NOVENO DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS
LAS DESDICHAS DE JERUSALÉN
El llanto de las desdichas de Jerusalén forma en Occidente el objeto del Evangelio de hoy; desde hace mucho tiempo ha dado su nombre, entre los Latinos, al Domingo nono después de Pentecostés.
Es fácil encontrar aun hoy día en la Liturgia, huellas de la preocupación de la Iglesia naciente por el próximo cumplimiento de las profecías contra la ciudad ingrata, que fué objeto de las primeras predilecciones del Señor. Ha llegado por fin el término impuesto por la misericordia a la justicia divina. Al hablar Jesucristo del derrumbamiento de Sión y del templo, había predicho que la generación que oía sus palabras no pasaría sin que ocurriese todo lo que anunciaba. Casi cuarenta años concedidos a Judea para desviar la cólera del cielo, no han conseguido sino afirmar en su obstinación renegada al pueblo deicida. Como torrente largo tiempo contenido que rompe sus diques, la venganza se abalanza sobre el antiguo Israel; el año 70 vió ejecutar la sentencia que él mismo se había firmado, al gritar cuando entregó a los gentiles a su Rey y a su Dios: ¡Caiga su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos!
MISA
Israel se había hecho enemigo de la Iglesia; Dios, como había anunciado, le castiga y dispersa sus restos. La Iglesia toma ocasión de la ejecución de los juicios del Señor, para poner de manifiesto la humilde confianza que deposita en la ayuda de su Esposo.
INTROITO
He aquí que Dios me ayuda, y el Señor es el defensor de mi vida: torna los males contra mis enemigos, y dispérsalos con tu poder, señor, protector mío. — Salmo: Oh Dios, sálvame en tu nombre: y líbrame con tu poder. V. Gloria al Padre.
Los judíos gritan al cielo y los oídos del Señor quedan cerrados a sus súplicas, porque no han sabido pedir lo que agrada al Señor. La Iglesia pide, en la Colecta, que no ocurra así con sus hijos.
COLECTA
Abre, Señor, los oídos de tu misericordia a las preces de los que Te suplican: y, para que puedas satisfacer los deseos de los que Te ruegan, haz que Te pidan lo que a Ti Te es grato. Por nuestro Señor.
EPÍSTOLA
Lección de la Epístola del Ap. S. Pablo a los Corintios. (1.* X, 6-13).
Hermanos: No deseéis cosas malas, como las desearon los Hebreos en el desierto. Ni adoréis los ídolos, como algunos de ellos, según está escrito: “Sentóse el pueblo a comer y a beber, y luego se levantaron a retozar.” Ni forniquemos como algunos de ellos fornicaron, y murieron 23.000 en un día. Ni tentemos a Cristo, como hicieron algunos de ellos, y perecieron mordidos de las serpientes. Ni murmuréis, como algunos de ellos murmuraron, y fueron muertos por el Ángel exterminador. Todas estas cosas que les acontecían eran figuras de lo venidero, y están escritas para escarmiento de nosotros, que hemos venido al fin de los siglos. Y así, el que piensa estar firme cuide, no caiga. Que no os vengan sino tentaciones humanas fácilmente superables. Pero fiel es Dios, que no permitirá seáis tentados sobre vuestras fuerzas, antes hará que saquéis provecho de la misma tentación, para que podáis perseverar en el bien.
UNA LECCIÓN PROFÉTICA
“Todos los judíos— dice San Pablo—han sido honrados con las finezas de Dios. Nada les ha faltado. Sin embargo de eso, la benevolencia del Señor se ha alejado definitivamente de ellos. Es que el amor de Dios nos crea una responsabilidad ante él, y sus beneficios no aprovechan sino a los que, habiéndolos recibido con humildad, los hacen valer mediante la fidelidad absoluta de su vida. Que no diga nadie que todo esto es un viejo cuento que no toca más que a los Judíos. No; en la persona del pueblo judío recibimos nosotros una lección profética: se nos advierte que nos apartemos de la grosera codicia que los perdió y que nos perdería también a nosotros mismos… El pueblo judío ha hecho, y casi siempre a costa suya, experiencias que han de servir al mundo entero. Todos los acontecimientos de su historia han sucedido, se han escrito, y han llegado hasta nosotros como una lección destinada en el pensamiento de Dios, a esclarecernos a nosotros, los que íbamos a venir al cabo de los siglos, los que pertenecemos a la nueva alianza, la última, la eterna.
“Vemos por esto cómo se puede caer, aun después de haber recogido beneficios de Dios. Así pues, lejos de nosotros toda presunción y toda falsa seguridad. Puede ser que sobrevengan pruebas más pesadas que las que hemos soportado hasta ahora y que Dios ha medido conforme a nuestra debilidad. Sin duda ninguna que el Señor, que es fiel, no ha de permitir nunca que la prueba sobrepase por completo nuestras fuerzas: a medida que crezca la tentación, dará Dios la fuerza sobrenatural para resistir; pero no es en nosotros en quien debemos confiar, y este aumento de fuerza no nos vendrá sino de El”.
El Gradual, expresión ardiente de alabanza al Señor Dios nuestro, viene a dar refrigerio a nuestras almas fatigadas por el espectáculo de ingratitudes del pueblo judío y de los castigos que merecieron. Aun en los días más tristes, no falta la alabanza en la Iglesia, pues no hay ningún acontecimiento aquí abajo que pueda hacer olvidar a la Esposa los esplendores del Esposo o impedirla que exalte sus magnificencias. En el Verso hay rasgos de súplica y angustia:
GRADUAL
Señor, Señor nuestro: ¡cuán admirable es tu nombre en toda la tierra! V. Porque tu magnificencia se ha elevado sobre los cielos.
Aleluya, aleluya. V. Sálvame de mis enemigos, Dios mío: y líbrame de los que se levantan contra mí. Aleluya.
EVANGELIO
Continuación del santo Evangelio según S. Lucas. (XIX, 41-46).
En aquel tiempo, al acercarse Jesús a Jerusalén, cuando vió la ciudad, lloró sobre ella, diciendo: ¡Oh, si conocieses tú también, al menos en este tu día, lo que sería tu paz! Pero ahora está escondido a tus ojos. Porque vendrán días sobre ti: y te rodearán tus enemigos de trincheras, y te asediarán: y te apretarán por todas partes: y te prosternarán por tierra a ti, y a los hijos que están en ti, y no dejarán en ti piedra sobre piedra: por no haber conocido el tiempo de tu visitación. Y, entrando en el templo, comenzó a expulsar a los que vendían y compraban en él, diciéndoles: Escrito está: Mi casa es casa de oración. Pero vosotros la habéis hecho cueva de ladrones. Y estaba enseñando todos los días en el templo.
LAS LÁGRIMAS DE JESÚS
El pasaje que se acaba de leer en el Santo Evangelio, se refiere al día de la entrada triunfante del Salvador en Jerusalén. El triunfo que Dios Padre preparaba a su Cristo antes de los días de su Pasión, no era desgraciadamente, pronto se vió, el reconocimiento del Hombre-Dios por la sinagoga. Ni la dulzura de este rey que venía a la hija de Sión montado en una asna, ni su severidad misericordiosa contra los que profanaban el templo, ni sus últimas enseñanzas en la casa de su Padre, podrían abrir aquellos ojos obstinadamente cerrados a la luz de la salvación y de la paz. Los mismos lloros del Hijo del Hombre no podían, pues, alejar la venganza divina: fué necesario que llegase por fin el turno a la justicia.
Conviene que contemplemos por unos instantes las lágrimas de Jesús. “El Señor volvió su mirada a la gran ciudad, hacia la mole del Templo, y una tristeza infinita embargó su alma… Lloró sobre su patria; fueron verdaderos sollozos, y las palabras que pronunció tenían, en efecto, un acento como entrecortado, en que se descubría la violencia de la emoción. No perdamos nunca de vista que el Señor ha pertenecido a nuestra humanidad. Amaba a Jerusalén como judío, como Hijo del Hombre, como Hijo de Dios. Jerusalén era el corazón de Israel y de todo el mundo religioso, la ciudad que Dios se había escogido. Habría podido llegar a ser la capital del mundo mesiánico destinado a abrazar a todas las naciones. En el pasado, nunca le faltaron las advertencias y los castigos saludables: y, durante tres años, el Señor mismo ¡la había iluminado tan abundantemente! Hasta en el Calvario, y más allá, por el ministerio de sus Apóstoles, debía tender los brazos a su pueblo. Pero todo sería inútil, y por fin, sería necesario que interviniese la justicia. Y nosotros podemos leer en el historiador Josefo (libros V y VI de la Guerra de los Judíos) con qué rigurosa exactitud se realizó la profecía del Señor, concerniente al castigo de Jerusalén, que es la más impresionante lección de la Historia”.
La Iglesia en el Ofertorio, se felicita por sus hijos del cuidado que emplean, por la gracia del Esposo, en observar los mandamientos del Señor. Su obediencia es lo que hace que los juicios de Dios, tan terribles para la Sinagoga, no sean para ella sino gozo y dulzura.
OFERTORIO
Las justicias del Señor son rectas, y alegran los corazones, y sus juicios son más dulces que la miel y el panal: por eso tu siervo los observa.
La Secreta implora de Dios, para los hijos de la Iglesia, la gracia de asistir dignamente al Sacrificio, que cada vez renueva realmente la obra de salvación de todos.
SECRETA
Suplicárnoste, Señor, hagas que frecuentemos dignamente estos Misterios: porque, cada vez que se celebra la conmemoración de esta hostia, se renueva la obra de nuestra redención. Por nuestro Señor.
La Antífona de la Comunión formula el misterio de la unión divina realizada en el Sacramento.
COMUNIÓN
El que come mi carne, y bebe mi sangre, permanece en mí y yo en él, dice el Señor.
La santificación de los individuos y la unidad del cuerpo social son dos frutos de los santos Misterios. La Iglesia los pide a Dios en la Poscomunión.
POSCOMUNIÓN
Suplicárnoste, Señor, hagas que la comunión de tu Sacramento nos consiga la pureza y la unidad. Por nuestro Señor.
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