OCTAVO DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS
EL OFICIO
Este Domingo era llamado en la Edad Media, el sexto y último Domingo después del natalicio de los Apóstoles, o fiesta de San Pedro, en los años en que la Pascua alcanzaba su último límite en Abril. Por el contrario, cuando la Pascua seguía inmediatamente al equinocio de primavera, era el primero de la serie dominical llamada de ese modo.
Hemos visto que por razón de este mismo movimiento tan variable, transmitido a toda la última parte del ciclo litúrgico por la fecha de la Pascua, esta semana podía ser ya la segunda de la lectura de los libros Sapienciales, aunque con más frecuencia se deba continuar aún en ella la de los libros de los Reyes. En este último caso, lo que hoy llama la atención de la Santa Iglesia, es el antiguo templo levantado por Salomón para gloria de Dios; y. entonces los cantos de la Misa, como veremos, están en perfecta armonía con las lecturas del Oficio de la noche
MISA
El Introito recuerda la gloria del antiguo templo y del monte santo. Pero mayor aún es la majestad de la Iglesia que, en este momento, lleva el Nombre y la alabanza del Altísimo hasta los confines de la tierra, mucho mejor de lo que lo había hecho aquel templo que era su figura.
INTROITO
Hemos recibido, oh Dios tu misericordia en medio de tu templo: como tu nombre, oh Dios, así tu alabanza llega hasta el fin de la tierra, tu diestra está llena de justicia. — Salmo: Grande es el Señor, y muy laudable: en la ciudad de nuestro Dios, en su santo monte. V. Gloria al Padre.
De nosotros mismos somos incapaces, no sólo de toda obra buena, sino que ni siquiera se puede producir en nosotros un solo pensamiento del bien sobrenatural sin ayuda de la gracia. Pues bien, el medio más seguro para obtener una ayuda tan necesaria, es reconocer humildemente ante Dios, la necesidad absoluta que tenemos de El, como lo hace la Iglesia en la Colecta.
COLECTA
Suplicárnoste, Señor, nos concedas propicio el espíritu de pensar y hacer siempre lo que es recto: para que, los que no podemos existir sin ti, podamos vivir conforme a ti. Por nuestro Señor,
EPÍSTOLA
Lección de la Epístola del Ap. S. Pablo a los Romanos. (VIII, 12-17).
Hermanos: No somos deudores de la carne, para que vivamos según la carne. Porque, si viviereis según la carne, moriréis: mas, si mortificareis con el espíritu las obras de la carne, viviréis. Porque, todos los que son movidos por el Espíritu de Dios, son hijos de Dios. Porque no habéis recibido el espíritu de servidumbre, para que viváis todavía en el temor, sino que recibisteis el espíritu de adopción de hijos, con el cual clamamos: ¡Abba! ¡Padre! Porque el mismo Espíritu da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios. Y, si somos hijos, somos también herederos: herederos ciertamente de Dios, y coherederos de Cristo.
PROGRAMA DE VIDA SOBRENATURAL
Si el Espíritu de Dios es el lazo de unión con nuestro Señor Jesucristo, si es el alma de nuestra vida, el hálito y el inspirador de todas nuestras obras, de él proviene todo impulso. A despecho de esta parte de concupiscencia que el bautismo ha dejado en mis miembros para obligarme a combatir, no tengo ya más que ver con la carne y con la vida de antes. ¡No quiera Dios que vuelva hacia atrás y que, engañado por el egoísmo, me sustraiga al Espíritu de Dios para pertenecer de nuevo a las obras de muerte! No. Después de haber entrado en la intimidad de Dios, sería insensato volverme de espaldas a la Ternura, a la Belleza, a la Pureza; y, ¿por quién y por qué? En adelante, la carne nada tendrá que reclamar de mí. Viene demasiado tarde. Con el fin de vivir eternamente, reduciré de día en día y domeñaré hasta su completa eliminación, si es posible, todo lo que en mí se levanta contra la vida de Dios: Aquéllos, dice el Apóstol en una fórmula incomparable, aquéllos son verdaderos hijos de Dios; que se dejan conducir por el Espíritu de Dios. Toda la vida sobrenatural que ha comenzado por la fe y el bautismo, se reduce a la docilidad, a la flexibilidad y al abandono a las influencias del Espíritu de Dios'”.
El Gradual parece expresar los sentimientos de los cristianos judíos, obligados a abandonar sus ciudades, y que piden a Dios que sea en adelante El mismo su protector y el lugar de su refugio. El Verso canta de nuevo la antigua grandeza del Señor en Jerusalén y en el monte en que estuvo su templo.
GRADUAL
Sé para mí un Dios protector, y un lugar de refugio, para que me salves. J. Oh Dios, en ti he esperado: Señor, no sea yo confundido eternamente. Aleluya, aleluya. V. Grande es el Señor, y muy laudable, en la ciudad de nuestro Dios, en su santo monte. Aleluya.
EVANGELIO
Continuación del santo Evangelio según S. Lucas. (XVI, 1-9).
En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: Había un hombre rico, que tenía un mayordomo: y éste fué acusado ante aquél de que disipaba sus bienes. Y le llamó, y le dijo: ¿Qué es lo que oigo de ti? Da razón de tu administración; porque ya no podrás administrar más. Dijo entonces para sí el mayordomo: ¿Qué haré? Porque mi amo me quita la administración. Cavar no puedo, de pedir me avergüenzo. Ya sé lo que he de hacer, para que, cuando sea privado de la administración encuentre quienes me reciban en sus casas. Llamando, pues, a cada uno de los deudores de su amo, dijo al primero: ¿Cuánto debes a mi amo? Y él respondió: Cien barriles de aceite. Díjole: Toma tu recibo, siéntate pronto, y escribe cincuenta. Después dijo a otro: Y tú, ¿cuánto debes? El dijo: Cien cargas de trigo. Díjole: Toma tu escritura, y pon ochenta. Y alabó el amo al mayordomo de iniquidad, porque había obrado prudentemente, porque los hijos de este mundo son más prudentes en sus negocios que los hijos de la luz. Y yo os digo: Haceos amigos de las riquezas de iniquidad, para que, cuando muráis, os reciban en las eternas moradas.
PARA ADQUIRIR LAS VERDADERAS RIQUEZAS
“Las diversas expresiones de la parábola que se nos ha propuesto, son fáciles de entender y encierran una doctrina profunda. El Señor quiere enseñarnos el uso que debemos hacer de las riquezas de este mundo. Cuenta lo que sucedió a un mayordomo poco escrupuloso, y luego, en los versículos 8 y 9 del Capítulo XVI de San Lucas nos da la aplicación moral: “Sucede que los hijos de este siglo—dice—son más hábiles en sus relaciones con los de su generación y con las gentes y en los negocios de este mundo, que los hijos de la luz.” ¡Qué floreciente estaría, en efecto, el Reino de Dios, si los buenos fuesen tan prudentes en sus negocios espirituales y en las cosas de la vida futura, como los mundanos en sus intereses perecederos! Si el amo de casa, aunque lesionado en sus’intereses, alabó la sagacidad de su mayordomo ¿cómo no va a aplaudir Dios, que no puede perder nada, la prudencia sobrenatural de los suyos? En estos bienes terrenos de que acaba de hablar, tienen especialmente el material de una industria para la eternidad. A los que debéis estar bien enterados, a los que sois hijos, no de este mundo tenebroso, sino de la luz, mirad lo que os digo, prosigue ;el Señor: imitad en una cosa alimayordomo infiel. Con esos tesoros injustos, con esa riqueza con que el intendente y tantos otros como él, pisotean la equidad, vosotros podéis granjearos amigos; cuando la riqueza material se os quite con la vida, os acogerán, no en sus moradas terrenas, sino en los eternos tabernáculos. La oración del pobre, en efecto, pone en movimiento la mano del que gobierna el mundo'”.
APLICACIÓN A LOS JUDÍOS
Tal es el sentido obvio y directo de la parábola que se nos ha propuesto. Pero, si queremos comprender completamente la intención por la que eligió la Iglesia hoy este trozo del Evangelio, nos es necesario acudir a San Jerónimo, que se hace intérprete oficial de ella en la Homilía del Oficio de la Noche. Sigamos con él la lectura evangélica: El que es fiel en las cosas pequeñas, continúa el texto sagrado, lo es también en las grandes, y el que es injusto en las cosas pequeñas, también lo será en las grandes; pues si no habéis sido fieles en las riquezas inicuas y engañosas, ¿quién os confiará los bienes verdaderos?’ Jesús hablaba de este modo—nota San Jerónimo—ante los escribas y los fariseos, que lo tomaron a chanza, viendo claramente que la parábola iba contra ellos. El infiel en las cosas pequeñas, es en efecto, el Judío celoso, que en el dominio restringido de la vida presente, niega a sus hermanos el uso de los bienes creados para todos. Pues, si en las gestiones de estas riquezas frágiles y pasajeras, dice a esos escribas avaros, sois convictos de malversación, ¿quién os va confiar las verdaderas, las eternas riquezas de la palabra divina y de enseñar a las naciones? Pregunta terrible que el Señor deja hoy suspensa sobre la cabeza de los infieles depositarios de la ley de los símbolos. Pero ¡qué horrible será la respuesta dentro de poco!
Entretanto, la humilde grey de los elegidos de Judá, dejando a estos empedernidos en la venganza a que los precipita su demencia orgullosa, prosigue su camino con la segura confianza de que guarda en su seno las promesas de Sión. La Antífona del Ofertorio canta su fe y su esperanza.
OFERTORIO
Salvarás, Señor, al pueblo humilde, y humillarás los ojos de los soberbios: porque, ¿qué Dios hay fuera de ti. Señor?
De Dios mismo es de quien hemos recibido los dones que El mismo, en su bondad, se digna aceptar de nuestras manos; como dice la Secreta, los Misterios sagrados que transforman la oblación, no nos obtienen menos, por su gracia, que la santificación de la vida presente y los goces de la eternidad.
SECRETA
Suplicárnoste, Señor, aceptes los dones que te ofrecemos de tu largueza: para que estos sacrosantos Misterios, mediante la virtud de tu gracia, nos santifiquen en la presente vida y nos lleven a los sempiternos gozos. Por nuestro Señor.
La esperanza que el hombre pone en Dios no puede ser engañada; tiene como prenda la suavidad del banquete divino.
COMUNIÓN.
Gustad y ved cuán suave es el Señor: feliz el varón que espera en él. El alimento celestial tiene la virtud de renovar nuestras almas, y nuestros cuerpos; tratemos de experimentar sus efectos divinos en toda su plenitud.
POSCOMUNIÓN
Sírvanos, Señor, este celestial Misterio de reparación del alma y del cuerpo: para que sintamos el efecto de aquello cuyo culto hemos celebrado. Por nuestro Señor.
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