A San Alfonso de Ligorio se dirige hoy el homenaje universal del mundo. Grande por sus obras y su doctrina, a él se aplica directamente el oráculo del Espíritu Santo. “Los que enseñaron la justicia a muchos, brillarán como las estrellas en la eternidad sin fin”.
EL JANSENISMO
Cuando vino a este mundo el jansenismo quiso quitar al Padre, que está en los cielos, su misericordia y su bondad; triunfaba en la dirección práctica de las almas, aún en aquellos mismos que desechaban las teorías de Calvino. Só capa de reacción contra una escuela imaginaria de relajamiento, denunciando a bombo y platillos algunas proposiciones ciertamente condenables de hombres aislados, los nuevos fariseos se presentaron como los celosos de la ley. Dando proporciones excesivas al precepto, exagerando el castigo, cargaban las conciencias con aquellos pesos que el Hombre-Dios había reprochado a sus antecesores de aplastar las espaldas humanas. Mas el grito de alarma lanzado por ellos, en nombre de la moral en peligro, no dejó de engañar a los sencillos y terminó por descarriar a los buenos. Gracias a la ostentación de austeridad de sus seguidores, el jansenismo, hábil, por lo demás, en ocultar sus dogmas, llegó pronto, según su programa, a imponerse a la Iglesia en contra de la misma Iglesia; algunos inconscientes aliados suyos les entregaban en la ciudad santa las fuentes de la misma salvación. Muy pronto en muchos lugares, las llaves sagradas, no tuvieron otro uso que abrir el infierno; la mesa sagrada, preparade para sostener y desarrollar en todos la vida, no se hizo accesible más que a los perfectos; y estos no eran juzgados tales sino en la medida en que, por un cambio extraño de las palabras del Apóstol, sometieron el espíritu de adopción de hijos al espíritu de servidumbre y de temor; en cuanto a los fieles que no podían levantarse a la altura del nuevo ascetismo, no encontrando en el tribunal de la penitencia más que a exactores y verdugos en lugar de padres y médicos, no hallaban delante de ellos más que la desesperación y la indiferencia. Eso no obstante, por doquier leguleyos y parlamentarios prestaban copiosa ayuda a los reformadores, sin preocuparse de la ola de incredulidad odiosa que se iba levantando en su derredor y sin ver la tempestad que promovían estos nublados.
SAN ALFONSO
¿Quién sería pues el que, en el callejón tenebroso, donde los doctores, entonces en boga, habían conducido a los espíritus más firmes, encontraría la llave de la Sabiduría? Mas la Sabiduría guardaba entre sus tesoros, formulas de nuevas costumbres. Lo mismo que en otros tiempos a cada dogma atacado había suscitado nuevos defensores; en frente a una herejía que, a pesar de las pretensiones especulativas de sus principios no tuvo más que en ellos una importancia duradera, levantó a Alfonso de Ligorio como el enderezador de la fe, entonces torcida, y al Doctor por excelencia de la moral cristiana. Alejado por igual de un rigorismo fatal y de una condescendencia perniciosa, supo volver a las justicias del Señor, hablando como el Salmo, su rectitud al mismo tiempo que su don de alegrar los corazones, a sus mandamientos la luminosa claridad que les hace justificarse por ellos mismos, a sus oráculos la pureza que arrastra las almas y conduce fielmente a los pequeños y a los sencillos desde los principios de la Sabiduría hasta sus cumbres.
No fué sólo en el terreno de la casuística donde San Alfonso llegó con su Teología Moral a quitar el virus que amenazaba infectar toda la vida cristiana. Mientras que, por otra parte, su valiente pluma no dejaba sin respuesta a ninguno de los ataques de aquel tiempo contra la verdad revelada, sus obras ascéticas y místicas, volvían a la piedad a las fuentes tradicionales de la frecuentación de los Sacramentos, del amor del Señor y de su divina Madre. La Sagrada Congregación de Ritos, que tuvo que examiner sus obras y declaró que no encontraba en ellas nada que fuera digno de censura dividió en 40 títulos diferentes sus numerosos libros. Sin embargo de eso, Alfonso no se resolvió hasta muy tarde a comunicar al público los bienes de que su alma estaba inundada. Su primera obra, que fué el libro de oro de Las Visitas al Santísimo Sacramento y ala Virgen, no apareció hasta que hubo cumplido los 50 años de edad. Y Dios que prolongó su existencia más allá de los límites ordinarios, no le libró ni la doble carga del episcopado y el gobierno de la congregación que él había fundado, ni las más penosas enfermedades, ni los sufrimientos morales más dolorosos todavía.
VIDA
Alfonso María de Ligorio nació de padres nobles en Napóles el 27 de Septiembre de 1696. Su juventud fué piadosa, estudiosa y caritativa. A los 17 años era ya doctor en Derecho Civil y Canónico, y poco después comenzaba una brillante carrera de abogado. Mas, ni sus escritos, ni las instancias de su padre que quiso casarle, le impidieron dejar el mundo: ante el altar de Nuestra Señora hizo voto de recibir las Ordenes. Ordenado de Sacerdote en 1726 se dedicó a la predicación. En 1729 una epidemia le permitió entregarse al cuidado de los enfermos en Napóles. Poco después se retiró a Santa María de los Montes con unos compañeros y con ellos se preparó a la evangelización de aquellas campiñas. En 1732 estableció la congregación del Santísimo Redentor que le había de ocasionar numerosas dificultades y persecuciones; más bien pronto las vocaciones afluyeron y el Instituto se difundió rápidamente. En 1762 era nombrado Obispo de Santa Agueda de los Godos, cerca de Nápoles. Al punto emprendió la visita de su diócesis, predicando en todas las parroquias y tratando de reformar al clero. Al mismo tiempo continuaba dirigiendo su Instituto y el de religiosas que había fundado para server de ayuda, con su oración contemplativa, a sus hijos misioneros. En 1775 renunció al episcopado para Volver a sus hijos. Muy pronto se produjo una escisión en el Instituto de los Redentoristas y S. Alfonso fué excluido de su familia religiosa. La prueba fué grande, más él no perdió el valor y aún predijo que la unidad se llevaría a cabo después de su muerte. A sus enfermedades físicas vinieron a unirse crisis de escrúpulos y diversas tentaciones; mas en medio de todo esto su amor hacia Dios no cesaba de crecer. Por fin murió el 1 de Agosto de 1787 a la hora del Angelus. Gregorio XVI le inscribió en el catálogo de los Santos en 1839 y Pío IX le declaró Doctor de la Iglesia.
LA MISIÓN DE LOS DOCTORES
Mucho antes de que tú nacieses, oh Alfonso, un gran papa, había dicho que el papel de los Doctores es “iluminar a la Iglesia, adornarla con virtudes, y formar sus costumbres; por ellos, añadía, brilla ella en medio de las tinieblas como el lucero; su palabra fecundada de lo alto resuelve los enigmas de las Escrituras, desata las dificultades, alumbra las oscuridades, interpreta lo que está dudoso; sus obras profundas, enaltecidas por la elocuencia del discurso, son otras tantas perlas preciosas que ennoblecen la casa de Dios al mismo tiempo que la hacen brillar”: Así se expresaba en el siglo XIII Bonifacio VIII cuando elevó al rito doble las fiestas de los Apóstoles, Evangelistas y los cuatro Doctores entonces reconocidos como tales, Gregorio Papa, Agustín, Ambrosio, Jerónimo. ¿Mas no encontramos en esto, impresionante como una profecía y fiel como un retrato, la descripción de aquello que tú ibas a ser?
EL EJEMPLO DE UN SANTO
Gloria sea a ti, que en nuestro tiempo de decadencia renuevas la juventud de la Iglesia, a ti en quien aquí abajo se abrazan una vez más la justicia y la paz al encontrarse con la misericordia y la verdad. Tú diste sin reservas tu tiempo y fuerzas para obtener un tal resultado. “El amor de Dios no está nunca ocioso, decía S. Gregorio; si existe tiene que hacer cosas grandes; si rehúsa obrar, entonces no es amor”. ¡Oh qué felicidad la tuya en el cumplimiento del voto temible que habrás hecho de no tener ni siquiera un instante de descanso! Cuando se te presentaron intolerables dolores que hubieran podido justificar, si no exigir, el descanso, se te vió apretando contra la frente con una mano el mármol que parecía disminuir un poco tus dolores y con la otra escribiendo tus obras tan preciosas.
¡Pero mayor fué todavía el ejemplo que Dios quiso dar al mundo cuando permitió que, agotado por los años, la traición de uno de tus hijos atrayese sobre ti la desgracia de aquella Sede Apostólica, por la cual se había consumido tu vida y que, en cambio, te apartaba, como indigno, del Instituto que tú habías fundado! Entonces tuvo licencia el infierno para unir sus golpes a aquellos que venían del cielo; y tú, el Doctor de la paz, conociste asaltos espantosos contra la fe y la santa esperanza. Así se iba coronando tu obra en la debilidad más ponderosa que todo; así mereciste a las almas tentadas el apoyo de la virtud de Cristo. Pero habiéndote vuelto niño por la obediencia, estuviste a la vez más cerca del reino de los cielos y del pesebre cantado por ti con acentos tan dulces; y la virtud que el Hombre-Dios sentía salir de Sí durante su vida mortal, fluía de ti con una tal abundancia sobre los niños enfermos, presentados por sus madres para que les bendijeses, que ella les curaba a todos.
PLEGARIA POR LOS REDENTORISTAS
Terminadas ya las lágrimas y los trabajos, vela de un modo especial y para siempre por nosotros. Conserva los frutos de tus trabajos en pro de la Iglesia. La familia religiosa que te debe la existencia todavía no ha degenerado, mas de una vez en las persecuciones, el enemigo la ha honrado con especiales manifestaciones de su odio; ahora también se ha visto pasar la aureola de los bienaventurados del padre a los hijos; ¡ojalá ellos puedan guardar eternamente con todo cariño estas nobles tradiciones! Que el Padre soberano que en el bautismo nos ha hecho a todos dignos por igual de tener una parte en la suerte de los santos en la luz, nos conduzca con felicidad, por medio de tus ejemplos y doctrinas tras nuestro Redentor al reino de aquel Hijo de tu Amor.
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