y desde entonces no ha cesado de progresar en las almas católicas. Las grandezas de S. José han sido expuestas el 19 de Marzo; el fin de la presente fiesta no es el volver sobre este inagotable asunto. Tiene su motivo especial de institución que es necesario dar a conocer.

La bondad de Dios y la fidelidad de nuestro Redentor a sus promesas se unen siempre más estrechamente de siglo en siglo, para proteger en este mundo la chispa de vida sobrenatural que debe conservar él hasta el último día. En este fin misericordioso, una sucesión ininterrumpida de auxilios viene a caldear, por decirlo así, cada generación, y a traerle un nuevo motivo de confianza en la divina Redención. A partir del siglo XIII, en que comenzó a hacerse sentir el enfriamiento del mundo, como nos lo atestigua la misma Iglesia, ("Frigescente mundo"—Oración de la fiesta de los Estigmas de S. Francisco), cada época ha visto abrirse una nueva fuente de gracias.

Apareció primero la ñesta del Santísimo Sacramento, cuyo desarrollo ha producido sucesivamente la Procesión solemne, las Exposiciones, las Bendiciones, las Cuarenta Horas. A ella siguió la devoción al santo Nombre de Jesús, cuyo apóstol principal fué San. Bernardino de Sena y la del "Vía Crucis" o "Calvario", que produjo tantos frutos de compunción en las almas. El siglo XVI vió renacer la comunión frecuente, por la influencia principal de S. Ignacio de Loyola y de su Compañía. En el xvn fué promulgado el culto del Sagrado Corazón de Jesús, que se estableció en el siglo siguiente. En el XIX, la devoción a la Santísima Virgen tomó un incremento y una importancia que son las características sobrenaturales de nuestro tiempo. Ha sido restablecida la devoción al santo Rosario, y al Santo Escapulario, que nos legaron las edades precedentes; las peregrinaciones a los santuarios de la Madre de Dios, suspendidas por los prejuicios jansenistas y racionalistas, han vuelto a resurgir; la Archicofradía del Sagrado Corazón de María ha extendido sus afiliaciones por el mundo entero; numerosos prodigios han venido a recompensar la fe rejuvenecida; en fin, para terminar: el triunfo de la Inmaculada Concepción, preparado y esperado en los siglos menos favorables.

Pero la devoción a María no podía desarrollarse sin el culto ferviente de San José. María y José se hallan tan íntimamente unidos en el misterio de la Encarnación, ia una como Madre del Hijo de Dios, el otro como guardián del honor de la Virgen y Padre nutricio del Niño-Dios, que no se les puede aislar el uno del otro. Una veneración particular a S. José ha sido pues la consecuencia del desarrollo de la piedad hacia la Virgen Santísima.


TÍTULOS DE SAN JOSÉ A NUESTRA DEVOCIÓN

Pero la devoción al Esposo de María no es solamente un justo tributo que rendimos a sus prerrogativas; es también para nosotros la fuente de un nuevo socorro tan extenso como poderoso, habiendo sido puesto entre las manos de San José por el mismo Hijo de Dios. Escuchad el lenguaje inspirado de la Iglesia en la Liturgia: ¡"Oh José, honra de los habitantes del cielo, esperanza de nuestra vida aquí abajo, el "sostén de este mundo"! (Himno de Laudes de la Solemnidad de S. José. "Caelitum, Joseph, decus atque nostrae"... etc.)

¡Qué poder en un hombre! Pero buscad también un hombre que haya tenido con el Hijo de Dios sobre la tierra relaciones tan íntimas como José. Jesús se dignó estarle sumiso aquí abajo; en el cielo, tiene empeño en glorificar a aquel de quien quiso depender, y a quien confió su niñez y el honor de su Madre. El poder de S. José es pues ilimitado; y la Santa Iglesia nos invita hoy a recurrir con una confianza absoluta a este Protector omnipotente. En medio de las terribles agitaciones de las cuales es el mundo víctima, invóquenlo los fieles con fe y serán protegidos. En todas las necesidades de alma y cuerpo, en todas las pruebas y crisis que el cristiano deba atravesar, así en el orden temporal como en el orden espiritual, que recurra a S. José y su confianza no se verá defraudada. El Rey de Egipto decía a sus pueblos hambrientos: "Id a José." (Gén., XLI, 55); el Rey del cielo nos hace la misma invitación; y el fiel custodio de María tiene más crédito ante él que el hijo de Jacob, intendente de los graneros de Menfis, lo tuvo ante el Faraón.

La revelación de este nuevo refugio preparado para los últimos tiempos ha sido, desde luego, comunicada, según la costumbre que Dios guarda de ordinario, a las almas privilegiadas a las cuales estaba ella confiada como un germen precioso: así fué para la institución de la fiesta del Santísimo Sacramento, para la del Sagrado Corazón de Jesús, y para otras más. En el siglo XVI, Santa Teresa cuyos escritos estaban llamados a extenderse por el mundo entero, recibió en un grado superior comunicaciones divinas a este propósito, y consignó sus sentimientos y sus deseos en su vida escrita por ella misma.


SANTA TERESA Y SAN JOSÉ

He aquí como se expresa Santa Teresa: "Tomé por abogado y señor al glorioso San José y encomendeme mucho a él. Vi claro que así de esta necesidad, como de otras mayores de honra y pérdida de alma, este padre y señor mío me sacó con más bien que yo le sabía pedir. No me acuerdo, hasta ahora, haberle suplicado cosa que la haya dejado de hacer. Es cosa que espanta las grandes mercedes que me ha hecho Dios por medio de este bienaventurado santo, de los peligros que me ha librado, así de cuerpo como de alma: que a otros santos parece les dió el señor gracias para socorrer una necesidad; a este glorioso santo tengo experiencia que socorre en todas, y que quiere el Señor darnos a entender que así como le fué sujeto en la tierra, que como tenía nombre de padre siendo ayo, le podía mandar, así en el cielo hace cuanto le pide. Esto han visto otras algunas personas, a quien yo decía se encomendase a él, también por experiencia; y aun hay muchas que le son devotas de nuevo experimentando esta verdad." (Vida. cap. VI.)

Para responder a numerosos deseos y a la devoción del pueblo cristiano, el 10 de Septiembre de 1847, Pío IX extendió a la Iglesia universal la fiesta del Patrocinio de S. José que había sido concedido a la Orden de los Carmelitas y a algunas Iglesias particulares. Más tarde, Pío X debía elevar esta fiesta al rango de las mayores solemnidades dotándola de una Octava.

Pongamos pues nuestra confianza en el poder del augusto Padre del pueblo cristiano, José, sobre quien han sido acumuladas tantas grandezas para que las repartiese entre nosotros, en una medida más abundante que los otros santos, las influencias del misterio de la Encarnación del mal ha sido, después de María, el principal ministro sobre la tierra.


MISA

En esta fiesta dedicada a S. José como protector de los fieles, la Santa Iglesia, por el Introito, nos hace cantar las palabras en las cuales David expresa la confianza que ha puesto en la Protección del Señor. San José es el ministro de esta protección divina, y Dios nos la promete, si nos dirigimos a su incomparable servidor.


INTROITO
El Señor es nuestro ayudador y nuestro protector: en El se alegrará nuestro corazón, y confiaremos en su santo nombre, aleluya, aleluya. — Salmo: Tü, que riges a Israel, atiende: tú, que guías a José como a una oveja. Y. Gloria al Padre.

En la Colecta, la Iglesia revela la elección que Dios quiso hacer de S. José para Esposo de María, y nos enseña que esta elección tuvo por efecto asegurarnos en él a un Protector, que responderá siempre a nuestros homenajes por su intercesión todopoderosa.


COLECTA
Oh Dios, que, con inefable providencia, te dignaste elegir a San J'osé para Esposo de tu Santísima Madre: haz, te suplicamos, que al que veneramos en la tierra como Protector, merezcamos tenerle por intercesor en los cielos. Tú, que vives.


EPÍSTOLA
Lección del libro del Génesis.
José es un retoño pujante, un retoño que crece al pie de las aguas, cuyas ramas se extienden por el muro. Y se irritaron contra él, y le injuriaron y le asaetearon los arqueros. Pero su arco permaneció firme, y los lazos de sus manos y pies fueron desatados por el poder del fuerte Jacob: de allí salió el pastor, la piedra de Israel. El Dios de tu padre será tu ayudador, y el Omnipotente te bendecirá con bendiciones del cielo de arriba, con bendiciones del abismo de abajo, con bendiciones de los pechos y del vientre de la madre. Las bendiciones de tu padre serán aumentadas con las bendiciones de sus padres: hasta que venga el Deseado de las colinas eternas, estarán sobre la cabeza de José y sobre la frente del Nazareno entre sus hermanos.


LOS DOS JOSÉS

Esta magnífica profecía de Jacob moribundo, y que revela a su hijo José la suerte gloriosa que le espera a él y a sus hijos, viene a propósito en este día para recordarnos las relaciones que notado San. Bernardo ha elocuentemente entre los dos Josés. Las tan señalamos el 19 de marzo, y el lector pudo convencerse de que el primer José fué el tipo del segundo.

El viejo Patriarca, después de haber profetizado el destino de sus diez primeros hijos, se detiene con complacencia en el hijo de Raquel. Después de haber alabado su belleza, recuerda las persecuciones a que estuvo expuesto por parte de sus hermanos, y las vías maravillosas por las cuales le libró Dios de sus manos, y le condujo al poder. Después Jacob muestra a ese hijo de su ternura glorificado y convertido en el tipo del segundo José.

¿Quién ha merecido más que el Esposo de María, el Protector de los fieles, ser llamado "Pastor de un pueblo y fuerza de Israel"? Todos nosotros somos su familia: él vela por nosotros con amor; y en nuestras tribulaciones, podemos apoyar en él nuestra confianza como sobre una roca inexpugnable. L a herencia de S. José es la Iglesia, que las aguas del Bautismo riegan sin cesar y la hacen fecunda; allí ejerce su poder bienhechor sobre los que confían en él. Jacob promete al primer José inmensas bendiciones, cuyo efecto durará hasta el día en que el Salvador prometido "descienda de las colinas de la eternidad". Entonces comenzará el ministerio del segundo José, ministerio de socorro y de protección, que durará hasta el segundo advenimiento del Hijo de Dios. En fin, si el primer José es presentado en la profecía como Nazareno, es decir, consagrado a Dios y santo en medio de sus hermanos, el segundo cumplirá el oráculo más literalmente aún; pues no solamente su santidad aventajará a la del hijo de Jacob, sino que su morada será Nazaret. Allí habitará con María, allí vendrá a la vuelta de Egipto, allí acabará su santa carrera; en ñn por haber habitado allí con él, su hijo adoptivo, Jesús, Verbo eterno, "será llamado Nazareno". (S. Matth., I I , 23.)

En el primer Verso aleluyático se oye la voz de S. José. Invita a los fieles a recurrir a él, y les promete una ayuda pronta. En el segundo, la Iglesia pide para sus hijos que se apresuren a imitar la pureza del Esposo de María, al mismo tiempo que implora para ellos su Patrocinio.


ALELUYA
Aleluya, aleluya. J. En cualquier tribulación, en que clamaren a mí, les oiré, y seré siempre su protector. Aleluya. J. Haznos correr, oh José, una vida inofensiva: y esté siempre defendida por tu patrocinio. Aleluya.


EVANGELIO
Continuación del santo Evangelio según San Lucas. En aquel tiempo sucedió que, cuando se bautizaba todo el pueblo, se bautizó también Jesús: y, orando El, se abrió el cielo: y descendió sobre El el Espíritu Santo en forma de paloma: y dijo una voz del cielo: Tú eres mi Hijo amado, en ti me he complacido yo. Y el mismo Jesús comenzaba a tener como unos treinta años, y se le creía hijo de José.


JESÚS, "HIJO DE JOSÉ"

 ¡Jesús considerado como hijo de José"! Así, el amor ñlial de Jesús para con su Madre y las consideraciones debidas al honor de la más pura de las vírgenes, llevaron al Hijo de Dios, hasta aceptar durante treinta años, el nombre y la apariencia de hijo de José. José se ha oído llamar padre por el Verbo increado cuyo Padre es eterno; recibió de un hombre mortal los cuidados de la infancia y los alimentos en sus primeros años. José fué el jefe de la sagrada familia de Nazaret, y Jesús reconoció su autoridad. La economía misteriosa de la Encarnación exigía esas asombrosas relaciones entre el creador y la creatura. Pero si el Hijo de Dios sentado a la diestra de su Padre ha retenido a la naturaleza humana indisolublemente unida a su persona divina, no por eso se ha despojado de los sentimientos que profesó aquí abajo hacia los otros dos miembros de la familia de Nazaret. Hacia María su Madre en el orden de la humanidad, su ternura filial y sus atenciones no han hecho más que aumentar; pero no podemos dudar que el afecto y la deferencia que tuvo para con su padre adoptivo estén también presentes eternamente en el corazón del Hombre-Dios. Ningún mortal tuvo con Jesús relaciones tan íntimas y tan familiares. José, por sus cuidados paternales para con el hijo de María, ha hecho sentir reconocimiento al Hijo del Eterno; es justo pensar que honores particulares y un crédito superior en el cielo han pagado este reconocimiento. Tal es la creencia de la Iglesia, tal es la confianza de las almas piadosas, tal es el motivo de la institución de la solemnidad hoy.

En el Ofertorio, formado con palabras del salmo CXLVII, Jerusalén, es decir, la Iglesia, es felicitada por el cuidado que Dios ha tomado de ella, defendiéndola contra sus enemigos con fuertes murallas. La protección de S. José es una de las más invencibles.


OFERTORIO
Alaba, Jerusalén, al Señor: porque afirmó los quicios de tus puertas, bendijo a tus hijos en ti, aleluya, aleluya.

En la Secreta, la Iglesia implora para sus hijos la gracia de imitar el desprendimiento del carpintero de Nazaret.


SECRETA
Ayudados por el patrocinio del Esposo de tu Santísima Madre, imploramos, Señor, tu clemencia: para que hagas que nuestros corazones desprecien todo lo terreno y te amen a ti, verdadero Dios, con perfecta caridad. Tú, que vives y reinas...

La Iglesia suspende hoy el Prefacio del Tiempo pascual y lo reemplaza por la fórmula de acción de gracias que emplea en las misas de San José.


PREFACIO
Es verdaderamente digno y justo, equitativo y saludable que, siempre y en todas partes, te demos gracias a ti, Señor santo, Padre omnipotente, eterno Dios: Y el que te alabemos, bendigamos y ensalcemos con las debidas alabanzas en la fiesta de San José. El cual, por ser un varón justo, fué dado por ti como Esposo a la Virgen Madre de Dios: y, como un servidor fiel y prudente, fué constituido sobre tu Familia: para que guardara con paternal cuidado a tu Unigénito, nuestro Señor Jesucristo, concebido por obra del Espíritu Santo. Por quien alaban a tu Majestad los Angeles, la adoran las Dominaciones, la temen las Potestades; los cielos, y las Virtudes de los cielos, y los santos Serafines, la celebran con igual exultación. Con los cuales te pedimos admitas también nuestras voces, diciendo con humilde confesión:
¡Santo! ¡Santo! ¡Santo!

La Antífona de la Comunión es el paso de San Mateo en el cual el Evangelista inscribe el título glorioso de nuestro gran Protector: "José, esposo de María", y el título más glorioso aún de María, "de la cual nació Jesús".


COMUNIÓN
Y Jacob engendró a José, marido de María, de la cual nació Jesús, que se llama el Cristo, aleluya, aleluya.

La Santa Iglesia pide en la Poscomunión que San José, nuestro protector durante la vida presente intervenga también en el interés de nuestra dicha eterna.


POSCOMUNIÓN
Alimentados en la fuente del divino don, suplicárnoste, Señor, Dios nuestro, que, así como nos haces alegrarnos de la protección de San José, así también, por sus méritos e intercesión, nos hagas partícipes de su celeste gloria. Por el Señor.


PLEGARIA 

Padre y protector de los fieles, glorioso José, bendecimos a nuestra madre la Santa Iglesia que, en este declinar del mundo, nos ha enseñado a esperar en ti. Largos siglos han corrido sin que fuesen manifestadas tus grandezas; pero no dejabas por eso de ser en el cielo uno de los intercesores más poderosos del género humano. Jefe de la sagrada familia de quien todo un Dios es miembro, prosigue tu ministerio paternal para con nosotros. Tu acción escondida se notaba en la salvación de los pueblos y de los particulares: pero la tierra experimentaba tus beneficios, sin haber instituido aún, para agradecerlos, las honras que hoy te ofrece. El conocimiento más claro de tus grandezas y de tu poder, la proclamación de tu Patrocinio y de tu Protección en todas nuestras necesidades, estaban reservadas a estos tiempos calamitosos en que el estado de un mundo desesperado pide los socorros que no fueron revelados a las edades precedentes. Venimos, pues, a tus pies, ¡oh José! a fin de rendir homenaje a tu poderosa intercesión que no conoce límites, y a tu bondad que abraza a todos los hermanos de Jesús en una misma adopción.

Sabemos, oh María, que te es agradable ver honrar al Esposo a quien amaste con ternura incomparable. Acoges con un favor particular nuestras demandas, cuando te son presentadas por sus manos. Los lazos formados por el cielo en Nazaret subsistirán eternamente entre ti y José; y el amor sin límites que tienes a tu Hijo divino estrecha aún el afecto que tu corazón tan amante conserva siempre para aquel que fué al mismo tiempo el nutricio de Jesús y el custodio de tu virginidad. Oh José, también nosotros somos los hijos de tu esposa María; toma en tu brazos a todos estos nuevos hijos, sonríe a esta numerosa familia y dígnate aceptar nuestras instancias, que alienta la Santa Iglesia, y que suben hacia ti más apremiantes que nunca.

Tú eres "el sostén del mundo, columen mundi", uno de los apoyos sobre los que reposa; pues el Señor, en vista de tus méritos y por deferencia a tu oración, le sufre y le conserva a pesar de las iniquidades que le manchan. Tu ayuda es grande, oh José, en estos tiempos "en que los santos faltan, en que las verdades han venido a menos" (Ps., XI, 1.) es preciso poseer el peso de tus méritos, para que el platillo de la divina balanza no se incline del lado de la justicia. Dígnate oh Protector universal, no abandonar esta empresa; la Iglesia te lo suplica hoy. El suelo minado por la libertad desenfrenada del error y del mal, está, en cada instante, a punto de abrirse bajo sus pies; no descanses un instante, y apresúrate a prepararle con tu intervención paternal, una situación más tranquila.

Ninguna de nuestras necesidades es extraña a tu conocimiento ni a tu poder; los mínimos entre los hijos de la Iglesia tienen derecho a recurrir a ti día y noche, seguros de encontrar en ti la acogida de un padre tierno y compasivo. ¡No lo olvidaremos, oh José! En todas las necesidades de nuestras almas, nos dirigiremos a ti. Te pediremos nos ayudes en la adquisición de las virtudes de que Dios quiere que nuestra alma esté adornada, en los combates que hemos de sostener contra nuestro enemigo, en los sacrificios a que estamos tan frecuentemente llamados a hacer. Haznos dignos de ser llamados hijos tuyos, ¡oh Padre de los fieles! Pero tu poder soberano no sólo se ejerce en interés de la vida futura, la experiencia de cada día nos muestra cuán poderoso es tu crédito para obtenernos la protección celestial aun en las cosas temporales, cuando nuestros deseos no son contrarios a los designios de Dios. Nos atrevemos, pues, a poner en tus manos todos nuestros intereses de este mundo, nuestras esperanzas, nuestros deseos y nuestros temores. Te fué confiado el cuidado de la casa de Nazaret; dígnate ser el consejo y el socorro de todos los que ponen en tus manos sus negocios temporales.

Augusto jefe de la sagrada Familia, la familia cristiana está puesta bajo tu especial protección; vela por ella en nuestros desgraciados tiempos. Responde favorablemente a aquellos y a aquellas que se dirigen a ti, en los momentos solemnes para ellos, en que se trata de escoger una ayuda con la que atraviesen esta vida y preparen el viaje para otra mejor. Mantén entre los esposos la dignidad y el respeto mutuo que son la salvaguardia del honor conyugal; obténles la fecundidad, prenda de las bendiciones celestiales. Que tus clientes, oh José, tengan horror a esos cálculos infames que manchan lo que tiene de más santo, atraen la maldición divina sobre las razas y amenazan a la sociedad con una ruina moral y material a la vez. Disipa esos prejuicios tan vergonzosos como culpables, haz que sea de nuevo honrada la santa continencia de la cual las esposas cristianas deben siempre conservar la estima, y a la cual están obligados a rendir homenaje frecuente, so pena de semejar a esos paganos de que habla el Apóstol, "que no siguen más que sus apetitos, porque ignoran a Dios". (I Thess,. IV, 5.)

Otra plegaria todavía, ¡oh glorioso José! Hay en nuestra vida un momento supremo, momento que decide todo para la eternidad: es el de nuestra muerte. Nos sentimos, sin embargo, inclinados a mirarle con menos inquietud cuando nos acordamos que la bondad divina le ha hecho uno de los principales objetos de tu soberano poder. Has sido investido del oficio misericordioso de facilitar al cristiano que recurre a ti el paso del tiempo a la eternidad. A ti, oh José, debemos dirigirnos para conseguir una buena muerte.

Esta prerogativa te era debida, a ti cuya dichosa muerte, entre los brazos de Jesús y María, causó la admiración del cielo y fué uno de los más sublimes espectáculos que ha ofrecido la tierra. Sé, pues, nuestra ayuda, oh José, en este solemne y último instante de nuestra vida terrestre. Confiamos en María, a quien suplicamos cada día nos sea propicia en la hora de nuestra muerte; pero sabemos que María se complace de la confianza que ponemos en ti, y que donde tú estás, ella se digna estar también.

Fortificados con la esperanza en tu paternal bondad, oh José, esperaremos con tranquilidad esta hora decisiva; pues sabemos que si somos fieles en recomendártela, tu ayuda nos está asegurada.





Sea todo a la Mayor Gloria de Dios

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