"Año Litúrgico"
Dom Gueranger
SAN ROMUALDO, ABAD
UN HÉROE DE LA PENITENCIA
Festejamos hoy a uno de los héroes de la penitencia: San Romualdo. Es uno de los hijos del gran Patriarca Benito, Padre, después de él, de una larga posteridad. La filiación benedictina se prosigue, directa, hasta el fin de los siglos; pero del tronco de este robusto árbol salen, en línea colateral, cuatro ramas siempre unidas, a las que el Espíritu Santo ha dado vida y fecundidad durante muchos siglos; tales son: La camáldula fundada por Romualdo, Cluny por Odón, Vallumbrosa por Juan Gualbeto y el Cister por Roberto de Molesmes. Hoy día, Romualdo reclama nuestros homenajes; y si los mártires que encontramos en el camino de la expiación Cuaresmal, nos ofrecen una preciosa enseñanza por su desprecio de la vida, los santos penitentes, como el gran abad de Camaldoli, nos dan una lección más práctica aún. "Los que son de Jesucristo, dice el Apóstol, han crucificado su carne con sus vicios y concupiscencias"[1]; ésta es, pues, la condición común de todo cristiano; pero qué gran valor nos infunden estos generosos ascetas, que han santificado los desiertos con las obras de su penitencia, suprimiendo así toda excusa a nuestra tibieza, que se horroriza de las leves satisfacciones que Dios exige, a fin de comunicarnos sus gracias. Aprendamos la lección y ofrezcamos de buena gana al Señor el tributo de nuestro arrepentimiento, con las obras que purifican el alma.
VIDA
Romualdo nació en Ravena en 957. A los 20 años, se retiró durante cuarenta días al monasterio de Classis, con el ñn de expiar un crimen de su padre. Dos apariciones de San Apolinar le decidieron a hacerse monje. Tres años después, se formó, bajo la dirección de un santo anacoreta llamado Marín, en la vida eremítica. En seguida, renovó el fervor religioso agrupando a los ermitaños en monasterios, aunque sin hacerlos cenobitas. Así fué como llegó a hacerse, en Camaldoli, padre de una nueva familia religiosa. Su contemplación, su austeridad, su don de profecías y el de milagros le hicieron célebre en toda la Iglesia. Murió en 1027. Sus discípulos pudieron festejarle cinco años después el Papa Clemente VIII extendió su culto a toda la Iglesia, 1595.
EL PENSAMIENTO DE DIOS
¡Oh amigo de Dios, Romualdo, cuán diferente es nuestra vida de lo que fué la tuya! Nosotros amamos el mundo y sus agitaciones; apenas el pensamiento de Dios cruza por nuestra mente durante el día, y menos aún es El el móvil de nuestras acciones. Sin embargo, cada hora que pasa nos acerca más y más a aquel momento en que nos hallaremos en presencia de Dios, cargados de nuestras obras, así buenas como malas, sin que nada pueda modificar ya la sentencia que nosotros mismos nos hemos preparado. ¡Tú no comprendiste así la vida, oh Romualdo! Viste que un solo pensamiento la debía llenar enteramente, que un solo interés debía preocuparla, y tú caminaste constantemente en presencia de Dios. Para no distraerte de este grande y querido objeto, buscaste el desierto; allí, bajo la regla del Santo Patriarca de los monjes, luchaste contra el demonio y la carne; tus lágrimas lavaron tus pecados, tan leves en comparación de los nuestros; tu corazón regenerado en la penitencia, tomó el vuelo hacia el Salvador de los hombres a quien hubieras deseado ofrecerle hasta tu sangre. Tus méritos son nuestros bienes hoy a causa de esa admirable comunión, que el Señor se ha dignado establecer entre las almas más santas y nosotros pecadores. Ayúdanos, pues, en el período de penitencia que pronto va a comenzar; ¡tenemos tanta necesidad de poner nuestras débiles obras con la plenitud de las tuyas! Desde el fondo de tu soledad, en las sombras de Camaldoli, amabas a los hombres tus hermanos, y jamás se acercaron a ti sin que fuesen cautivados por tu amable y dulce caridad; muéstrales que aún les amas. Acuérdate también de la Orden de los Camaldulenses que fundaste, y haz que sea siempre, para las almas llamadas por Dios a ella, una escalera segura para subir hasta El.
Sea todo a la mayor gloria de Dios.
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